jueves, 15 de octubre de 2015

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RECORTES  DE 
PRENSA






UN GRAN ARTÍCULO CON UN GRAN
ERROR

Por Pío Moa

  
Muñoz Molina ha
escrito un gran artículo sobre las raíces del terrorismo que venimos sufriendo
muchos años, ahora con más brutalidad que nunca.  Una nota a destacar sobre el
País Vasco: “Las madres, que en cualquier sociedad normal procuran inducir la
templanza en sus hijos, en esa tierra han azuzado con frecuencia a los suyos”.
Muchos somos testigos de madres y abuelas degeneradas por la basura de Sabino
Arana, que mostraban impúdicamente su alegría cuando algún “español” era
asesinado por los “gudaris”, normalmente por la espalda, como corresponde al
valor de  esa mezcla de sabinianos y marxistas, usurpadores de la “idiosincrasia
vasca”. Cuando un número considerable de madres y abuelas han llegado a tal
degradación moral y han perdido cualquier rastro de aquellas cualidades
femeninas que suelen frenar la barbarie, esa sociedad sufre un embrutecimiento
profundo, y ha dado pasos muy largos en el mismo sentido que en otros tiempos
los dio Alemania. No olvida Muñoz Molina al clero simpatizante de los asesinos,
pues el clero nacionalista ha sido uno de los principales canales, si no el
principal, por donde ha fluido el cieno de odio que hoy anega la conciencia de
tantos vascos. 
     Ni olvida el
escritor cómo la misma miseria, algo más disfrazada, algo más hipócrita,  la
cultivan los nacionalistas catalanes. Cuando el PSOE se lanzaba de cabeza a la
guerra civil, en 1934, Besteiro denunciaba a Largo Caballero y a Prieto: “están
envenenando a los trabajadores”. Ahí está la raíz del mal, en los demagogos y
envenenadores profesionales de la conciencia de los ciudadanos.  Pero la voz de
Besteiro resultó muy débil, quedó ahogada por la chulería, el griterío y la
violencia de sus compañeros de partido. Ahora ocurre algo similar. El
envenenamiento que estamos sufriendo por parte de toda esa gente apenas tiene
parangón, y la debilidad de la respuesta augura tiempos difíciles. ¡Qué fácil es
echar por tierra, en muy poco tiempo, el fruto de largos años de esfuerzos
constructivos! La gente no acaba de creérselo, casi nadie acaba de creérselo
hasta que la tragedia llega.
    Muñoz Molina
ve muy claras las cosas en la actualidad, percibe el sectarismo y la miseria
moral reinantes en amplios medios de opinión, pero, y ahí está su gran error,  
padece sobre el pasado la misma distorsión sectaria que otros manifiestan sobre
el presente. Alude a los “bombardeos fascistas” de la guerra, como si la
“aviación popular” no hubiera machacado, cuando pudo, a la población civil del
otro lado, que por lo visto no merece recuerdo alguno. Menciona el Madrid que en
noviembre del 1936  sonreía “con plomo en las entrañas, y en medio del dolor era
la fortaleza que resistía gallardamente a la agresión del fascismo”. Ni eran
fascistas los que intentaban conquistar Madrid, ni era “el pueblo” el que se
movilizaba; además, aquel era también el Madrid de las checas y de Paracuellos; 
y los autores principales de la defensa de la ciudad (y del enorme mito sobre
esa defensa) fueron unos demócratas tan ejemplares como los comunistas  agentes
de Stalin, entre ellos Líster, a quien dedicó  otro poema Antonio Machado.
   Pero no  hablo
del error histórico de Muñoz Molina por  ningún prurito de estudioso. Hay dos
razones para no pasarlo por alto. En primer lugar, esos mitos son del mismo tipo
que llevan a los etarras al crimen, al PNV a apoyar el crimen y tratar de
extraerle rentas políticas, y a los nacionalistas catalanes a hacer pactos de
canallas con los asesinos y a propugnar el “diálogo” con ellos a costa de las
víctimas, de la ley y de la democracia. Y los mismos comunistas, socialistas y
demás, que tanto habían hecho por llegar a la guerra civil y  justificaban los
peores desmanes con el cuento de la lucha “contra el fascismo”,  iban entonces
de la mano con los nacionalistas vascos y catalanes, los cuales de ningún modo
mejoraban a los actuales. Eran exactamente iguales en ideas, y peores en actos,
pues creían tener a su alcance, por fin, el descuartizamiento de España.
    Y ahora los
vemos de nuevo a todos juntos, formando una especie de cadena. El PNV apoya a
los asesinos dándoles todo tipo de pretextos, ayudas políticas y hasta
subvenciones, y propugnando el “diálogo” con ellos. A su vez el socialista 
Pachi López propugna el diálogo con el PNV.  La Esquerra establece pactos
gangsteriles con los terroristas, y Maragall mantiene sin el menor problema  el
pacto con la pactante. Zapatero dice que no, pero sí. Algo los une a todos
ellos, señor Muñoz Molina: su aversión a España  y su escaso aprecio a la
democracia, que, creen, no vale si no son ellos quienes mandan.
    Y ahí están
discutiendo sobre si ETA o Al Quaida. El salvaje atentado va contra España y
contra nuestra democracia, y en eso coinciden exactamente la ETA y el terrorismo
árabe, entre los cuales siempre ha habido lazos, como es bien sabido. Pero
algunos creen que en un caso podrán sacar beneficios electorales, y en el otro
no. Usted, señor Muñoz, invoca   un patriotismo y un civismo de izquierdas que
nunca, o apenas, han existido. Lo escribió Azaña: “Lo que me ha dado un hachazo
terrible, en lo más profundo de mi intimidad, es, con motivo de la guerra, haber
descubierto la falta de solidaridad nacional. A muy pocos nos importa la idea
nacional. Ni aun el peligro de la guerra ha servido de soldador. Al contrario,
se ha aprovechado para que cada cual tire por su lado”.
Hoy,  ni aún el
peligro del terrorismo y la disgregación de España sirven de soldador. En España
la izquierda siempre ha sido así, con las debidas y escasas excepciones. Quien
estudie sin prejuicios el pasado, podrá entender mejor el presente.     




Los verdaderos olvidados de la Guerra Civil

LA RAZÓN 
martes 2 de marzo de 2004
Pío Moa es
escritor

El reportaje «Las
fosas del olvido» de hace unas semanas en TVE- 2, aunque menos sectario de lo
que imaginaba, no deja de ser un falseamiento esencial de la historia.
    La idea básica
es que, como las Cortes «condenaron» saliéndose de sus competencias y
conocimientos, obviamente la sublevación de la derecha en el 36, esa sublevación
fue la causante última de todos los crímenes. La realidad es muy distinta. Fue
la izquierda, en especial los socialistas y los nacionalistas catalanes, la que
se sublevó en octubre de 1934 contra un gobierno democrático y contra la
legalidad republicana, con el propósito explícito no de dar un simple golpe de
estado, sino de organizar una guerra civil, pues estaba convencida de que
ganaría. Si entonces la derecha no hubiera defendido la legalidad republicana,
allí habría acabado aquel régimen.
    Cuando las
mismas izquierdas que protagonizaron la sangrienta revuelta de 1934 volvieron al
poder en 1936, llenas de orgullo por su gesta, iniciaron un período
revolucionario, de imposición y violencias. Con ello se deslegitimaron los
gobiernos de Azaña y Casares, y abocaron a las derechas a la rebelión, planteada
en principio como un golpe rápido y poco cruento. Entonces el gobierno no
defendió la Constitución, al contrario que la derecha en el 34, sino que terminó
de echarla por tierra al armar a las masas.

   Como tantas veces se ha dicho, cuando la legalidad cae por tierra, los
crímenes proliferan, máxime después de años de cultivo del odio incondicional al
contrario. Basta leer la prensa izquierdista de entonces para ver hasta qué
punto sembraba ese odio, considerándolo una fuerza y una virtud revolucionarias.

    Por lo tanto fueron fundamentalmente las izquierdas quienes desataron las
violencias de una guerra que, contra sus expectativas, terminaron perdiendo.
Esta realidad se abre paso cada vez más al conocimiento público, tras veinte
años de absoluto predominio de las versiones izquierdistas, basadas en Tuñón de
Lara y que reproducen en lo esencial las tesis propagandísticas de la Comintern.
Al lado de la
falsedad dicha, en la que afortunadamente no insistió demasiado el reportaje,
está la de presentar las brigadas internacionales o el maquis con ropaje ajeno:
el maquis fue un intento del PCE de volver a la guerra, querencia natural suya,
pues ya Lenin aclaró que un partido comunista tiene por fin preparar la guerra
civil.
    Luego hubo
deficiencias como mezclar las víctimas de crímenes con los caídos en combate, o
dar por buenas las cifras de 800 fosas comunes y 30.000 enterrados. La
asociación dedicada a estas cosas, después de cuatro años en que ha movido a
numerosos voluntarios y obtenido colaboración y subvenciones de diversos
organismos, reconoce no haber localizado más de 200 cadáveres, algunos del bando
franquista y otros no fusilados, sino muertos en la lucha. Pero la izquierda
siempre ha sido extraordinariamente «liberal» con las cifras. Se podría hacer un
trabajo sobre sus habituales y enormes exageraciones.

   Tampoco cabe hablar de olvido de estas víctimas: desde comienzos de la
transición, las campañas izquierdistas que las recuerdan son constantes, y han
recibido un tratamiento de absoluto privilegio en los medios de masas. Eso no
sería malo si el recuerdo no viniera teñido de rencor y del olvido despreciativo
hacia las víctimas del bando contrario.
    Pero hay otras
víctimas, éstas sí verdaderamente olvidadas, y son las producidas entre las
propias izquierdas. Existen bastante informes de los anarquistas sobre matanzas
contra ellos realizadas por los comunistas, e informes comunistas sobre matanzas
de campesinos reacios a la colectivización llevadas a cabo por anarquistas.
También existen sobre asesinatos de oficiales y soldados socialistas y
anarquistas, que luego eran acusados de haber intentado desertar. Seguramente
suman muchas más víctimas que las halladas en estos cuatros años por la
asociación de las fosas, y sería una excelente ocasión de reivindicar, como
ellos dicen, su memoria y su dignidad.
    No sería mala
idea que alguien se hiciera cargo de la investigación pertinente.
    Un aspecto
consolador del reportaje fue la casi general ausencia de rencor en los
testimonios. La idea común es que una cosa así nunca debe repetirse. Y para que
no se repita, es imprescindible que quienes quieran especular con los muertos
del pasado para resucitar los viejos odios y mentiras, sean debida y
constantemente desenmascarados.


LAS FOSAS DEL OLVIDO

Por José Manuel de
Ezpeleta
 
Hace unos días
casi todos pudimos ver en la segunda cadena de TVE, el programa titulado ‘Las
fosas del olvido’. Pues bien a más de uno le habrá producido desolación y
tristeza el contemplar como la historia y los hechos allí expuestos, así como
sus imágenes y sus contundentes manifestaciones aparecieron sesgadas por no
decir falseadas, al menos sin que aparecieran contrastadas con algún documento
que así lo acredite.
Casi de los
cuarenta y seis minutos que duró el documental, treinta y tres estuvieron
dedicados monográficamente según lo establecido por su director y guionista don
Alfonso Domingo, a los ‘30.000 desaparecidos de la guerra civil española
enterrados en tumbas sin nombre’, y conforme al parecer también sostenido tanto
por don Emilio Silva, nieto de republicano asesinado en campo abierto y fundador
de la ‘Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica’, como por los
voluntarios y seudo especialistas en esta materia e integrados en ella, siendo
su objetivo principal la búsqueda y exhumación de víctimas según ellos en 800
fosas comunes como todos pudimos ver, para seguidamente identificar y exhumar
aquellos restos humanos que basados en testimonios ‘orales’, fueron fusilados
por el ‘Régimen franquista’ en diferentes lugares de la geografía Española.
¿Habrán investigado con detenimiento y profundidad estas supuestas víctimas del
franquismo, en la gran cantidad de archivos incluida la mencionada Causa
General?.
Al margen del
rigor y lo morboso en la publicidad de dichas excavaciones incluidas las pruebas
del ADN, que por cierto, no creo que fuera necesario haber dedicado casi dos
minutos en explicar la forma de obtenerlo, se mostró claramente un afán
propagandístico e insultante por algunas de las declaraciones hechas en algunos
momentos por personas supuestamente afectadas empeñadas en recuperar los restos
de sus seres queridos, aunque claro está, tales descendientes no tienen la culpa
de ello. Bajo el pretexto de abrir algunas fosas y de dar a sus seres queridos
un entierro digno, la mencionada Asociación pretende polarizar tan magna obra
glorificando a todos aquellos que murieron sin juicio aparente y bajo la
represión de Franco, como si todos los males y fusilamientos hubieran sido obra
del ‘Régimen’, porque por el mismo procedimiento, todos los horrores y
fusilamientos llevados a cabo por el Gobierno republicano durante el mismo
periodo y no otro, habrían sido ‘bajo el régimen Azañista’, termino que nunca se
menciona. Lo correcto sería poner nombre y apellidos a quienes cometieron tales
asesinatos o en su caso bajo quienes se llevaron a cabo, pero de lo que se trata
y así se hizo, fue de generalizar sin entrar a matizar los hechos históricos de
tales fusilamientos y de utilizarlos como arma arrojadiza tanto en número como
en calidad, y así pudimos ver cómo se mezclaban las víctimas de las Brigadas
Internacionales con las de los pobres Maquis que lucharon después de la guerra
por instaurar un régimen democrático a semejanza del de la República, por no
mencionar el recién creado Consorcio en memoria de los combatientes rojos caídos
en el Ebro.
Es licito y
necesario que a estas alturas y con la perspectiva del tiempo transcurrido, se
valla investigando y haciendo un recuento del número de caídos por ambas partes,
así como donde y cómo murieron, pero discriminando entre quienes cayeron
luchando en aquella guerra fratricida y los que fueron asesinados dentro de la
retaguardia por ambos bandos. Si esto hubiera sido el argumento y la exposición
de dicho programa, aún con las limitaciones de éste y acompañado con el
necesario rigor histórico y documental, la cosa hubiera resultado ecuánime y
veraz. Pero no fue así y resultó que de haber sido un tema divulgativo y
pedagógico para todos lo españoles, resultó ser tendencioso, desagradable y mal
intencionado.
Tal vez con el
afán reivindicativo expuesto por dicha Asociación de descubrir y mostrar el
desprecio que según éstos, durante tantos años han padecido miles de familiares
víctimas de aquella represión, no se dieron cuenta incluido el director de este
trabajo, que también otros miles de caídos y víctimas del terror rojo o
Azañista, aun yacen en otras fosas comunes sin que nadie explote
malintencionadamente la recuperación de  su memoria histórica también olvidada,
y me refiero al gran número de gente que sabiendo o ignorando la fecha y el
lugar donde fueron asesinados sus también seres queridos, no alardean y menos
aún reclaman sus restos, aunque para ello tan sólo se dedicasen unos once
minutos de programa. Dicha Asociación seguirá en su empeño, y cada cierto tiempo
nos volverá a mostrar sus últimos logros y adquisiciones, aun con la ayuda de
patrocinadores y de otros estamentos cercanos a algún partido político, pero
ignorando que no el olvido pero sí el perdón, son componentes de una actitud que
jamás alcanzaran a entender.
Al parecer los
odios, los revanchismos y los resentimientos seculares que algunos pretenden
reivindicar de modo exultante y machacón con programas como este, hacen que el
poco rigor y la escasa credibilidad que exponen en él cale en una sociedad
moderna y sin complejos, capaz de asumir aquellos hechos sin venganza alguna y
sin que se conviertan en arma arrojadiza. Precisamente ésta postura es la que
mantienen diversas asociaciones de víctimas del Azañismo, o mejor dicho de José
Giral, Largo Caballero o Negrín y de algunos de sus ministros y jefecillos de
orden Público, que sin levantar polvo alguno guardan la memoria y el recuerdo de
sus caídos sin que nadie sepa de ellos y sin que ningún organismo les preste la
más mínima ayuda. Al contrario, siempre han estado dispuestos a colaborar en lo
que se les ha requerido, incluso de forma anónima a dejar que se haga uso de sus
cementerios o lugares de enterramiento, siendo correspondidos tanto en éste como
en otros casos de documentales propagandísticos, con la mutilación más cicatera
que han hecho en este caso al no tener el necesario rigor y la valentía
profesional de dejar por ejemplo que el letrero que menciona el nombre del
cementerio donde filmaron sus censuradas tomas apareciera completo.
Sin olvidar que él
titulo del documental se presta al olvido, tanto la productora como televisión
española se prestaron también a olvidar conjuntamente algunos aspectos
históricos y relevantes sobre las fosas de Paracuellos de Jarama, por cierto
filmadas ampliamente por la productora. Pero de lo que se trataba en dicho
programa, era de mostrar con unas efímeras pinceladas a los televidentes,
imágenes del traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera al Valle de
los Caídos como ejemplo de digno enterramiento, de resumir lo más posible el
testimonio de uno de los supervivientes de aquellas matanzas de presos cuyo
padre y hermano reposan en una de estas olvidadas fosas, así como de la entrega
de unos documentos a unos familiares que buscando a sus muertos, documentalmente
aparecen identificados en lugares cercanos a Madrid. En resumen todo un alarde
de bochornoso espectáculo, de inequidad documental y de falta de rigor histórico
para las generaciones presentes y venideras, que nunca sabrán gracias a este
tipo de programas llamados ‘documentales’ la verdad de una guerra y unos hechos,
que por tanto olvidar quizás volvamos a repetir.


CARRILLO COMO EJEMPLO

Por Pío Moa

   Santiago
Carrillo desempeñó un buen papel durante la transición, bastante mejor que el
PSOE, aunque a éste nadie le tomaba en serio sus radicalismos, mientras que al
PCE nadie acababa de creerle su moderación. Fue el mejor papel en la vida del
caudillo comunista. En función de él y de la reconciliación,  casi todo el mundo
prefirió olvidar otras historias siniestras.
   ¿Por qué ahora, un cuarto de siglo después, se le recuerda cada vez más en
relación con  los asesinatos en masa de Paracuellos? Por una razón muy sencilla:
porque la izquierda, y él mismo, están inmersos en una campaña incesante por
refrescar, con las peores intenciones, los antiguos crímenes y no crímenes de la
derecha (meten en el mismo cajón de las “víctimas” a las que realmente lo fueron
y a los castigados por asesinatos y terrorismo). La capacidad de rencor de la
izquierda, a través de los años y de las generaciones, es sencillamente
asombrosa. Y no menos su habilidad para sacar tajada política –y monetaria- de
hechos que, sin necesidad de olvidarlos, debieran haber dejado de surtir
cualquier efecto político.
    Una de las más miserables mentiras de estos turbios jardineros del rencor es
la de que “durante cuarenta años las víctimas han sido olvidadas y  ya es hora
de reivindicar su dignidad”.  En los últimos diez años del franquismo ya las
víctimas más recordadas empezaban a ser las izquierdistas, y la cosa ha ido
in crescendo
  durante los decenios siguientes, hasta hoy. Lo que ha
predominado de manera absoluta, y absolutamente abusiva en  los medios de
comunicación,  y en toda esa literatura y  arte de chiste que padecemos, es la
referencia exclusiva a las víctimas de uno de los bandos. Las que  han padecido
en su dignidad y han sido condenadas al olvido han sido precisamente las otras.
La derecha, en general, ha tragado, y una parte de ella, a base de callar
–otorgando-- en aras de una “reconciliación” unilateral, y por tanto falsa, ha
llegado a comulgar con buena parte de las ruedas de molino al respecto. Tanto
más cuanto que las administraba P. Preston, unánimemente reverenciado a derecha
e izquierda, y uno de los mayores fraudes historiográficos de los últimos diez o
quince años; o Santos Juliá, y otros de la misma cuerda.
    Es muy lamentable tener que salir al paso de esta golfería, pero ya va
siendo hora de hacerlo, porque si no, terminaríamos ahogados en la mentira  más
nauseabunda sobre nuestro pasado. César Vidal lo ha hecho hace poco, con “Checas
de Madrid”, y habrá que insistir en ello.
    Carrillo
podría haber pasado a la historia  fundamentalmente por su actitud constructiva
en una época difícil, pero él y todos los demás parecen empeñados en
convencernos de que si obraron entonces de manera sensata no fue por convicción,
sino sólo por no haberse sentido con fuerzas para hacer lo que les pedía el
cuerpo. Lo que está haciendo esa gente, desde Maragall a Anasagasti pasando por
Llamazares y muchos socialistas, no enlaza con la transición. Enlaza con la
rebelión antidemocrática de 1934, con Paracuellos o con el Pacto de Santoña.
Ojalá encuentren entre los españoles todo el desprecio que merecen. 

PIO MOA


VICTIMAS OLVIDADAS



ABC,
del 17 de diciembre de 2003, en Cartas al Director.

Por Juan
Ignacio Medina Muñoz


Nos
estamos acostumbrando a que, de vez en cuando, y siempre coincidiendo con fechas
señaladas, los partidos políticos y algunas instituciones del país decidan
celebrar homenajes a aquellas personas represaliadas o perseguidas por el
régimen del general Franco.
Hace
unas semanas los grupos de la oposición rendían un homenaje en el Congreso de
los Diputados a las víctimas del franquismo. En 2001 la Comunidad de Madrid, con
el apoyo de todos los grupos parlamentarios, hacía lo propio con las ‘Brigadas
Internacionales’.
Y
yo me pregunto una cosa: cuándo se hará un homenaje a las víctimas de la
sinrazón comunista, personas como Ramiro de Maeztu, Pedro Muñoz Seca y tantos
otros que sufrieron persecución en la zona republicana y que murieron masacradas
en Paracuellos del Jarama, Aravaca, Cuartel de la Montaña...
Uno
de los errores del franquismo fue olvidarse de quienes habían perdido la guerra.
Desde la llegada de la democracia se viene haciendo lo mismo, pero al revés. Con
esta actitud, y 67 años después del comienzo de la contienda, la Guerra Civil
sigue dividiendo a los españoles.




¿ PRESCRIBEN LOS GENOCIDIOS PARA
TODOS ?

La Nación
nº 401-402, del 17 de septiembre de 2003

Por Mariano Cañas Barrera

Pues parece que
no. Curioso y extraño a la vez, resulta que el famoso juez Baltasar Garzón logre
que 43 cargos de la Dictadura argentina hayan sido arrestados y posiblemente se
van sometiendo a extradición para ser juzgados en España. Y digo que resulta
curioso y extraño a la vez que el señor Garzón, que por cierto fue el número dos
en las listas electorales del PSOE detrás de Felipe González en su último
triunfo electoral, pida la extradición de los militares argentinos por genocidio
y sin embargo fue el que desestimó por ‘Delitos de genocidio, tortura y
terrorismo’ interpuesto contra Santiago Carrillo Solares, en 1998, por según el
ilustre juez ‘una querella mal intencionada’.
La paja en el ojo
ajeno. Quizás el señor Garzón ignore que el antiguo compañero de izquierdas
Santiago Carrillo, ingresó en el Partido Comunista el día 7 de noviembre de
1936, siendo en esa fecha el Consejero de Orden Público de Madrid.
Desde la llegada
de Carrillo al ‘Orden Público’ se incrementaron las sacas de presos de las
cárceles de Porlier, Ventas, Modelo y San Antón, firmando las listas de las
sacas de la mano derecha de Carrillo Segunda Serrano evitando que aumentaran los
asesinatos, un anarquista llamado Melchor Rodríguez al ser designado en
diciembre, delegado especial de prisiones, lo que le valió el nombre de ‘Ángel
Rojo’.
Quizás siga
ignorando Garzón que el Dr. Félix Schaleyer, representante de Noruega en Madrid,
comentó en su libro ‘Un diplomático en el Madrid rojo’, que visitó a Carrillo
para evitar más masacres diciéndole que las noches del 7 y 8 de noviembre
estuvieron los autobuses yendo y viniendo a las prisiones....
En otro lado dice:
‘...que a pesar de aquellas falsas promesas continuaron los trasportes que
sacaban de las cárceles, sin que Miaja ni Carrillo se creyeron obligados a
intervenir...’.
También debe
ignorar el señor juez que existe un teletipo fechado en Valencia el 10 de
diciembre de 1936, firmado por Irujo, ministro sin cartera, enviado al
secretario de Miaja, que entre otras cosas decía: ‘...Había tenido noticias de
haber sido fusilados gran número de detenidos y que le interesaba saber número
de víctimas, cárceles de donde habían sido extraídos y medidas del gobierno que
hayan sido adoptadas...’.
Se sabe que
Carrillo estaba muy unido a Milhain Koltsov, que según Krivitsky, jefe del
Servicio militar soviético para Europa, era quien formaba parte activa en la
defensa de Madrid.
Si esto no era
suficiente, ésta el testimonio de muchas personas, entre ellas Ricardo Ayeste
Yebes, que dijo que vio ‘cómo asesinaban en el Arroyo de San José de Paracuellos
y por la tarde vio llegar a otros autobuses llenos, procedentes de San Antón con
55 pasajeros cada uno...’.
El muchacho
conocido como Julián ‘el Estudiante’ en sus declaraciones dijo que ‘el 29 de
agosto de 1936, Carrillo y su chófer Juan Izascu, le recogieron en la checa de
Marqués de Cubas y fueron a Fomento junto a la estación de Atocha en un Ford
matrícula M-984. Era de noche donde esperaban a Carrillo los chequistas Manuel
Domínguez <el Valiente> y el guardia de asalto Juan Bartolomé. Allí estaba
sentada una mujer joven de unos 30 años, casi desnuda que no hacía más que
llorar y suplicar que no la pegaran más. Llegó por fin al sótano Santiago
Carrillo y dio al <Valiente> la orden de quemarla los pechos, orden que éste
cumplió con su cigarro puro. La mujer suplicaba <por Dios> que ese tormento
cesara. Luego me dijeron que era una monja, Sor Felisa, del Convento de las
Maravillas, en la calle Bravo Murillo’.
En otro momento de
su declaración dice: ‘sin consideración los mataban a todos con ametralladoras y
fusiles... Seguidamente los echaron en las zanjas y nos mandaron cubrir de
tierra los cadáveres. Debía ser la primera semana de noviembre, cuando nos
llegaban tres autobuses de cientos de personas amontonadas... no paraban de
matarlos...’.
En un apartado de
su declaración continúa diciendo el Estudiante: ‘Era Santiago Carrillo. Apearon
del coche a tres señores y una señora, les hicieron andar sobre la cuneta más de
12 metros y sin que yo me lo esperaba sacaron las ametralladoras y los mataron a
los cuatro. Uno de ellos era el Duque de Veragua...’.
Muchos testigos
han escrito sobre el genocidio de Paracuellos, que al señor Garzón le parece
‘una querella mal intencionada’, pero si bien intencionados los crímenes que
dicen cometieron altos cargos de repúblicas hispanoamericanas. Con lo que el
famoso juez ignora la realidad de los hechos.
Por ejemplo. Luca
de Tena que estuvo detenido en San Antón, que logró salvarse de la muerte (cosa
que no pudo el gran abogado y autor don Pedro Muñoz Seca), contó cosas de las
que allí pasaron, como le recordó hace años a Carrillo en el ‘ABC’.
El marqués de
Valdeiglesias en el semanario ‘Domingo’ de San Sebastián narró los hechos
contados por supervivientes a las matanzas.
Don José Antonio
García Noblejas escribió en ‘El gran holocausto de Paracuellos de Jarama’ la
culpabilidad de Santiago Carrillo en la matanza, al enviar a Ramón Tordesillas
[Ramón Torrecilla] para hacer unas listas eligiendo los presos que debían ‘ser
salvados’ de la prisión. Y esto ocurría el mismo día que Carrillo era nombrado
Delegado del Gobierno.
Esas listas según
la obra de Jesús de Galíndez ‘Los Vascos en la defensa de Madrid’ eran
obedeciendo órdenes estrictas de Carrillo.
Ian Gibson –poco
sospechoso de ser partidario del bando nacional- decía: ‘que la complicidad del
Consejero de Orden Público, Santiago Carrillo, nos parece fuera de toda duda’.
Ricardo de la
Cierva en su documentada obra ‘Carrillo miente’ demuestra la culpabilidad del ex
delegado de Orden Público, en su documento número 56.
Carlos Fernández
en sus libros ‘Paracuellos del Jarama ¿Carrillo culpable?’, atestigua que ‘...si
aquí hubiera habido un Tribunal de Nüremberg, Santiago Carrillo probablemente
hubiera acabado en la horca’.
El historiador
Javier Cervera Gil en el cuaderno nº 258 de ‘Historia 16’, dice textualmente:
‘Santiago Carrillo conocía la suerte que estaban corriendo los internos de las
cárceles madrileñas’.
Pío Moa en su
magnifico libro ‘Mitos de la guerra civil’ dice en él capitulo de la Batalla de
Madrid, hablando de la masacre de Paracuellos que la ‘organización corrió a
cargo de la Junta de Defensa, de la que Carrillo era Consejero de Orden
Público’.
Podríamos hacer
mención de muchos historiadores de ambos bandos, pero todos sabemos quién fue el
culpable de aquel genocidio y yo pregunto al ilustre juez don Baltasar Garzón:
¿Prescriben los genocidios para unos sí y para otros no?.




Los mártires de la
Guerra Civil fueron asesinados por el odio a la fe
La Razón,  9 de
Julio de 2003

Historiador

Con tres doctorados (uno de
ellos en Historia con premio extraordinario de fin de carrera), César Vidal
aborda en su último libro las siniestras «checas de Madrid»

José Joaquín Iriarte
César Vidal no es un nostálgico del franquismo (a su época la llama «dictadura»)
sino un joven historiador que ha irrumpido en la historia de la Guerra Civil con
un escalofriante relato de uno de los períodos revolucionarios más sangrientos
de la II República Española. «Las checas de Madrid» (Belacqua) es una invitación
a no olvidar la historia, «pero sí a conocerla sin odios ni falsedades».
-Afirma en el libro que se vivió una persecución religiosa «cuyo único
precedente aproximado se hallaría, antes del siglo XX, en la terrible
persecución contra los cristianos desencadenada por Diocleciano». ¿No se
encuentra en la Historia ningún otro paralelismo?
 
Lamentablemente sí los hubo. Las matanzas masivas de sacerdotes y
católicos durante la revolución mexicana o la persecución de cristianos de todas
las confesiones durante el régimen soviético son claros precedentes de lo que
realizaría el Frente Popular en España.
– ¿Cuántos clérigos y laicos –por su condición de católicos– fueron asesinados
en la Guerra Civil?

El número de sacerdotes y
religiosos es cercano a los siete mil, es decir, muchos más fusilados en números
absolutos (no digamos ya proporcionales), que los miembros de cualquier otro
colectivo, ya formaran parte de un sindicato, de un partido o de la masonería.
Por lo que se refiere al número de católicos, por el simple hecho de serlo, es
más difícil de calcular, pero estaríamos hablando, sin ninguna duda, de una
cifra muy superior
.
– ¿Es cierto que sólo en Madrid el número de asesinatos superó a los de la
dictadura de Pinochet?

Sin ningún género de dudas. El
número de asesinados por las checas de Madrid superó ampliamente los doce mil
–ésos son los nombres incluidos en mi libro– y pudo incluso rebasar la cifra de
quince mil.
– ¿A qué se llamaba checa?

El nombre de checa derivaba de la «cheká» soviética, un
organismo creado por Lenin para implantar el terror como instrumento de
perpetuación de su dictadura.
– ¿Cuántas hubo en Madrid?

Más de doscientas... 
– Cuántas iglesias fueron incendiadas, destruidas o profanadas?

De nuevo la cifra debe
evaluarse en varios millares, ya que en la zona controlada por el Frente Popular
no hubo lugar de culto que no fuera objeto de ultrajes.
– Los sacerdotes asesinados, ¿se distinguían por alguna actividad política?
En absoluto era gente que se
dedicara a la política ni tampoco –como se ha dicho tantas veces– que fueran
amigos de los poderosos. Lo que existía, como había señalado décadas atrás Pablo
Iglesias, el fundador del PSOE, era una guerra ideológica declarada por las
izquierdas que para ellas sólo podía acabar con la desaparición del
cristianismo.

NI UNA SOLA APOSTASÍA

¿Un testimonio de
especial ejemplaridad?

Sería injusto fijarse
en uno solo. Basta recordar las palabras de aquel autor francés que,
refiriéndose a los sacerdotes y religiosos asesinados por el Frente Popular
dijo: «¡Siete mil asesinados y ni una sola apostasía!». Habría que añadir que
fueron mayoría los que murieron perdonando a sus asesinos
.
¿Cuál ha sido el
criterio para, desoyendo opiniones contrarias por razones de «oportunidad
política», la Iglesia haya elevado a los altares a los mártires de la Guerra
Civil?

El tema desborda mi
labor como historiador, pero en mi opinión la razón resulta obvia: fueron
mártires a los que se dio muerte no por razones políticas o sociales, sino
porque se odiaba fanática y visceralmente a su ministerio religioso y su fe.
¿Hubo por parte
del Frente Popular un auténtico odio a la fe?

Sin ningún género de
dudas. Fue anterior a la constitución del Frente Popular. Así quedó de
manifiesto ya en mayo de 1931 con las primeras quemas de conventos; siguió con
la redacción de una Constitución que colocaba fuera de la ley a las órdenes
religiosas dedicadas a la docencia; estalló en las terribles matanzas del
levantamiento socialista-nacionalista de octubre de 1934, y se amplió durante la
Guerra Civil. No deja de ser significativo que el primer número de «El mono
azul», la revista de Alberti, ya estuviera plagado de mofas, escarnios y
blasfemias contra la fe.

De no producirse
el 18 de julio, ¿era inexorable la implantación de una dictadura obediente a la
URSS?

Me parece imposible
negar esa posibilidad. Tal peligro ya fue señalado por el socialista Besteiro o
por Casado. La documentación soviética que aparece en el libro muestra que
Negrín había pactado con Stalin la desaparición del sistema parlamentario y la
creación de una dictadura similar a las que se crearían en Europa después de
1945.

¿Habríamos
corrido la misma suerte también en el caso de que la guerra la hubiera ganado el
Frente Popular? ¿Nuestra situación ahora sería como la de Bulgaria o Rumania?

Posiblemente más
cerca de Albania y de la antigua Yugoslavia que la de los países mencionados.
Ganó Franco. ¿El
llamado «nacionalcatolicismo» sirvió a la Iglesia o se sirvió de ella?

–Tengo serias dudas de que
existiera ese nacionalcatolicismo. Me parece un cliché interesadamente simplista
acuñado para desprestigiar de una sola tacada al régimen nacido de la Guerra
Civil y a la Iglesia católica y, aunque ha habido acercamientos interesantes,
posiblemente está por escribir la historia definitiva de las relaciones entre la
Iglesia católica y Franco.
-
Carrillo,
¿es responsable o no de los fusilamientos de Paracuellos del Jarama?

Así lo aseguraba
Dimitrov, a la sazón factotum de la Komintern, en un documento que reproduzco en
mi libro. Creo que no existe ningún investigador serio que haya estudiado las
matanzas de Paracuellos que pueda eximir a Carrillo de la responsabilidad de los
asesinatos. Sin embargo, al mismo tiempo, como también señalo en el libro, creo
que la responsabilidad material y especialmente moral de aquel precedente de las
matanzas perpetradas por los soviéticos en Katyn o por los nazis en Baby Yar no
se reduce sólo a Santiago Carrillo.

¿Cree usted que el
rencor de unos y otros permanece todavía en la conciencia de los supervivientes
y descendientes de los dos bandos enfrentados? ¿Quién perdona más fácilmente?

Creo –con los matices
y las excepciones que se quiera– que en el bando vencedor se comenzó la tarea de
olvidar el horror ya en los años cuarenta, y la prueba es la práctica ausencia
de textos dedicados a recordar las atrocidades de los vencidos. Ese deseo de
olvidar –y resulta inexplicable– no fue asumido por los derrotados hasta los
años sesenta. Finalmente, el haraquiri de las instituciones de los vencedores
durante la Transición, la instauración de una monarquía para todos y la mano
tendida a una izquierda que tenía escaso peso popular antes de 1977, permitieron
hacer tabla rasa del pasado. Quizá por eso resulta tan lamentable que en los
últimos tiempos se haya llevado a cabo el intento de crear una visión
«políticamente correcta» –y documentalmente falsa– de la Guerra Civil, que no
sirve a la asunción del pasado y a la reconciliación, sino a intereses políticos
y mediáticos sospechosos. No son los pueblos que falsean u olvidan la Historia
los que la superan, sino los que la recuerdan tal como fue y la asumen
aprendiendo las lecciones pertinentes.



Ultima visita de SS. Juan
Pablo II a España
 
El pasado domingo
4 de mayo en Madrid, España vivió uno de los mayores acontecimientos que pocas
veces se repiten en la historia de la Iglesia católica, la canonización de cinco
beatos españoles. Desde 1622 no se producía un fenómeno semejante. En aquel año,
se elevó a los altares a Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San
Francisco Javier y San Isidro Labrador. El pasado domingo fueron cinco los
españoles añadidos a la enorme lista de Santos: los sacerdotes Pedro Poveda
Castroverde y José María Rubio, y las religiosas Genoveva Torres, Ángela de la
Cruz y Maravillas de Jesús. Los nuevos cinco santos tienen en común el ser
españoles y contemporáneos del pasado siglo XX. En palabras de Juan Pablo II,
los nuevos santos “se presentan hoy ante nosotros como verdaderos discípulos
del Señor y testigos de su Resurrección
”. Pidiendo a los españoles, que
imitemos la vida de los cristianos santificados el pasado domingo.
Aquella espléndida mañana en la plaza de Colón,
durante la homilía, el Santo Padre subrayó en la misa de canonización:

Sed testigos de mi
resurrección
(Lc. 24, 46-48), Jesús dice a sus Apóstoles en el relato del
Evangelio apenas proclamado. Misión difícil y exigente, confiada a hombres que
aún no se atreven a mostrarse en público por miedo de ser reconocidos como
discípulos del Nazareno. No obstante, la primera lectura nos ha presentado a
Pedro que, una vez recibido el Espíritu Santo en Pentecostés, tiene la valentía
de proclamar ante el pueblo la resurrección de Jesús y exhortar al
arrepentimiento y a la conversión
”. Mencionando más adelante:

Los nuevos santos se presentan hoy ante
nosotros como verdaderos discípulos del Señor y testigos de su Resurrección
”.
Luego describió los aspectos más destacados de cada uno de los nuevos santos.
Aparte de los otros tres beatos, SS. Juan Pablo II, dijo del entonces padre
Pedro Poveda, nacido en Linares (Jaén), en 1874: “Fue maestro de oración,
pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y la ciencia
”.
El cual, inició su ministerio entre los pobres de las cuevas de Guadix
(Granada), pero a pesar de su labor humanitaria tropezó con múltiples
incomprensiones de la época que le llevaron a retirarse a Madrid, donde fundó la
Institución Teresiana. Al iniciarse la guerra, el Padre Poveda al ser detenido
en su domicilio por un grupo de milicianos que acto seguido, lo conducirían al
martirio, les respondió “soy sacerdote de Jesucristo”. Su cuerpo,
apareciendo junto a las tapias del cementerio del Este, el día 28 de julio de
1936, convirtiéndose en uno más de los miles “nuevos mártires de la fe”, como
consecuencia de la persecución religiosa dentro de la guerra civil española.
La Madre Maravillas víctima también de la misma
persecución, pasaba las noches en oración junto al monumento del Sagrado Corazón
del Cerro de los Ángeles, esperando salir con su comunidad de un momento a otro,
aún exponiendo su vida, si llegara el momento de defender la sagrada imagen en
caso de ser profanada. En julio de 1936 las Carmelitas fueron expulsadas de su
convento y llevadas detenidas a las Ursulinas
de Getafe. Más tarde, se refugiaron en un piso de la calle Claudio Coello de
Madrid, viviendo tiempos de observancia y de heroísmo durante los catorce meses
en los que no faltaron registros y amenazas, como otros cientos y cientos de
madrileños.
Durante la ceremonia de canonización el Santo
Padre dijo de ella: “Santa Maravillas de Jesús
vivió animada por una fe heroica, plasmada en la respuesta a una vocación
austera, poniendo a Dios como centro de su existencia. Superadas las tristes
circunstancias de la Guerra Civil española, realizó nuevas fundaciones de la
Orden del Carmelo presididas por el espíritu característico de la reforma
teresiana. Su vida contemplativa y la clausura del monasterio no le impidieron
atender a las necesidades de las personas que trataba y a promover obras
sociales y caritativas a su alrededor”.

Sería a partir
del 4 de marzo de 1939, cuando la Madre Maravillas,
junto con un grupo de monjas volverían a recuperar el convento del Cerro de los
Ángeles completamente destruido, restaurándolo
con gran esfuerzo para la vida comunitaria, en junio del mismo año.
Con el lema
elegido por los Obispos “Seréis mis testigos”, mandato con el que
Jesucristo envió a sus discípulos a la misión evangelizadora, el Santo Padre,
quiso dejarnos con su mensaje, un testimonio de esperanza, de fe y de evangelio.
Lo mismo que en los inolvidables viajes de 1982, 1986, 1989 y 1993, cuando nos
mostró la meta de nuestra esperanza y el fundamento de nuestra fe. Así, en sus
veinticinco años de ministerio apostólico, el Papa nos ha alentando sin descanso
con la palabra a ser testigos de Jesucristo muerto y resucitado.
Y es que desde
hace dos milenios, la Iglesia católica ha estado a punto de desaparecer en
multitud de ocasiones. Por ejemplo, con Miguel Cerulario y la crisis iconoclasta
en el siglo XI, con el cisma de Aviñón o con la Reforma luterana. Pero, qué
casualidad: cual ave fénix, la Iglesia católica siempre renació de sus aparentes
cenizas. Gracias a españoles como Sto. Domingo de Guzmán, fundador de los
dominicos, orden a la que pertenecía el gran Sto. Tomás de Aquino, y San Ignacio
de Loyola, fundador este último de un contingente de sacerdotes que, desde la
atalaya de la formación intelectual, defendieron a toda costa aquella iglesia
que a mediados del siglo XVI estaba prácticamente desahuciada. Sin embargo hoy
día, cuando lo que prevalece es el racionalismo, bajo las sombras de la
Ilustración, la prepotencia del Positivismo y un generalizado laicismo, hacen
que más de uno se plantee si los valores del catolicismo son de esta o de otra
época.
Parece ser, que
muchos españoles son más proclives a estas doctrinas, incluida la de Marx, al
seguir creyendo que “la religión es el opio del pueblo”, o con aquella
ingeniosa y ocurrente frase de Manuel Azaña: “España ha dejado de ser
católica
”. Pues sí, la Iglesia persiste ante cualquier envite y España sigue
siendo católica aunque la Constitución no lo reconozca explícitamente. Casi
setenta años después, los españoles, y en particular los madrileños, ya no
practican aquel deporte de quemar iglesias, sino todo lo contrario: el de poner
en los balcones, como prueba de adhesión, la bandera roja y gualda junto a la
foto de SS. Juan Pablo II.
Como el propio Pontífice ha señalado en esta su
última visita, la Iglesia no puede ser identificada con ningún régimen u opción
política. A excepción hecha naturalmente, por todos aquellos cuyo programa
político-social, es precisamente erradicar a cualquier precio el vestigio de fe
o sentimiento religioso en aras de un ideal de modernidad, negando cualquier
representación moral y cristiana de tantos millones de españoles. Así ocurrió en
el pasado siglo que fue testigo de las más devastadoras consecuencias de la
aplicación de este tipo de credos, cuando se quiso anular la dimensión
espiritual del hombre en aras de un ideal colectivista, a través de un
proletariado de corte comunista. El mismo Juan Pablo II pudo comprobar en
Polonia durante su infancia y juventud, como fue sometida al yugo marxista, y
cómo se llegó a la más alta locura humana de todos los tiempos en los campos de
exterminio nazis. Pero hay quien olvida la historia, y que en la España de 1936
también ocurrieron hechos similares, entre ellos, la mayor matanza de
sacerdotes, religiosos y laicos asesinados en Paracuellos de Jarama y en otros
tantos lugares, víctimas de la fe,  predecesores de aquel horroroso
Holocausto.
Con su mensaje, Juan Pablo II nos ha
reconfortado a todos los católicos españoles frente a un laicismo progresivo y
un aparente relativismo moral, así como a las constantes campañas de
desprestigio con que la izquierda intelectual domina el actual panorama
mediático en España. Por lo que al respecto, en la canonización del pasado
domingo dijo: no se puede ignorar la constante insidia de la
mediocridad en la vida espiritual, del aburguesamiento progresivo, de la
mentalidad consumista, del afán por la eficiencia y la desmesura del activismo
”.

Como corolario de esta realidad, SS. Juan
Pablo II exhortó a todos los españoles a “no abandonar ni romper con sus
raíces cristianas, parte esencial e imprescindible de su ser colectivo, de su
historia y de su cultura
”.
Pues bien: no rompamos nuestras raíces
cristianas ni olvidemos los que dieron su vida por defenderla. Hace ya bastantes
años, SS. Pío XII, decía: “¿Cómo es posible que los españoles hayan podido
tan fácilmente olvidar a sus Mártires de los años 1936-39, a los que yo me
encomiendo cada día
?”. Y no hace mucho tiempo, SS. Juan Pablo II al
beatificar a mártires del mismo periodo revolucionario, pronunció esta frase: “Por
eso no olvidemos a los mártires de nuestro tiempo. No nos comportemos como si no
existieran
”.
Por último, en la plaza de Colón,
Juan Pablo II pidió a los religiosos que salvaguarden “tanto la fidelidad a
la experiencia primigenia como el modo de responder adecuadamente a las
exigencias cambiantes de cada momento histórico
”, al tiempo que les instó a
proseguir “su camino de fidelidad dinámica a la propia vocación y misión”,
teniendo en cuenta que “la humanidad tiene sed de testigos auténticos de
Cristo
” y que “la cualidad espiritual de la vida consagrada es lo que
impacta a las personas de nuestro tiempo, sedientas también de valores
absolutos”.
Al término de la
canonización, el Santo Padre, se despidió diciendo: “Al concluir esta
celebración, en la que he canonizado a cinco nuevos Santos, quiero dar gracias a
Dios que me ha permitido realizar el quinto viaje apostólico a vuestra Nación,
tierra de fieles hijos de la Iglesia que ha dado tantos santos y misioneros. Mi
primera visita tuvo como lema «Testigo de la esperanza»; y esta vez ha tenido
«Seréis mis testigos». Recordad siempre que el distintivo de los cristianos es
dar testimonio audaz y valiente de Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra
salvación.”
Después de
reiterar su agradecimiento a Sus Majestades los Reyes de España, Familia Real,
Gobierno y Autoridades de la Nación, y al Señor Cardenal Arzobispo de Madrid por
su invitación y acogida, dijo a continuación:
     
Saludo,
además, con gran afecto a los numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas, a
tantos jóvenes, familias, hombres y mujeres de buena voluntad. Me llevo el
recuerdo de vuestros rostros esperanzados, que he encontrado estos días, y
comprometidos con Jesucristo y su Evangelio. Sois depositarios de una rica
herencia espiritual que debe ser capaz de dinamizar vuestra vitalidad cristiana,
unida al gran amor a la Iglesia y al Sucesor de Pedro.
      
Con mis brazos
abiertos os llevo a todos en mi corazón. El recuerdo de estos días se hará
oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la
esperanza cristiana que no defrauda. Y con gran afecto os digo, como en la
primera vez,

¡Hasta siempre
España
! ¡Hasta siempre, tierra de

María
!”.
Hasta aquí el escrito oficial. Pero Juan Pablo
II añadió a continuación las siguientes palabras: “Aunque os haya costado
sacrificio ha merecido la pena. La Plaza de Colón se ha convertido en un gran
templo para acoger la celebración que hemos rezado con devoción y se ha cantado
con esmero. Nos encontramos en el corazón de Madrid, cerca de grandes museos,
bibliotecas y otros centros de cultura fundada en la fe cristiana que España,
parte de Europa, que ha sabido luego ofrecer a América con su organización y
después en otras parte del mundo. El lugar evoca pues la vocación de los
católicos españoles a ser constructores de Europa y solidarios con el resto del
mundo. España evangelizada. España evangelizadora. Ese es el camino. No
descuidéis nunca esa misión que hizo noble a vuestro país en el pasado y en este
momento intrépido para el futuro. Gracias a la juventud española que ayer vino
tan numerosa para demostrar a la moderna sociedad que se puede ser moderno y
profundamente fiel a Jesucristo. La juventud es la llama de esperanza para el
futuro de España y de la Europa cristiana. El futuro les pertenece. De nuevo me
voy contento. Adiós España. Adiós ciudad de Madrid. Que Dios os bendiga.”

 
Por José Manuel de
Ezpeleta

OTRO 
HOMENAJE  AL  GENOCIDA

La Nación. nº 395, Pág. 6 del 4 de junio de 2003.

Hemos llegado a la firme convicción de que los más destacados franquistas, los
que durante años chuparon de la teta del “Régimen anterior”, se están
convirtiendo en miserables personajes. Produce auténticas náuseas, él
escucharles hablar sobre funestos personajillos del bando rojo en la Cruzada de
Liberación Nacional. Ya escribimos, en su día, del grotesco homenaje que en el
mismísimo Ministerio de la Gobernación, se le ofreció a este siniestro
personaje, al genocida Carrillo, en el que se le entregó una peluca y una
gabardina. También aquí, como en el acto de hace unos días, fue figura destacada
Martín Villa. ¡Da vergüenza!.
A finales del pasado mes de marzo, se le hizo entrega
del premio “Fernando Abril Martorell”, por parte de la Fundación del citado ex
ministro, por Luis Leal. Presentes en el acto, toda una muestra de sujetos que
parece increíble que alguno llegara a ser ministro, antes o inmediatamente
después de muerto Franco, y hasta hijos de ministros del Caudillo. Para su
vergüenza, si aún la tienen, allí estaban presentes, junto al incombustible
Martín Villa, entre otros, Rafael Arias Salgado y Landelino Lavilla.
Todos estos sujetos, algunos reconocidos perjuros, no
se detuvieron ni un momento a pensar la clase de indeseables al que iban a
homenajear. Un destacado genocida autor directo unas veces, e indirecto otras,
del asesinato de miles de honrados y destacados españoles –el episodio del
asesinato del Duque de Veragua, Cristóbal Colón, donde ordenó hasta que le
cortaran el dedo, para hacerse con un valioso anillo- es espeluznante. Tampoco
recordaron sus palabras poco antes de la muerte de Franco, dirigidas a su
heredero, a título de Rey, Juan Carlos de Borbón, cargadas de amenazas y de
desprecio hacia la figura del entonces príncipe de España. Comprendemos la gran
indignación de los familiares de los diez mil asesinados en Paracuellos de
Jarama por órdenes de este siniestro Santiago Carrillo.
En un programa de Televisión Española, emitido hace
años, que dirigía una chica que creo recordar que se llamaba Nieves Herrero, a
preguntas sobre su responsabilidad en aquellos horrendos crímenes, Carrillo
contestó sin inmutarse: “Yo sólo soy responsable de unos dos mil ejecutados,
pues eran militares que había que evitar que formaran una quinta columna”. Esto
lo pudieron ver y escuchar millones de españoles, que no salían de su asombro,
especialmente los familiares de estos dos mil asesinados, por órdenes directas
de Carrillo, en Paracuellos del Jarama.
Aunque no tenga relación directa con lo anterior, lo
que ha estado ocurriendo con las manifestaciones contra la guerra en Iraq, tiene
su miga. Profusión de banderas republicanas y de la comunista con la hoz y el
martillo, y al frente de ellas los más altos cargos del Partido Socialista y de
los comunistas de Izquierda Unida. En esta ocasión, ni la Agencia EFE, tan
diligente cuando grupos de jóvenes patriotas enarbolaban la bandera española, la
bandera nacional, así como la prensa, radio y televisión nacionales, se
desgañitan afirmando que “unos ultras” provocan con la exhibición de la bandera
nacional con el Águila de San Juan (que es perfectamente constitucional, hasta
el extremo de que tal Águila figura en la propia encuadernación del original de
la Constitución) estos mismos medios de comunicación no han dicho ni una sola
palabra, ni por supuesto han protestado, por la escandalosa exhibición de
auténticas banderas anticonstitucionales en las que hemos referido. Es la ley
del embudo, la ley de los cobardes.





EL RISCO DE LA NAVA


GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS
CAÍDOS
Nº 161 – 8 de
abril de 2003

 


¿Quiénes fueron los culpables de la Guerra Civil?


 

 

Por

Mario Tecglen
La opinión reinante. El
pensamiento único. Esa especie de pacto tácito que tenemos que soportar a diario
a través de cualquier letra impresa, nos repiten hasta la saciedad; nos
restriegan en cada ocasión, que cuando los españoles vivían la paz de su Idílica
República, unos militarones, en connivencia con unos señoritos fascistas,
rompieron aquel edén y nos empujaron a una terrible guerra fratricida.
Han insistido tanto, tanto, que hasta mis hijos se lo están creyendo. Pero, mira
por donde, un insólito personaje, Pío Moa, comunista activo hasta el punto de
ser miembro del GRAPO, se ha dedicado a consultar documentos, hemerotecas y
testimonios, y está sacando a relucir hechos concretos que demuestran la
realidad histórica dejando con el culo al aire las mentiras al uso y a sus
mentirosos. Pero, además, a él, como es comunista con curriculum, se lo
publican.
Después de su entrevista en TV con Carlos Dávila el pasado 19 de febrero, se han
escuchado en los medios de comunicación las conocidas voces del pensamiento
único que lo ponían a caldo. Pero al que suscribe, habituado a soportar la
machacona cantinela de omitir, o falsear, o inventar, o tergiversar cualquier
tema que entrañe algo relativo a los tiempos pasados, le sorprendió, sí, pero
muy gratamente.
Aclara Moa, sin lugar a la menor duda, que en el tristemente célebre bombardeo
de Guernica murieron 120 personas, y no 1.300, como han afirmado los más
comedidos, ni 3.000, como llegaron a asegurar los más mendaces.
Fue para mi una auténtica gozada cuando escuché por la tele a Pío Moa afirmar
que la República, realmente, se acabó el 16 de febrero de 1936, cuando el Frente
Popular ganó las elecciones generales. Y su comentario, a raíz de ello, respecto
a la forma en que tildaban de «botarates» a los moderados republicanos.
A ello me cumple añadir que en muchos casos a los botarates les consideraron
enemigos de la «Dictadura del Proletariado» y los quitaron de en medio; como
hicieron con Manuel Rico Avello y con Melquiades Álvarez; ambos conspicuos
líderes republicanos, que cayeron en la Cárcel Modelo de Madrid, junto a Julio
Ruiz de Alda y Fernando Primo de Rivera, en agosto de 1936.
No estoy, en cambio, en absoluto de acuerdo cuando puntualiza que el número de
fusilados en ambas retaguardias fue muy similar.
Sin conocer las cifras, porque, que yo sepa, no se han publicado; pero usando
simplemente el sentido común, cae de su peso que los caídos en Madrid, sólo
entre Paracuellos, las tapias del Cementerio del Este, la Cuesta de la Vega, La
Pradera de San Isidro... etc., más los miles de fusilados en la Playa del Saler
de Valencia, más los miles de monárquicos y terratenientes que mataron en
cientos de pueblos castellanos, andaluces, y murcianos, más los fusilados en
Barcelona, y en Gerona, y en Santander, no admiten una comparación razonable; e
inducen a rechazar tal afirmación.
Es doloroso e injusto que una y otra vez así lo afirmen, creando confusión en
toda la gente joven y menos joven. Y sería muy deseable que los buenos
historiadores cuantificaran estas muertes con cierto rigor, y publicaran su
justa realidad.
Pero lo más relevante de su entrevista fue cuando Moa se atrevió a plantear ante
las cámaras que los verdaderos responsables de la Guerra Civil fueron Largo
Caballero y Alcalá Zamora. (¡Oh! Pero que dice este insensato. Habrán exclamado
los del «pensamiento único»).
El tema es de lo más interesante y complejo, y yo también me voy a atrever a
expresar mi versión.
La cosa viene de muy atrás. Las injusticias sociales en los trabajadores del
campo, con jornadas de diez, once y hasta doce horas, ya desde 1875, exigían
salir de la oscuridad en que se encontraban durante siglos. De una población
activa de siete millones de trabajadores, tan sólo 900.000 eran industriales.
Aquella era una España agraria y rural en la que las consignas de los sindicatos
marxistas cayeron como semillas en terreno abonado. Y los trabajadores,
entonces, se organizaron y, en consecuencia, comenzaron los enfrentamientos.
Ya José Antonio, en su discurso fundacional, defendía al socialismo «como una
reacción legítima contra el caciquismo liberal», aunque repudiara la lucha de
clases.
La República del 14 de abril de 1931 pudo ser la oportunidad idónea para
intentar ese deseado equilibrio entre los hombres y entre las tierras de España,
y así parecía cuando Manuel Azaña, intelectual frío e inteligente, declaró,
rebosando buena fe, que se afanaría para conseguir «Un Marco de Convivencia para
una España obviamente escindida». Pero, ¿cómo habían de instrumentar ese
deseable Marco de Convivencia? Pues sólo por medio de la Constitución pendiente.
Y es entonces, al redactar la Constitución, cuando falla el sistema. Los nuevos
republicanos se reúnen prescindiendo de la necesaria representación de la España
tradicional y católica que había supuesto más de la mitad de los votos en las
elecciones municipales del 12 de abril de 1931. O sea: La Constitución
Republicana de julio de 1931 se aprobó sin consenso.
El principal responsable de esa cojera representativa no cabe duda de que era
Alcalá Zamora, presidente de la República. Pero fue Manuel Azaña, presidente del
Gobierno y ministro de la Guerra, el que decretó inmediatamente la expulsión de
los jesuitas. Aquello fue un duro golpe a la Iglesia. Una contradicción en
cuanto a las libertades y a la convivencia que tanto habían pregonado. Y un
ultraje para los miles de padres católicos cuyos hijos se formaban en sus aulas.
Después llegaron otros decretos; como el que ordenaba retirar los crucifijos de
las escuelas y un largo etc., que colocaban a Azaña, claramente, como enemigo de
la España tradicional y de la Iglesia Católica. Y es aquel sentimiento
anticatólico, unido al paro obrero y al hambre que afecta a las clases más
adictas a la República, lo que provoca una decepción generalizada, que
rápidamente aprovechan los partidos y los sindicatos marxistas.
A Largo Caballero, el Lenin Español, siempre le pareció que sólo mediante la
confrontación violenta se conseguiría implantar la República Libertaria que
deseaban los trabajadores, y conforme a ese criterio, largamente expuesto, se
comportó abiertamente en todas y cada una de sus actuaciones, conducta que
recogen, unánimemente, la mayoría de los historiadores.
Son por tanto, a juicio del que suscribe, esos dos personajes: Azaña y Largo
Caballero, los que traicionaron la convivencia republicana y provocaron los
graves enfrentamientos que acabaron en la Guerra Civil.
Hoy, Pío Moa, a través de sus libros y entrevistas, está realizando un servicio
a la Verdad, de la que tan escasos estamos. Por lo que, olvidándome de su pasado
y en nombre de ella; o sea de la Verdad, me es grato enviarle mi felicitación
expresa.
Pienso que fue Azaña, más que Alcalá Zamora, el principal redactor de la
Constitución, no consensuada, de julio de 1931, de la que surgieron los decretos
de expulsión de los Jesuitas;  la retirada de los crucifijos de las
escuelas, y las limitaciones a los colegios religiosos. Fue así como Azaña se
enfrentó con un altísimo número de católicos españoles, casi todos
tradicionalistas y votantes de la CEDA y, a partir de ahí, es cuando se
comenzaron a perfilar, cada vez más claramente, las dos Españas
irreconciliables.
Manuel Azaña, quizá de buena fe, quiso llenar de contenido su frase máxima:
«Conseguir un marco de convivencia para una España obviamente escindida», y al
acobardarse ante las bravatas de los libertarios, dejó los ánimos dispuestos
para un enfrentamiento, lo que a Largo Caballero, el Lenin Español, le pareció
siempre el mejor  camino posible para conseguir sus objetivos.
En cambio, la CEDA, conservadores, moderados, sin apoyo ideológico, llevaban las
de perder. El marxismo, dominante en casi toda Europa, resultaba potencialmente
triunfador.
Fueron por tanto a mi juicio, Azaña -y no Alcalá Zamora- y Largo Caballero los
más directos responsables del conflicto, ante una derecha acobardada que, aún
con las elecciones ganadas, no supo, o no pudo, imponerse.





LA CONDENA DEL 36
ABC de 16 de febrero de 2001 
Por   Jaime Campmany
‘Otra estratagema de Arzallus. Ahora, ni los unos están en el alzamiento del 36
ni los otros están en la revolución del 34. Aquí, los únicos dinamiteros que
quedan son los que mueven el árbol para que Arzallus recoja las nueces’
Javier Arzallus ha subido al desván de la Historia y ha bajado con una condena
al alzamiento militar de 1936.. De aquello hace más de dos tercios de siglo, a
buenas horas, mangas verdes, y además es imposible considerarlo desde cualquier
punto de vista (militar, político, social o religioso, en definitiva, histórico)
como un hecho aislado, llegamos hasta la estratagema de Galba y la muerte de
Viriato.
Hala, venid y vamos todos a condenar el alzamiento militar del 36. ¡Toma, y a la
revolución de Asturias del 34, y la quema de conventos, y la represión de Casas
Viejas, ni heridos ni prisioneros, tiros en la barriga, y el asesinato de
Calvo-Sotelo, y el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, y luego el de
Companys y muchos más, y los ‘paseos’, y la Brigada del Amanecer, y el crimen de
García Lorca, y el de Maeztu, y el de Muñoz Seca, y el de Víctor Pradera, padre
e hijo, y la persecución religiosa, curas y frailes a miles, prelados a docenas,
quema de iglesias, ahí está el libro de Antonio Montero, inencontrable hoy,
mejor olvidar aquello, el martirologio cordobés de Abderrahman fue como un
aperitivo, fusilaron incluso al Corazón de Jesús, que no se movía, y la masacre
de Paracuellos, y la matanza de marinos en Cartagena, al mar, al mar, cada
marino con su piedra al cuello, y el horror de la plaza de toros de Badajoz, y
el bombardeo de la Legión Condor, y los tanques rusos aplastando España, y las
ciudades tomadas a saco, y la lavativa de cemento, y el Batallón Garibaldi, y
las Brigadas Internacionales, y el ‘cinturón de hierro de Bilbao’ por un lado, y
la IV de Navarra por otro, y la checa de Fomento, y otras, y la orgía, coño, lo
que se sabe!
Y ya con el anatema en la mano, vamos a condenar también la dictadura y la
dictablanda, y la bomba de Mateo Morral, y la guerra de África con sus soldados
de cuota y su ‘Expediente Picasso’, y los asesinatos de Canovas, de Sagasta y de
Eduardo Dato, y el de Prim, en la calle del Turco le mataron a Prim, metidito en
su coche con la Guardia Civil, y el caballo de Pavía irrumpiendo en el Congreso
mientras sus señorías se arrojaban por las ventanas, y el tricornio de Tejero y
el ‘Elefante Blanco’, que caen más cerca, y el rayadillo acribillado de la
guerra de Cuba, y los últimos de Filipinas, y las guerras carlistas,
Zumalacárregui con la boinaza, y la campana de Huesca, las cabezas como Badajoz,
y Alfonso III el Magno, que le sacó los ojos a sus cuatro hermanos, y el traidor
de Oppas, y el conde don Julián, y la carbonada de Bellido Dolfos, y de paso,
como el que no quiere la cosa, ánimo señor Arzallus, vamos a condenar los
crímenes etarras que nos vienen diezmando sin ton ni son, sólo porque hay
algunos vascos que quieren estar siempre tirando peñascos desde Roncesvalles,
ese entretenimiento.
Porque ahí está la madre del cordero. Vamos a condenar el alzamiento del 36, y a
‘Islero’ que mató a Manolete, y a Caín que mató a su hermano con la quijada de
burro, y nos olvidamos de condenar a la ETA, que es lo que hoy, y ayer, y
mañana, está matando aquí, sin sentido y sin descanso. De aquello, de lo del 36,
todos somos hijos, porque todos nuestros padres estaban en aquellas trincheras,
a un lado o al otro, y no vale seguir insultándonos desde un nuevo Altavoz del
Frente. El padre de Arzallus, por cierto, estaba con la boina y el detente. Pero
ahora, ni los unos están en el alzamiento del 36 ni los otros están en la
revolución del 34. Aquí, los únicos dinamiteros que quedan son los que mueven el
árbol para que Arzallus recoja las nueces. El 36 es cosa del desván, y la ETA es
un asunto de tanatorio.




Gentes


Mártires

ALFA OMEGA nº 336
9 de enero de
2003
 
Por Javier 
Parede
s

 

Dieciocho de julio de 1936,
comienza la guerra civil española y se desata la persecución religiosa. Ahora sí
que se va a producir de verdad el martirio de las personas. Madrid es el
peor sitio de España para creer en Dios. Los milicianos han detenido a unas
treinta personas porque huelen a cera. Les han sorprendido en una iglesia
rezando el Rosario y les encierran hasta decidir su castigo.


Por fin a uno de ellos se le ocurre una pena que todos aprueban. Suben a sus
prisioneros en un camión y atraviesan el parque del Retiro, justo por donde el
Ayuntamiento de Madrid, desde hace tiempo, ha erigido un monumento en honor a
Satanás, que todavía, al día de hoy, no se ha atrevido a quitar ningún alcalde.
Y llegan al zoológico que, en esos tiempos, se llama la Casa de Fieras. Los osos
y los leones están hambrientos, porque desde que estalló la guerra no hay comida
ni para las personas. Para saciarles, arrojan los prisioneros a las fieras. A
unos cuantos les acortan el tormento, porque les revientan la cabeza a balazos
antes de que se los coman las bestias. De la persecución religiosa de estos
años...
 Datos: 13 obispos asesinados, además de uno de cada siete sacerdotes y uno de
cada cinco religiosos; en total fueron martirizados 4.184 sacerdotes, 2.365
frailes, y 283 monjas, a lo que hay que añadir un número de laicos imposible de
calcular. Para los católicos españoles parece el fin; para sus perseguidores ni
siquiera lo parece, están convencidos de que lo es. El 5 de marzo de 1937, el
Secretario General del partido comunista, José Díaz, afirma lo siguiente: «En
las provincias en que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado
en mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia, en España, está hoy
aniquilada».

 Y Madrid está
controlada por los comunistas. En la ciudad todos son sospechosos, si no tienen
algún carnet de los de su bando, si no demuestran que son de los suyos. Se pide
la documentación por las calles y ningún escondite es seguro, porque es la hora
del odio y de la venganza que practican los delatores.
 La anarquía se ha apoderado de una sociedad descompuesta y los más sanguinarios
se convierten en jueces. Se puede registrar cualquier casa particular sin
necesidad de una orden judicial; para que abran, es suficiente con utilizar la
culata del fusil como picaporte. Pero ninguno de estos hechos tendrá una condena
parlamentaria.
 Aunque la Historia grite, ellos callarán, porque desde hace un tiempo, de
algunos temas, ya no hablan. Pero tampoco les hace falta su condena, porque
quienes mueren perdonando no necesitan la condena de ningún Parlamento para
justificarse ante la Historia.

 Otra
forma de revancha...
FUERZA NUEVA Nº 1275
Por Ángel Ruíz Ayúcar
La memoria
hemipléjica



 En la crónica anterior denunciaba el empeño de los rojos en ganar,
por la propaganda, la guerra que perdieron por las armas. Magro consuelo. No
merecía la pena ocuparse del tema, si no fuera porque, con el griterío de unos y
el silencio de otros, se está realizando la más burda falsificación de un
periodo de la Historia de España, junto a la cual la Leyenda Negra se convierte
en historieta de tebeo. La insistencia en crear memoria hemipléjica, que sólo
atienda a los rencores de un lado, nos obliga a recrearla toda entera.
El último intento, por ahora, de manipular la historia de la guerra y sus
consecuencias, ha sido el análisis, "desde distintas perspectivas", que El País
ha publicado de la resolución aprobada por todos los grupos parlamentarios, el
20 de noviembre, en el 27 aniversario de la muerte de Franco, en la que se
condena "el uso de la violencia para imponer convicciones políticas" y se
reafirma "el reconocimiento moral de las víctimas de la guerra civil". De una
condena tan amplia y genérica poco habría que decir, si no fuera porque, a
continuación, se pide el reconocimiento moral "de cuantos padecieron la
represión de la dictadura franquista", lo que apunta claramente adónde se
dirigen los tiros, sobre todo cuando no hay ninguna alusión a "cuantos
padecieron la represión de la dictadura marxista", en la que fue zona roja.

Las diferentes perspectivas que dice publicar el periódico son, en primer lugar,
un artículo, con foto -dice- de unos pobres niños expatriados a Francia por los
rojos, firmado por un tal Emilio Silva, que, según se indica, es "presidente de
la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica". Dado el cargo que
ocupa, vamos a ayudarle a recuperarla.
Dice el referido señor que si no seguimos el proceso de países como Alemania y
Francia, en la revisión del pasado "relacionado con el fascismo", seguiremos
sufriendo los efectos que causó directamente la dictadura. El planteamiento
resulta orientativo. Alaba la intervención en Francia y Alemania de la revisión
del pasado relacionado con el fascismo, pero ni una palabra del relacionado con
el comunismo, a pesar de que media Alemania quedó esclavizada de Moscú y sirvió
de escenario al muro de la vergüenza, derribado en 1988 por la ira de los
propios alemanes esclavizados. Tampoco estaría de más hablar de la represión
sufrida por los franceses llamados "colaboracionistas", sobre la que se han
publicado estudios estremecedores, a los que el señor Silva puede tener acceso.
Pero ese lado de la cuestión parece que a él no le interesa. Su planteamiento es
tan simple como simplista: fascismo malo, comunismo bueno. Al menos, a la
actuación de los comunistas en España (¿ha oído hablar de Paracuellos?) no le
dedica atención alguna.
Habla luego de uno de los temas recurrentes de la campaña antifranquista puesta
de moda: la exhumación de los cadáveres de algunos fusilados en zona nacional
durante la guerra. Y asegura que ciertos habitantes de la región no hablan del
tema por miedo a que "en algún momento puedan aparecer por allí de nuevo los
falangistas". Dice que hay españoles que siguen teniendo miedo, pero no se
refiere a los que viven bajo el terror de ETA y tienen que ir con escolta, sino
a los que sufrieron la muerte de familiares en zona nacional, pero con el olvido
de los que la sufrieron en zona roja. Si nos ponemos a desenterrar muertos, es
posible que el señor Silva perdiera todo interés por recuperar la memoria.
Pues eso, que se estudie la Historia
Como cuando dice que miles de españoles, simpatizantes del bando nacional,
participaron o aplaudieron las violaciones de los derechos humanos después de la
guerra civil. ¿Y cuántos participaron en hechos parecidos, en la zona roja, o
los aplaudieron? Con una diferencia importante: los encarcelados o ejecutados
por los crímenes cometidos en zona roja, no lo hubieran sido si no hubieran
asesinado antes. ¿Quiere pensar, por un momento, cuál hubiera sido la represión,
si hubieran ganado los rojos? Eso a él no le importa. Él, a lo suyo. Se lamenta
de que los jóvenes no hayan estudiado "ni la Segunda República, ni la guerra
civil, ni la dictadura franquista". Pues de acuerdo, que se estudie. La
República con su quema de conventos; con la represión de Casas Viejas; con la
revolución de Asturias contra el Gobierno legítimo porque habían perdido las
elecciones; con la bolchevización de la zona roja, la represión, la anarquía y
el hambre que los llevó a  mandar a los niños al exilio, mientras en zona
nacional dimos de comer a los nuestros. ¡Venga, a contarlo todo y no sólo la
mitad, además adulterada!
En cuanto a la otra "perspectiva" del tema que presenta El País, la firma un
diputado del PP, llamado Manuel Atienza. Una perspectiva "correctamente
política", que se puede reducir a un "tós somos buenos" y vamos a olvidar, con
una alusión cariñosa a "la oposición democrática al franquismo". Si alguien
quiere creer que con estos artículos se ha dado voz a las dos partes en litigio,
es que considera a los lectores tontos de baba.


Vergonzante acuerdo en el Congreso de los Diputados...
 
Fuerza Nueva nº
1275
Por Miguel Jiménez Marrero
Olvidaron la horrible represión
marxista-comunista del Frente Popular



El 20 de noviembre de 2002 fue otro día que produce vergüenza ajena. El Congreso
de los Diputados acordaba por unanimidad condenar el Régimen presidido por el
Generalísimo Franco, añadiendo el infumable Alfonso Guerra que no se podía
olvidar la represión franquista ni a los exiliados republicanos.

La noticia, una vez más, dejó atónitos a los españoles decentes que aún viven y
que no olvidan. Lo primero que causó este asombro fue que, esta vez, el Partido
Popular se sumara a la infamia, a la trampa que el marxismo-comunismo y
separatistas le habían tendido, y lo segundo, que el partido del que es nada
menos que presidente de honor Manuel Fraga y en que militan buen número de
quienes, en su día, sirvieron leal y eficazmente al Régimen anterior, entre
ellos, ministros, subsecretarios, directores generales, gobernadores, etc...
incluso el abuelo y el padre del propio presidente del actual Gobierno, con los
cuales tuvimos cierta amistad en su momento, desempeñaron con eficacia y lealtad
altos cargos durante el franquismo, se sumara a ésta. Flaco servicio a gran
parte de la sociedad española.
¿Qué es lo que ha hecho esta falsa democracia inorgánica, además de prostituir a
gran parte de los medios de comunicación y de implantarnos la televisión basura;
de convertir en moneda corriente la general y galopante corrupción a todos los
niveles de la sociedad, especialmente entre los políticos; de la degeneración
moral de gran parte de la sociedad, especialmente entre la juventud, que ha
"fabricado", insistimos, esta partitocracia -que no democracia- que no gobierna?
¿Es que a los señores diputados marxistas y sus mariachis se les ha secado el
cerebro, y no recuerdan la situación de extrema miseria en que se encontraban
los trabajadores antes del 18 de Julio, sin Seguridad Social, sin viviendas, con
sueldos de miseria, etc...? ¿Es que -insistimos- se les ha secado el cerebro y
no recuerdan que fue precisamente la revolución social iniciada el 18 de Julio
la que concedió a todos los trabajadores españoles una avanzada Seguridad Social
inexistente el 18 de Julio, que cubre todas sus necesidades (enfermedad,
hospitalización, medicinas, jubilación, pagas extraordinarias, subsidio de paro,
subsidios familiares, el acceso a miles y miles de viviendas, el disfrute de
vacaciones pagadas, el contar con residencias de descanso por toda la geografía
nacional para el disfrute de estos trabajadores en sus vacaciones, el sembrar el
territorio nacional de Centros de Formación Profesional y crear las
Universidades Laborales? ¿Es que se olvidan, asimismo, de la implantación de los
convenios colectivos, la creación de las Magistraturas de Trabajo para la
defensa gratuita de los trabajadores, el acceso de estos trabajadores a los
Consejos de Administración de las empresas y un largo y larguísimo etc...?
¿Es que los señores diputados han perdido la dignidad y el más elemental sentido
de la responsabilidad, condenando a un Régimen del que se aprovecharon buen
número de estos mismos diputados, que, además de lo expuesto anteriormente,
salvó a España de la feroz dictadura comunista, y condena asimismo al Régimen
nacido el 18 de Julio por haberse atrevido a volcarse materialmente en
dignificar al trabajador, en acabar con el miserable proletariado, creando una
potente clase media?
La cadena de crímenes a cargo de los milicianos y de las checas cometidos
durante los primeros cinco meses después del 18 de Julio fueron realmente
impresionantes. El asalto al Cuartel de la Montaña y masivo asesinato de cuantos
se encontraban en su interior; el asalto a la Cárcel Modelo, asesinando
masivamente a presos, la casi totalidad políticos -incluidas varias
personalidades que ocuparon altos cargos en la República-, militares, juristas,
etc... El asesinato de centenares de sacerdotes, obispos, monjas, actos
vandálicos de toda índole, que culminarían con el aberrante asesinato, con el
tiro en la nuca, y arrojados a las zanjas previamente abiertas en Paracuellos de
Jarama, algunos todavía con vida, a 10.000 españoles de todas las edades y
condición social, obra canallesca del máximo responsable del comunismo, el
genocida Santiago Carrillo; del goteo de crímenes en los pueblos controlados por
los rojos, especialmente en Andalucía, relación que, bajo el título genérico de
Matanzas, viene publicando el semanario La Nación; el asesinato masivo de jefes
y oficiales de la Armada, en aguas de Málaga y Cartagena, después de someterlos
a infames humillaciones, etc...
Esto y mucho más es lo que los "ilustres" diputados ocultaron al aprobar la
condena del Régimen anterior. Con esta condena, también lo han hecho a la figura
del Rey de España, cuya fidelidad a Franco y su Régimen permaneció inmutable
hasta la muerte del Caudillo, e incluso hasta algunos meses después, dictando un
Decreto en el que pedía a todos los españoles que permanecieran fieles a la
memoria de un hombre que -según dijo- lo había dado todo en beneficio de España
y de los españoles. Otro tanto podemos decir del perjuro Adolfo Suárez, que
desde el oscuro puesto de un pueblo abulense llegó a ocupar -gracias a su
arribismo- altos cargos de responsabilidad en el Régimen presidido por el
Caudillo, especialmente en el campo de la comunicación, y que es del
conocimiento de todos los buenos españoles.

En resumen, que cada palo aguante su vela.



Casas Viejas es Casas Viejas

EL MUNDO (Diario de Andalucía)

18 de
marzo de 1998


Por 
Antonio Burgos

Tiene bastante razón ese amigo mío que dice que "todo empieza a no ser de donde
era". Treviño va a empezar a no ser de la provincia de Burgos, y Patricio
González quiere que Algeciras empiece a no ser provincia de Cádiz y que el Campo
de Gibraltar sea una provincia andaluza más. La décima, porque no es la novena
como dice Patricio: la novena provincia andaluza es la emigración a Cataluña. Y
ahora otro González, ¿será por González?, Francisco González, alcalde de Benalup
de Sidonia, ha decidido que Benalup empiece a no ser Benalup. Quiere desenterrar
el nombre antiguo y volver a ponerle al pueblo Casas Viejas. Entiendo que con
una voluntad de desandar la Historia hacia la reconciliación con nuestras
propias raíces. El franquismo había ocultado el nombre de Casas Viejas como la
amante sorprendida que esconde al maromo dentro del ropero. Franco, que era lo
menos concupiscente que ha despachado la Historia de España, hizo el santo del
ropero con Casas Viejas y luego la guardó dentro del armario. Lo que no sabía
Franco es que ahora cuando Francisco González ha abierto el ropero de tres
puertas de la Historia para que Benalup vuelva a ser Casas Viejas, nos hemos
encontrado con el cadáver de la choza de Seisdedos, y de la Guardia Civil, y del
tiros a la barriga que vaya usted a saber si lo dijo Azaña o no lo dijo Azaña.
Como también ha salido la preciosa leyenda del rosal de Seisdedos que Blas
Infante plantó en Villa Alegría, una leyenda de igual belleza que los rosales de
Mañara.
Está muy bien que Benalup
vuelva a ser Casas Viejas, y no lo de antes, que se escribía Benalup de Sidonia
pero en la conciencia de la Historia se seguía pronunciando Casas Viejas.
Hombre, puede comprenderse que aquel pueblo que se llamaba Asquerosa no quisiera
seguir siendo conocido por tal nombre, pero lo de Casas Viejas es que no
acertaba a comprenderlo. ¿Qué hay de infamante en Casas Viejas como para que se
le quisiera borrar hasta el nombre? La Historia es como es y no como quisiéramos
que fuera. Aunque fuera de Sidonia, lo de Benalup era realmente de Franco, como
Barbate de Franco, que también ha vuelto a ser Barbate a secas, o en todo caso
Barbate de Paquirri o Barbate de Varo el de las comparsas. A Casas Viejas le
pusieron Benalup como los travestís operados que se llaman Manolo se ponen de
nombre Bibi, y si se llaman Paco pasan a ser Verónica o Amanda. Como queriendo
que nadie le preguntara por su vida anterior, cual los que llegaban al banderín
de enganche de la Legión. Por mucho que le cambiaran el nombre, Casas Viejas
está en la conciencia de la Historia de España, como está el Barranco de Viznar,
como está el kilómetro 4 de la carretera de Carmona, como está la plaza de toros
de Cádiz, o como está Paracuellos , que todo hay que decirlo, no vamos a
recordar sólo la parte de la Historia que interesa a unos y no el resto.
Ahora, que lo que temo
seriamente es que esto de Casas Viejas anime todavía más el guerracivilismo de
los felipistas andaluces. Si llamándose aún aquello Benalup de Sidonia la Ñañesa
se puso a hablar de los fusilamientos de la Moncloa, imagínense lo que puede
largar del PP como se acuerde de la choza de Seisdedos. Si llamándose aquello
Benalup de Sidonia para que no nos acordáramos de los tiros a la barriga dijo
Francisco Luis Córdoba, el jefe de los servicios manipulativos de Canal Sur que
"aquí estamos para pegar tiros contra el enemigo, el PP", imagínense las
consignas que puede dar este baranda para la escaleta del telediario de la noche
como se inspire el mocito en la noticia del cambio de nombre de Casas Viejas: "A
Arenas entre las cejas, que no cojee..." Y como está muy bien que llamemos a las
cosas por su nombre, y que Casas Viejas sea Casas Viejas, digo yo que por qué
nos quedamos en los topónimos de Barbate y Casas Viejas. ¿Por qué a los
Servicios Informativos de Canal Sur no los llamamos ya por su propio nombre,
como lo que son, Servicios Manipulativos de Canal Sur?.


LA NUEVA ESPAÑA 

Diario de Asturias

26/08/2002

SANTIAGO CARRILLO. Ex secretario
general del Partido Comunista de España:

«Julio Anguita dejó Izquierda
Unida en muy mala situación»

«Los
desenterramientos en fosas comunes de fusilados tras la guerra civil no tienen
que ser causa de revanchas»

AVILES


Aeropuerto de Asturias

ÁLVAREZ-
BUYLLA
Santiago Carrillo llegó a su región
natal ­nació en Gijón y se recrió en Avilés­ acompañado de su esposa. Tras un
corto período de vacaciones junto a su familia, regresará de nuevo a Madrid. El
ex secretario general del Partido Comunista de España recuerda aún con agrado
aquellos tiempos de escolar en Avilés, cuando era un «niño indisciplinado» al
que le gustaba mucho más jugar en la calle que meterse en las aulas para
adquirir conocimientos de cultura general. Luego, también están en su mente sus
primeros pasos en la política, de la mano de su padre, su militancia en las
Juventudes Socialistas, la guerra civil, el destierro, la vuelta a la España
democrática...
­Hay personas que están realizando
desenterramientos de personas que militaron en el bando perdedor de la guerra
civil y que reposan en fosas comunes. ¿Le parece a usted bien?
­Yo creo que no está mal que se
desentierre a esa gente que está en las fosas comunes y que fue fusilada tras
finalizar la guerra civil. Se les debe dar una sepultura digna. Ahora bien,
dicho esto quiero señalar que, a estas alturas, estos desenterramientos no
tienen que ser causa de revancha o de venganza. Yo la verdad es que no veo mal
que los españoles sepan que aquí se mató a mucha gente cuando la guerra que
enfrentó a unos españoles con otros durante tres largos años ya había terminado.
­Llegados a este punto, no podemos
olvidar que para no pocos españoles Santiago Carrillo fue «el malo de la
película» y al que le achacan la responsabilidad de los fusilamientos de
Paracuellos del Jarama. Hace años le hice esta pregunta y ésta fue la respuesta.
­Durante la guerra civil, yo no tenía
ni idea de lo que era Paracuellos y esto algún día se demostrará, porque esa
zona quedaba fuera de lo que era mi jurisdicción. Cuando ocurrieron esos hechos
yo era consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid y Paracuellos
estaba en una zona que era responsabilidad del Gobierno, no mía. No obstante, a
mí me siguen cargando con esa culpa. Y le diré una cosa: cuando, tras recuperar
la democracia, España celebró elecciones y yo era secretario general del PCE, en
los comicios de Paracuellos el alcalde que los vecinos eligieron era del PCE,
señal de que en ese pueblo no contaban la historia como en el resto de España.
­¿Qué ocurrirá en España si los del
otro bando empiezan también a desenterrar sus muertos?
­Los muertos del otro lado ya están
todos desenterrados.
­Un personaje que siempre le cayó muy
bien a Santiago Carrillo fue Adolfo Suárez. Tal vez porque durante su Gobierno
legalizó, un Sábado Santo, el Partido Comunista de España.
­Suárez fue, de todo el sector
reformista del franquismo, el más progresista y el que nunca jugó a excluir al
PCE de la vida política española. Por eso lo valoro y me precio de su amistad.
­La coalición Izquierda Unida, que
agrupa en su seno, como su principal fuerza política, al PCE, sigue bajando en
intención de voto, según las últimas encuestas. ¿A qué cree usted que es debido
este descenso?
­Izquierda Unida está mal porque
Julio Anguita la dejó en una muy mala situación y pienso que va a costar mucho
trabajo levantar cabeza. Pero yo estaría muy contento si consiguen hacerlo.
­¿Lo logrará el asturiano Gaspar
Llamazares, actual coordinador general?
­Llamazares es un hombre joven, de
muy buena intención y al que yo le deseo mucho éxito en su difícil gestión.
­¿Va a permanecer en Asturias mucho
tiempo?
­Vengo sólo una semana. Luego tengo
que volver a Madrid.
­¿Nunca consideró la posibilidad de
venirse a vivir a Asturias?
­Me tienta el hacerlo, pero mi
trabajo, en la medida de las posibilidades en que todavía puedo hacerlo, me
obliga a permanecer habitualmente en Madrid.



UNA FLAGELACION INNECESARIA

Por 
José Utrera Molina
La
reciente declaración de las actuales Cortes españolas condenando al régimen
nacido el 18 de Julio de 1936 constituye, a mi modesto juicio, un penoso
episodio histórico lleno de connotaciones peligrosamente negativas. Conviene
recordar que el ánimo y la voluntad con que se instrumentó a lo largo y a lo
ancho la llamada "transición política", no obedecían a otra razón que no fuera
el propósito conciliador para todos los españoles, tanto para los que habían
luchado defendiendo sus ideales en una zona, como para aquellos que habían
manifestado de cualquier manera su oposición con las armas en el campo
contrario. Pero lo que acabamos de conocer, abre de manera inoportuna un espacio
cuarteado y rupturista. No cabe duda de que quienes sustentan criterios
sectarios y olvidadizos, no logran desembarazarse de la pesada carga constituida
por sus viejos rencores.  No existe en modo alguno ninguna muestra de
talante político serio, ni tan siquiera mínimamente respetuoso, con la situación
pasada que el propio Felipe González, rotundo adversario de Franco, denominaba
en muchas ocasiones como "régimen anterior" y que la derecha hoy convierte en
"oprobiosa dictadura". 
Esta
actitud no sólo es imprudente sino que también es infame. La Historia no se
puede falsificar impunemente y estamos asistiendo a una escandaloso proceso que
destruye hasta los cimientos de una etapa que podría ser discutible que cometió
errores, que limitó ciertamente las libertades formales, pero que nadie puede
negar que tuvo unos efectos integradores socialmente beneficiosos para todos los
españoles. Insisto en que la Historia, por mucho que nos pese a unos y a otros
no se puede cambiar, aunque a ello también contribuyan tantos y miserables
silencios que ayer eran voces entusiasmadas que realizaban sin limitaciones la
más escandalosa apología del régimen del 18 de Julio. Cualquiera que se asome a
las hemerotecas podrá comprobar la certidumbre de este juicio. Las futuras
generaciones tendrán un concepto muy equivocado de lo que ocurrió en España en
la primera mitad del siglo pasado. Todavía quedamos algunos testigos a los
cuales no se nos podrá jamás impedir las referencias a una situación intensa y
dramáticamente vivida. La tremenda y confabuladora operación que ofrece una
prueba de maniqueísmo formidable, quiere volver a situar a España en el abismo
de dos mitades irreconciliables. 
Pero
la sorpresa que muchos de nosotros padecemos al comprobar, cómo los hijos de
aquella generación escupen sobre sus padres, envilecen la conducta de sus
mayores, situándolos en un plano de abierta negatividad histórica, no nos parece
fácilmente tolerable. ¿Se condena a familias enteras, algunas de las cuales yo
conocí de manera muy directa y que hoy se encuentran situadas en la cúspide de
la administración española, a permanecer en un espacio histórico donde la
criminalidad y la tiranía tienen su asiento, máxime cuando ellos contribuyeron
desde puestos importantísimos a la consolidación del Régimen del 18 de Julio?.
¿Podrá dormir tranquilo el redactor de la declaración por parte del Partido
Popular, cuyo padre ocupó puestos de responsabilidad en el mismo régimen?. He
puesto estos dos ejemplos por considerarlos altamente significativos, pero ¿es
que tenemos que presentarnos ante el tribunal de la Historia como caínes
redomados, tropa envilecida seguidora de capitanes sin dignidad, sin honor y sin
prestigio?. Se condena nuestro pasado pero sólo en parte, porque nadie refiere
la cruenta significación que tuvo la Revolución de Asturias en el año 1934 y que
rompió sin duda alguna la legalidad constitucional, produciendo miles de muertos
y constituyendo el antecedente mas rotundamente claro de la Guerra civil
española. ¿Se condenan también los miles de asesinatos a sacerdotes españoles en
aquella etapa cuya realidad trágica en ocasiones la propia Iglesia española se
empeña en silenciar con un lenguaje ambivalente y críptico? ¿se olvidan los
centenares de Paracuellos que hay en España?.
Este patético oficio de
desenterrar muertos es un juego macabro que no puede beneficiar a nadie, pero en
último término, estimo que la intención más profunda de la declaración a que me
he referido no es otra que la de ofender a quien por obra y gracia de aquel
régimen y de aquel caudillo es hoy Rey de todos los españoles, que reconoció en
su día la legitimación histórica del 18 de Julio, y que al referirse en ocasión
solemne a Francisco Franco manifestó "que era una figura excepcional y que su
recuerdo constituiría para él una exigencia de comportamiento y de lealtad,
porque España nunca podría olvidar a quien como soldado y como estadista había
consagrado toda la existencia a su servicio"
. Yo considero, por tanto, no
lícito este propósito, que constituye una trampa saducea que encierra en ella a
los que posiblemente no han reparado en que esta declaración puede dañar a quien
hoy, con todo derecho y con legítima ascendencia, gobierna como rey a la Nación
española.
Me
niego rotundamente a que nadie me acomode en una posición de nostálgica
beligerancia. Por mi edad, no pude intervenir como combatiente en la guerra
Civil española, pero en mi propia familia tuve señales inequívocas de la
crueldad y de los efectos demoledores de una guerra entre hermanos. Tuve
exiliados y conté también con el sacrificio sublime y heroico de los que
afrontaron la muerte con gallardía, pero nunca, en ningún momento de mi dilatada
actuación política, tuve para mis adversarios desdén o menosprecio y, por el
contrario, afirmé en muchas ocasiones que el ideal que yo servía, no era otro
que aquél que se proponía unir a los hombres que habían matado con los que
habían muerto, y apelé, en toda circunstancia, al favorecimiento de un clima
que, sin olvidar las gestas que habían sido parte de nuestro honor y nuestra
gloria, sirvieran también para dignificar a nuestros adversarios, y unirnos en
la gran empresa de una España libre, pacifica y conciliadora. Por eso, la nota
comentada ha encendido de amargura, ha llenado de decepción y ha sorprendido a
tantos suscitando perplejidades sin cuento, al estimarla, no como una prueba de
la ofensiva de determinadas fuerzas políticas sino como una claudicación cobarde
de una parte de la derecha española que, compungida y miedosa, no ha salido aún
de su domicilio habitual, donde residen más ratas huidizas que águilas airosas.


Las "sacas", Paracuellos de Jarama

GUARACABUYA
Sociedad Económica
de Amigos del País

Por José Sánchez-Boudy 
Al
marxismo y a los socialistas, con el caso Pinochet, se le están yendo los tiros
por la culata. Despertaron, sin darse cuenta, la caja de Pandora, poniendo de
manifiesto los crímenes del comunismo a través del mundo. Del castrocomunismo.
De las Democracias Populares. Los crímenes horrendos del leninismo en general.
En
días pasados la televisión española proyectó unas imágenes de la Cámara de
Diputados española. Donde se sientan los del público. Estaba tomada por
antipinochistas gritando consignas que recordaban los más tétricos días de la
República Española, cuando el marxismo y el socialismo asesinaban a diestra y
siniestra con "las brigadas del amanecer", quemaban colegios católicos como el
de los Hermanos Maristas --los que me hicieron como soy: un intransigente por la
libertad--, un colegio, con uno de los mejores laboratorios de enseñanza de
España.
 
Me
recordé de aquellos días en que los marxistas y socialistas fusilaban a Cristo;
rompían las estatuas de la Virgen María; mataban sacerdotes; quemaban iglesias,
y las "brigadas del amanecer", grupo de asesinos comunistas y socialistas
llenaban de cadáveres las carreteras de España. Un Ministro de la República me
contó cómo al salir hacia Valencia para asistir al velorio de la madre, la
carretera estaba llena de "asesinados".
Me
recuerdo del Parlamento Español donde brillaron los hombres honrados; donde
brillaron el gran asturiano Melquiadez Alvarez, asesinado por los rojos en una
de "las sacas" de Madrid; y Castelas. ¡Ah! ¡Esas crónicas parlamentarias de
Wenceslao Fernández Flores! ¡Qué cuerpo de diputados antes de que llegaran los
comunistas, y en plena Cámara le gritaran a Calvo Sotelo: "Ese hombre ha de
morir". Creo fue "La Pasionaria".
 
Hablo de las "sacas de
Madrid", Esto es: sacar los presos de las cárceles madrileñas y llevarlos a
Paracuellos del Jarama y asesinarlos.
Si
se lee la entrevista que Ian Gibson, el socialista irlandés, le hizo a Santiago
Carrillo, en el libro sobre estas "sacas" y la masacre de Paracuellos del Jarama
se verá que Santiago Carrillo, el hombre que dirigió las "sacas" y ordenó los
fusilamientos y que ha sido diputado en el Parlamento del Partido Comunista
Español en el Parlamento democrático de la España actual, se defiende sin poder
negar su culpabilidad.
Santiago
Carrillo acaba de ser acusado en Argentina de esos crímenes. ¿Fue llevado ante
los tribunales de España o acusado por el juez Baltasar Garzón? No hombre no.
Fue Premiado con un acta de diputado. Y oídas sus opiniones con respeto. ¿Lo
llevarán a los tribunales? Claro que no. A lo mejor un juez dice que sus actos,
no fueron delitos.
 
Lo
que le están haciendo a España la tierra de los juristas que nos formaron, la
tierra de los grandes juristas del mundo; la tierra del Fuero Juzgo da grima, lo
que se está haciendo con el caso Pinochet llena de pavor.
Están
destruyendo el estado de derecho, desde dentro, a nivel mundial. Están
desmantelándolo. El día que lo logren adiós derechos individuales.
No
se puede caer nunca en la arbitrariedad jurídica. Ni se puede interpretar la ley
en forma diferente, de manera que favorezca a una persona y perjudique a otra.
No se pueden supeditar las decisiones judiciales a órganos políticos o
administrativos, como parece que se trata de hacer esperando por decisiones de
ministros antes de que el Tribunal inglés dicte sentencia.
 
Para
burlar la sentencia de éste no se puede hacer una nueva ley, idéntica a la
rechazada por el alto tribunal, como ha sucedido varias veces en Estados Unidos.
Ni se puede, como se pretende en el caso de Pinochet, seguirle procedimiento en
otras jurisdicciones judiciales para embrollarlo en un infinito proceso.

No
se trata por lo tanto, como he afirmado en artículos anteriores de "enjuiciarlo
jurídicamente". Se trata, por el Comunismo Internacional, de desestabilizar a
Chile. Se trata por el comunismo internacional, de sembrar el "terror jurídico":
el comunismo de guerra por otros medios.
Se
está, pues al asalto, de lo que es la base de sustentación, el meollo de la
estructura de la democracia y del mundo occidental; al asalto de la estructura
jurídica del mismo.



El antifranquista soy yo


L
A PRIMERA

LA RAZÓN  Digital
Por
Carlos SEMPRÚN MAURA

6 de diciembre
de 2002
,
señores, el antifranquista soy yo, no ustedes. Tecleen Internet y saldrán las
informaciones: huida de Lequeitio ¬ninguna concesión a la K¬ hasta Bilbao, luego
de Bilbao a Bayona en barco, en 1936, inicio del exilio de una familia roja o
republicana, según se mire, aunque para mi padre, que fue quien se exilió, no
íbamos a ser los niños, desde luego republicano, de rojo, nada.
Refugiados en Francia, dura
penuria de la guerra y de la ocupación nazi, alegría de la liberación,
militarismo antifranquista, primero en París, luego en el aparato clandestino
del PCE en España, bueno, más bien «correo del zar», con estancias clandestinas
más o menos largas, de una semana, a seis meses; ruptura con el PCE, militancia
en el FLP, ruptura con el FLP, militancia en otros grupos izquierdosos hasta la
muerte de Franco.
Tengo la impresión de haberlo
contado mil veces, hasta en algún libro, pero considero necesario recordarlo a
vuelapluma, para justificar mi afirmación de que el antifranquista soy yo, y no
ustedes. Claro que hubiera podido emplear el «nosotros», pero como dudo de que
todos los antifranquistas de verdad estén de acuerdo conmigo, prefiero hablar en
nombre propio de mis propias opiniones, que sé, sin embargo, compartidas por
algunos, pocos.
¿A santo de qué viene todo
esto? Pues a santo, o más bien demonio, de la ceremonia fúnebre en las Cortes,
condenando con un sentido impresionante de la actualidad, y no hablemos de la
Historia, la dictadura franquista. Una vez más, los señores diputados nos han
tomado el pelo. Peor, han participado en una operación de birlibirloque, que
sólo beneficia a Zapatero y a sus amigos, que no fueron antifranquistas por
cuestiones de edad, como millones de españoles que tenían menos de quince años a
la muerte del dictador. Y, al pan, pan y al vino, vino, muchos de los
antifranquistas oficiales son igual de nefastos o peores, pienso, claro, en el
PCE, el GRAPO, ETA. No todos están representados en las Cortes, pero este acto
simbólico supera el recinto del Parlamento.
No es que yo pida que las
Cortes celebren todos los 18 de julio el Día de la Cruzada, o algo así,
evidentemente estaría aún más indignado, pero al condenar el franquismo de esa
manera, incluso con alguna precaución oratoria, están justificando, señores
diputados, todas las barbaridades cometidas en zona roja, o republicana:
Paracuellos, los «paseos», las checas, el asesinato bajo la tortura de Andrés
Nin, el tiro en la nuca a Camilo Berneri, y todas las demás atrocidades
cometidas por casi todos los del bando antifranquista contra supuestos enemigos
del mismo bando, o contra los de enfrente.
No, no estoy diciendo que los
franquistas no cometieron barbaridades, cometieron infinitas. ¿Entonces qué?
¿Por qué condenar únicamente la dictadura franquista, tantos años después, sin
condenar las atrocidades de los «míos», porque soy antifranquista, pero intento
ser lúcido?
Y ¿cómo no tratar del papel de
la URSS y de Stalin en esa contienda, primero para controlarla y evitar al
máximo las aventuras revolucionarias de los anarquistas, que tan eficazmente
machacaron en Rusia, por los años 19/20, luego, una vez que Stalin había
decidido aliarse con Hitler para lograr esa gigantesca estafa de favorecer la
victoria de Franco, y complacer así al Fuhrer, aparentando ser sus más feroces
enemigos.
Pero, bueno, estamos en 2002,
y no sé si se han enterado los señores diputados, la guerra ha terminado y la
dictadura falleció, desde hace bastantes años, yo diría incluso que antes que el
dictador, lo cual favoreció la transición democrática.
Resulta que algunos
antifranquistas que se han jugado el pellejo ¬yo no, yo sólo arriesgué la
cárcel, no habiendo participado en ningún atentado¬, pienso en otros quienes,
como Pío Moa, extremaron su antifranquismo hasta la violencia y recibieron sus
sendos palos, y han sabido realizar un balance crítico de su actividad y de los
peligros totalitarios de su acción, o a Gabriel Albiac, quien hace poco mostraba
sus más extremas reservas a esta demagógica operación «antifranquista» por
gentes que nunca lo fueron, y cuando el dictador hace tiempo que ha muerto, en
su cama, es cierto.
Además, yo me pregunto si
entre ciertos antifranquistas oficiales, condecorados por la estupidez, como
Santiago Carrillo, sin ir más lejos, o franquistas como Ridruejo y Laín
Entralgo, las fronteras del Bien y del Mal, de la democracia o la tiranía, no
son más ambiguas de lo que parecen proclamar las Cortes, que ya habían
homenajeado a las Brigadas Internacionales, que fueron el brazo armado de Stalin
en España, utilizadas por sus servicios para liquidar a trotskistas y otros
herejes. O como la extravagante ceremonia del Instituto Cervantes, en Moscú,
homenajeando a Alberti, no por su obra, que considero mediocre, sino porque
estuvieron él y María Teresa León lamiendo el trasero a Stalin durante tres
horas.
¿En qué mundo vivimos? ¿Cómo
pueden los diputados del PP dejarse chantajear de esta forma? Evidentemente por
complejo de culpa e ignorancia supina.  Pues ¿basta ya! Terminaré con la
consigna anarquista de 1936 ¿Ni Franco! ¿Ni Stalin! Y eso lo mismo ayer que hoy.
Pero ¿quién es el guapo que se atreve?



EL RISCO DE LA NAVA


GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS
CAÍDOS
Nº 143 – 6 de
diciembre de 2002

 

LA
«ESTANQUERA»


 
Por Aquilino
Duque
La bandera roja y gualda fue,
con la monarquía, una de las «imposiciones» de los demócratas de nuevo cuño a
los demócratas de toda la vida en las componendas de la Transición. Para
endulzarles a éstos la píldora, se procedió a autorizar lo que el recién
amnistiado camarada Carrillo llamaría «banderolas»: senyera, ikurriña, aljofifa
y otras inventadas sobre la marcha. El tema de la bandera no le quitaba el sueño
a Carrillo, pues la suya era la que aún suele cubrir los féretros de sus
camaradas, y en cuanto a los socialistas, la suya era la de la II República:
sangre, oro y permanganato. Puede que por el peso de los llamados «poderes
fácticos», los primeros Gobiernos de la II Restauración quisieron zanjar el
pleito banderil con homenajes a la «estanquera», como le decían los de
siniestras, y esos homenajes, acompañados de desfile militar, se celebraron en
diversas capitales de la nación, Barcelona y Vitoria inclusive. Recuerdo el acto
en la Plaza de España de Sevilla al que creo asistió S. M. la Reina y en el que
hizo de «alférez» el alcalde andalucista don Luis Uruñuela. Recuerdo el desfile
de Vitoria, con el entonces lendakari Garaicoechea agachando la cabecita al paso
de la bandera, que aún lucía el escudo con el águila. El águila voló, y la pobre
«estanquera» hubo de replegarse a los cuarteles, como las estatuas ecuestres del
último que supo hacerla «temida y honrada».
 
 

UNA RECONCILIACIÓN
ENCONADORA

 
Por Martín
Quijano
El Congreso aprueba, por
unanimidad (lo cual no es extraño en la partitocracia española, pues sólo
significa que son unánimes los portavoces) una resolución condenando, según
dicen, el Alzamiento de 1936. No el de 1930, ni el de 1932, ni el de 1934, ni
los múltiples anarquistas de aquellos años. Sólo el que dio origen a la Guerra
Civil porque ni unos ni otros cejaron, como es lógico cuando va la vida en ello.
La condena especifica que «nadie puede sentirse justificado, como ocurrió en
el pasado, para utilizar la violencia con la intención de imponer sus
convicciones políticas y establecer regímenes totalitarios contrarios a la
libertad y dignidad de todos los ciudadanos».
No entra en matices, sino que
elabora una opinión específica, sin considerandos o salvedades. Algo propio de
tiempos plácidos, en los que ninguno de los firmantes se siente verdaderamente
amenazado, porque, como especifican más adelante, es «lo que merece condena
de nuestra sociedad democrática».
Además explica que tal
declaración se debe a que «resulta conveniente para nuestra convivencia
democrática mantener el espíritu de concordia y reconciliación»
y que
tenemos «el deber de proceder al reconocimiento moral de todos los
hombres y mujeres
(la corrección política siempre presente) que fueron
víctimas de la Guerra Civil
(fija entre 35.000 y 100.000 la cifra de
enterrados en fosas comunes por recuperar) [...] así como la de cuantos
padecieron más tarde la represión de la dictadura franquista […] Y a una acción
protectora económica y social de los exilados».
La declaración ha sido
redactada por personas del PP. Con un especial protagonismo de Jaime Ignacio del
Burgo, presidente de la Comisión Constitucional e hijo de quien levantó el
Requeté navarro para el Alzamiento. No cabe acusarle, dada su trayectoria
política, de adversario de las ideas de su padre. Es decir, hay que admitir a
priori una postura de intento de reconciliación política con quienes se
consideran herederos del bando perdedor, que llevan años insistiendo en una
declaración condenatoria. La aceptación unánime tiene la virtud de potenciar un
olvido del tema como motivo de posteriores enfrentamientos. Y desde ese punto de
vista, debería ser bienvenido. Si con ello se diese por terminado el debate
inútil sobre acontecimientos pasados, que ya nos interesa a sólo una pequeña
fracción de españoles, podríamos darnos por contentos, como pretenden los, sin
duda, bienintencionados pero doctrinarios parlamentarios.
Pero esa minoría que aún nos
preocupamos por el tema tiene derecho a protestar por los errores y peligros que
plantea la Declaración tan unánimemente adoptada. En primer lugar, resulta
inane, por no decir estúpida, la condena a la violencia y a las situaciones
violentas de entonces desde el Olimpo aparente actual. Y lo es además porque:

  1. Nadie se levanta en armas para imponer la esclavitud y privar de libertad a
    nadie, sino para defender ambos aspectos de su vida personal. Es decir, la
    declaración puede servir para justificar el Alzamiento en armas de la media
    España que no se resignaba a morir a manos de la otra, según dijo en su día
    Gil Robles. Desde este punto de vista, el debate puede continuar
    indefinidamente, pese a la intención de liquidarlo.

  2. La condena del Régimen de Franco como dictadura no existe más que desde el
    punto de vista polarizado actual. Ni él ni sus seguidores lo pusieron en
    duda al otorgarle los poderes que le otorgaron. Ni era considerado ominoso,
    ni tiene por qué serlo en el futuro. La calificación de un Régimen depende
    de sí sirve al bien común y personal o no. La historia está llena de
    dictaduras glorificadas como benefactoras para las Naciones que las
    tuvieron.

  3. Omite cualquier consideración del por qué se llegó al clima que originó el
    Alzamiento. Se trata de una omisión típica de los políticos que se
    consideran herederos de aquellos que consiguieron enfrentar hasta tal punto
    a los españoles. Es la característica propia de los políticos que tiran la
    piedra y esconden la mano.

  4. Hablar específicamente de la represión de la dictadura franquista, después
    de lamentar las víctimas en general, constituye un intento de polarización
    pernicioso. En primer lugar porque supone tomar partido, aparentemente, por
    uno de los bandos. Y en segundo lugar por borrar la diferencia entre la
    represión fría de los primeros días (frialdad que se mantuvo hasta los
    últimos días en el bando republicano) y la justicia ejercida contra los
    ejecutores de tanta barbarie como se desató en la zona republicana.
    Difuminar la diferencia entre ambos casos es propio de una frivolidad
    intelectual muy condenable por parte de quienes consideran los hechos
    sesenta años después.

  5. Aventurar que los muertos enterrados en fosas comunes puede alcanzar las
    cifras antes mencionadas es una estupidez propia de parlamentarios que
    piensan estar en el centro de la verdad. Se trata de cifras sobre las que no
    han conseguido ponerse de acuerdo historiadores obligados intelectualmente a
    la ecuanimidad. Y los políticos actuales, obligados y sumisos al partidismo
    sectario, las aventuran con completa despreocupación e irresponsabilidad.
    Posiblemente cada bando (existen dos bandos, aunque no lo admitan) piensa
    que corresponden al contrario.

  6. La cita al exilio confunde churras con merinas. Confunde los que tuvieron
    que huir para evitar la represalia política en sus carnes con los que huían
    del castigo por las barbaridades cometidas, y con los que huyeron engañados
    por sus dirigentes. Confunde a los que huyeron con las espaldas bien
    cubiertas por un expolio innegable y a los que se fueron con una mano
    delante y otra atrás. La alusión a «los niños de la guerra» es
    particularmente banal, pues ignora los que, no habiendo ido a la URSS,
    fueron repatriados inmediatamente por sus familias. Y de aquellos que
    volvieron tras la muerte de Stalin, que se incorporaron a la vida española,
    con el decidido apoyo de las Autoridades de entonces. Con satisfacción
    variable desde hace cincuenta años.
En
resumen, la cacareada declaración reconciliadora es intelectualmente banal y
trasluce una condena unidireccional a un Régimen que la Nación apoyó durante
cuarenta años. Prescindiendo aquí de juzgar los éxitos, fracasos, virtudes o
defectos de ese Régimen, debe ser respetado como realidad de la Historia
española, con sus justificación histórica por encima de los caprichos
«intelectuales» o dogmáticos de los parlamentarios actuales. Sólo a personas
automutiladas intelectualmente se les puede ocurrir condenar hechos pasados sin
intentar comprender por qué ocurrieron. Para el caso actual, es fácil entender
por qué los políticos de izquierda han sacado adelante esta declaración:
silencia los errores o barbaridades de quienes consideran sus antepasados
directos y favorece la educación mental de las generaciones actuales de
españoles hacia la aceptación de sus directrices políticas.
No
es tan fácil, en cambio entender por qué la han sacado adelante los políticos de
derecha, con una abjuración práctica de las ideas de sus antepasados. Claro que
una abjuración más por parte de los políticos actuales de la derecha española es
algo que no sorprende a ningún observador de nuestra política actual, formada en
el acoquinamiento intelectual.
En
cualquier caso, cabe decir como conclusión que una declaración que se proclama
reconciliadora es manifiestamente enconadora de la vida política española.
Aunque esa maldad intrínseca, característica de la charlatanería irresponsable
de nuestros políticos, no tiene gravedad porque está atemperada, como en tantas
otras ocasiones, por la indiferencia con que considera el tema la sociedad
española actual.



Segunda presentación de la Asociación para la Recuperación de la Memoria
Histórica ante el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas de la
Organización de las Naciones Unidas
 

Nueva York, 20 de
Agosto de 2002
(Copia Literal del
Texto)
 
 El
28 de octubre del año 2000 en Priaranza del Bierzo, un grupo de arqueólogos
voluntarios comenzó los trabajos de exhumación de una fosa en la que se
encontraban los restos de 13 civiles republicanos que fueron asesinados por un
grupo de civiles armados que se identificaba con el levantamiento del General
Franco el 16 de octubre de 1936. La familia de una de las víctimas había
promovido la exhumación.
Los
tribunales españoles consideran que los cuerpos no-identificados, abandonados en
fosas comunes desde la guerra civil y en los anos posteriores a la llegada del
General Franco al poder, no tienen ningún interés judicial. Excepto en contadas
y recientes excepciones, los jueces españoles se han sistemáticamente 
inhibido de ordenar la exhumación de los cuerpos enterrados y de investigar las
causas de la muerte, limitándose a aconsejar a los familiares que debían tan
sólo conseguir  la autorización del dueño de la finca y/o una 
autorización de los Ayuntamientos correspondientes para proseguir.
Durante
los días en que se realizaron los trabajos de excavación arqueológica muchas
personas de pueblos aledaños se acercaron y contaron que también tenían padres,
hermanos o abuelos desaparecidos. Así surgió? la necesidad? de crear la
Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH).
En
España, mas de 30.000 cuerpos no-identificados permanecen en fosas comunes,
incluyendo al más famoso desaparecido forzado del mundo, el poeta Federico
García Lorca. Algunas de dichas fosas, como las de Mérida tendrían a unas 3500
personas, las de Oviedo, unas1.600 personas, las de Gijón, 2000, las de Sevilla,
2.500 personas, Teruel, 1.005 personas, y la lista se puede ampliando. En la
inmensa mayoría de ellas se encuentran los cadáveres de Españoles desaparecidos
tras ser arrestados por grupos armados afines al General Franco, cuando tomaron
el control de la zona. En varios otros casos, fueron desaparecidos encontrándose
en manos de Agentes del Estado, meses después de haber concluido el conflicto
armado y ya firmemente establecido el régimen del General Franco. Todos ellos
eran sospechosos de participación, militancia o afinidad con el Estado
Republicano. Para todos ellos, se ha mantenido una desigualdad de trato ante los
tribunales  y las demás instituciones del Estado, que ha impedido aclarar
no solo las circunstancias de su muerte sino la localización de sus cuerpos y la
posibilidad para sus familiares de darles digna sepultura.
Durante los años setenta en España,
tras la muerte del dictador Francisco Franco, se iniciaron espontáneamente
algunas exhumaciones de fosas comunes por iniciativa de las familias. Sin
embargo este proceso se termino con el intento de golpe de estado del 23 de
febrero de 1981, del Teniente Antonio Tejero y la creencia de que la reciente
democracia española no podría soportar encontrase con su pasado. El efecto de
miedo colectivo de un sector de la población, ya fuertemente golpeado por la
represión del régimen franquista, disuadió a los familiares de continuar con las
exhumaciones y se mantuvo la situación de duelo suspendido.
Finalmente el 28 de octubre de 2000
algunos familiares decidieron abrir la fosa de los trece republicanos en
Priaranza del Bierzo con el apoyo de un grupo de antropólogos y forenses.
El 16 de marzo de 2002, la
Universidad de Granada acepto a título excepcional y dentro del marco de una
excavación arqueológica, que un experto tomara las muestras de algunos cuerpos &
nbsp; para practicarles la prueba del ADN. No contando con financiamiento para
estos casos ¿históricos?, las muestras sólo fueron practicadas sobre cuatro de
los 18 cuerpos exhumados. Sus resultados estarán listos a mediados de septiembre
y serán las primeras víctimas no combatientes de la guerra civil identificadas
mediante dicha prueba. En contrapartida, y solo para ilustrar el trato
discriminatorio contra las victimas, el Estado español recientemente consideró
procedente desembolsar millones de pesetas para exhumar y repatriar desde Rusia,
los cuerpos de varios voluntarios españoles  de la División Azul, grupo
militar ofrecido por el General Franco como muestra de su amistas con el
dictador Adolfo Hitler, para apoyar las tropas nazis durante la Segunda Guerra
Mundial.
A
raíz de este acontecimiento local, la sociedad española ha estado retomando las
medidas para enfrentar su pasado y una cantidad enorme de peticiones y
solicitudes han llegado a nuestra Asociación para continuar dicha iniciativa en
todo el territorio del país. La ARMH ha decidido asumir esa responsabilidad con
madurez y serenidad, sin animo de venganza, movida únicamente por principios
humanitarios y por el afán de restablecer la verdad de los hechos y reclamar el
derecho a dar sepultura digna a las victimas. Consideramos además que seguir
negando la existencia de dichas fosas por parte del Estado o inhibirse a
abrirlas judicialmente y aclarar las circunstancias en que fueron enterrados los
desaparecidos, perpetua la discriminación contra aquella parte de la población
española que fue considerada ?vencida? a raíz de la Guerra Civil y constituye
una demostración de su falta de cumplimiento a la obligación de investigar y
garantizar el derecho a la verdad.
Una
de las principales dificultades con las que se enfrenta la ARMH en sus trabajos
es el miedo. En muchos pueblos de España todavía la gente tiene miedo a hablar
de la guerra civil. La transición española a la democracia, se llevó a cabo
dejando al margen la responsabilidad internacional de todo Estado de investigar
las violaciones graves y sistemáticas a los derechos fundamentales.
La
Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica solicita al Grupo de
Trabajo sobre Desapariciones Forzadas recomendar al Estado Español el
cumplimiento de sus obligaciones en materia de derecho internacional y termine
con el trato discriminatorio continuo que sigue afectando a los sobrevivientes
de las victimas negándole el derecho a la verdad y a la justicia.
Por ello la Asociación pide que:

  1. El Estado Español, a
    través de sus instituciones judiciales cumpla con su deber de investigar y
    aclarar los hechos, ordenando la exhumación judicial de los cuerpos que se
    encuentran aun en las fosas comunes que daten de Julio de 1936 en adelante.

    La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica solicita al Grupo
    de Trabajo sobre desapariciones forzosas recordar al Estado español que las
    desapariciones forzadas son constitutivas de delitos continuos e
    imprescriptibles por ser una afrenta a la dignidad humana. Recordar también
    que si bien una serie de actuaciones, instancias y reparaciones fueron
    accesibles desde 1940 a un sector de la población española para esclarecer y
    reparar lo sucedido con las victimas de las hordas rojas?, dichas medidas no
    han alcanzado a los familiares de los desaparecidos del otro bando, que por
    décadas se han mantenido con el estigma de ? vencidos?. Por ello la Asociación
    solicita al Grupo de Trabajo de Naciones Unidas que se recuerde al Estado
    español que la comunidad internacional del cual es parte ha considerado en su
    conjunto que tales violaciones deben dar lugar a una investigación judicial
    con recursos eficaces y que los Convenios de Ginebra no distinguen el bando al
    que pertenecían las victimas durante el conflicto armado.

  2. El
    Estado Español proceda a la identificación de los cuerpos enterrados en las
    fosas comunes, ordenando a través de sus tribunales que se hagan las pruebas
    pertinentes de identificación (ADN y otras) y que restituya oficialmente sus
    restos a los familiares. Cuando dicha identificación individual fuera
    técnicamente imposible, el Estado Español deberá tomar las disposiciones
    adecuadas para dar digna sepultura en los Campos santos consagrados a este
    efecto, junto a los demás miembros de su comunidad, señalando en forma visible
    en el Monumento publico que allí descansan las victimas del conflicto y las
    circunstancias de su muerte.

    La Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica insiste en que el Estado
    Español debe proceder a la brevedad a dictar la exhumación judicial ya que
    dichos casos de  desaparecidos constituyen un delito continuo que
    mantiene el ultraje a la victimas, sus familiares y la sociedad. Mantener la
    posición actual de que dichos restos ya no presentan interés judicial y que
    solo representan valor como excavaciones arqueológicas significa una grave
    ruptura con la obligación imprescriptible del Estado de indagar e investigar
    para terminar con la afrenta que significa para una sociedad no reconocer a
    sus propios desaparecidos.

  3. El Estado disponga de
    las medidas de reparación y dignificación de la memoria de las victimas y
    termine con la discriminación y falta de igualdad de trato a los familiares.


    La Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica considera que el Estado
    Español debe convocar la creación de una comisión de esclarecimiento histórico
    a los fines de tomar medidas tales como la apertura al publico de los Archivos
    militares donde constan los expedientes de los desaparecidos, y en muchos
    casos sus ultimas cartas y efectos de carácter personal para que estos sean
    restituidos oficialmente a sus familiares o colocados en un centro de acceso
    publico dignificando su memoria en los casos de no ser solicitados. Asimismo
    la Asociación sostiene que dichos familiares son ellos también victimas de una
    situación de la impunidad que ha conculcado su derecho a saber la verdad y a
    obtener justicia, así como a beneficiarse de los mecanismos y prestaciones que
    se dieron desde 1939 a favor de las victimas calificadas por el régimen
    franquista como? Caídos por Dios y por la Patria?.  Creemos que dichos
    familiares tienen derecho a disfrutar de una dignidad que aun hoy no pueden
    disfrutar cuando todavía existen placas y monumentos oficiales que ensalzan
    como? libertadores? a los autores de las violaciones gravísimas, masivas y
    sistemáticas de los derechos humanos y a las Convenciones de Ginebra sobre el
    derecho humanitario.


WORLD SOCIALIST WEB SITE


Publicado por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI)

Exigen en España que se excaven
las fosas comunes

Por
Vicky Short


30 Octubre 2002
Al
gobierno español y a los jueces se les podría ordenar que cooperen con la
investigación de incontables fosas comunes que se excavaron secretamente durante
la Guerra Civil (1936-1939) y después. Puede que se les obligue a comenzar a
abrir las fosas e identificar los cadáveres que yacen en ellas.
Las
fosas se esparcen por toda España. El pueblo español ha sabido de su existencia
por más de 60 años. Según cierto informe, contienen los restos de más de 30,000
soldados republicanos, militantes y otros adversarios de la dictadura fascista
de Franco. Las víctimas fueron capturadas o detenidas durante la Guerra Civil y
luego ejecutadas; o fueron ejecutadas sumariamente por los falangistas o las
tropas franquistas durante los días y meses que siguieron la guerra. Sus
cadáveres fueron depositados en fosas, excavadas con apremio, a un lado de las
carreteras, al fondo de precipicios, o en medio de los campos. Algunos fueron
detenidos; a otros se les persuadió que se entregaran luego de asegurársele que
no les pasaría nada.

De
acuerdo a los militantes que abogan por semejante acción, varias de las
numerosas fosas comunes excavadas contienen más de mil cadáveres,
específicamente en Oviedo y Gijón al norte del país; en Teruel al este; y en
Sevilla al sur. Se cree que la tumba mayor, cerca de Mérida, contiene más de
3,500 cadáveres.
Los
militantes también esperan identificar los restos de Federico García Lorca,
famoso poeta y dramaturgo que en agosto, 1936, fuera asesinado y enterrado en
una cuneta. Nunca se le ha reconocido públicamente desde que fuera asesinado, y
tampoco ha sido honrada su memoria.
Durante
los últimos tres años, en la región de León, en el noroeste, voluntarios que
pagaron para que se desenterraran los cadáveres para hacerle análisis de ácido
ribonucléico, han descubierto un puñado de fosas menores. En marzo del presente,
la Universidad de Granada acordó que uno de sus peritos se encargaría de tomar
pequeñas muestras de los cadáveres de una de las fosas para conducir los
análisis. Esto fue hecho como excepción y dentro de los reglamentos establecidos
para una excavación arqueológica, pero la carencia de fondos limitó el análisis
a solamente 4 de los 18 cadáveres que se habían descubierto en una fosa común.
Los resultados han de revelarse pronto.
 
Los militantes han
señalado la actitud diferente del estado, que recientemente donó millones para
exhumar y repatriar de Rusia los cadáveres de varios voluntarios españoles de la
División Azul, grupo militar que Franco enviara, como muestra de amistad, a
Adolfo Hitler con tal de asistir las tropas nazis durante la Segunda Guerra
Mundial.
La iniciativa de las
familias para comenzar las excavaciones privadas de las fosas republicanas ha
servido de insignia para unir a miles de parientes que anhelaban por el entierro
digno de sus seres queridos y hacerle honor a su memoria. Una organización
llamada la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha llevado el
caso a las Naciones Unidas, específicamente al Grupo de Trabajo sobre
Desapariciones Forzadas de la Organización de las Naciones Unidas, luego que los
jueces españoles y el gobierno del Partido Popular rehusaran comenzar la
investigación de los cadáveres. Ha exigido, entre otras cosas, que se quiten de
las exhibiciones públicas los innumerables símbolos franquistas que “ofenden la
dignidad de las víctimas”. En el pasado, el comité de las Naciones Unidas ha
investigado casos que en su gran mayoría provienen de países latinoamericanos,
africanos y asiáticos.
 
El abogado que representa
a los parientes dijo que la labor “apremia” debido a que la mayoría de los que
exigen que las fosas comunes se abran son ancianos y los únicos que pueden dar
detalles para ubicarlas. Aquellos que estaban vivos cuando se perpetraron estos
asesinatos hoy día pasan de los ochenta. Muchos, que temen que la memoria de sus
desaparecidos pronto será olvidada, dibujaron mapas de los lugares donde saben
que yacen y se los entregaron a sus hijos para que lo guardaran bajo seguro. Por
décadas han velado y venerado estas fosas no marcadas.
Se están excavando siete
tumbas con fondos privados; se busca un total de 50 personas. Muchas todavía no
han sido reclamadas, pero los militantes creen que, a medida que las fosas se
abran, más parientes se revelarán. “Todavía tienen miedo”, declaró Santiago
Macías, vocero de la asociación. “No han podido hablar durante 60 años y es un
gran esfuerzo para ellos romper el silencio. Pero lo harán”.
 
Aunque la Guerra Civil
Española terminó hace ya 63 años, los archivos militares — que contienen los
expedientes acerca de los desaparecidos - además de los bienes personales y, en
muchos casos, las últimas cartas y mensajes a sus parientes - nunca han sido
abiertos al público. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica
ahora exige que estos archivos se abran y que los funcionarios del gobierno
devuelvan los efectos personales a los parientes o, en caso que algún cadáver no
se reclame, que se exhiban en público como acto para honrar su memoria.
La Asociación sostiene que
los parientes de los desaparecidos son víctimas de una estructura jurídica que
les previene beneficiarse de los programas y servicios que se le otorgaron a los
partidarios de Franco, quienes el régimen llamara “Los Caídos por Dios y por la
Patria”. Sostienen que las víctimas del régimen franquista no pueden gozar de la
dignidad que merecen mientras todavía existen insignias y monumentos oficiales
que elogian como “libertadores” a los autores de tan tremenda y sistemática
infracción de los derechos humanos básicos.
 
El silencio acerca de la
existencia y ubicación de las fosas comunes 27 años después de la muerte de
Franco representa una acusación formal del papel clasista cobarde y
colaboracionista que jugaron todas las llamadas organizaciones obreras: los
estalinistas, los socialdemócratas, y otros grupos radicales. Por 36 años Franco
gobernó a España por medio del terror y los parientes y amigos de los
desaparecidos temían perder sus vidas si expresaban lo que sentían. Luego de la
victoria de Franco en 1939, grandes cantidades de gente sirvieron sentencias de
cárcel de 20 y 30 años. Muchos otros pasaron décadas escondidos en graneros y
desvanes, tendidos sobre techos falsos, disfrazados de mujer, etc. Muchos fueron
denunciados a las autoridades y sentenciados a muerte.
Cuando Franco murió en
1975, el Partido Comunista, el Partido Socialista y los sindicatos obreros
negociaron una “transición pacífica” a la democracia bajo la consigna, Olvidar y
Perdonar, que le diera amnistía política a los fascistas. Ni una sola de las
víctimas del régimen franquista ha sido reconocida, compensada, enterrada
adecuadamente u honrada.
 
Después de la muerte de
Franco, parientes de los desaparecidos comenzaron una campaña para abrir las
fosas y hasta empezaron a abrir varias ellos mismos. No obstante, el Partido
Socialista (PSOE), que llegara al poder en 1982 y gobernara por 14 años, usó el
intento de golpe militar en 1981, cuando varios guardias armados del ejército
invadieron el congreso, para barrer el asunto bajo la alfombra. Usaron la excusa
que “temíamos resucitar las pasiones bestiales de la Guerra Civil”.
“En muchos pueblos y
villas de España, la gente todavía tiene miedo de hablar de la Guerra Civil”,
expresó el abogado Montserrat Sans, quien llevó el caso ante las Naciones
Unidas. “La transición de España a la democracia tomó lugar ignorando el deber,
internacionalmente reconocido, de investigar seria y sistemáticamente las
infracciones de los derechos humanos”.
El caso de las fosas
comunes españolas le hace burla a las inquietudes que los países imperialistas
han mostrado acerca de la posibilidad de fosas comunes en los Balcanes,
Afganistán, Irak o cualquier otro país que sea objetivo de ataque. El mismo juez
español, Baltasar Garzón, hizo gran causa acerca de los desaparecidos chilenos
cuando el dictador militar Augusto Pinochet fue arrestado e imputado de cargos
criminales cuando se encontraba en Londres. Es difícil imaginar que [Garzón] no
sabía nada de las fosas comunes en su propio país, pues era miembro dirigente
del sistema jurídico y del gobierno socialista de 1982-1996.
 
A los parientes de las
víctimas de la opresión fascista no les convendrá tener fe en el PSOE, el
Partido Comunista, la Izquierda Unida o cualquier organización que por décadas
toleró y ayudó a encubrir los crímenes de los fascistas. Si la presión ahora
obliga a estas organizaciones a interesarse en el asunto es porque quieren
conducirlo por una vía inofensiva. Es la conclusión a la que nos hacen llegar
las palabras de Amparo Valcarce, diputada socialista de León ante el Congreso,
quién presentara una moción al Congreso acerca del tema de las fosas comunes.
Valcarce expresó que la democracia - y junto a ella “la reconciliación de todos
los españoles” permite rescatar del olvido a todas esas personas que murieron
“por defender a la República y la democracia”. Sin embargo, Valcarce, quien ha
investigado el caso y llevado a cabo varias conversaciones con los amigos y
parientes de los desaparecidos, declaró que ni ella ni su partido querían
“culpar a nadie”. Añadió que los familiares “sólo quieren devolver la dignidad a
sus muertos con algo tan elemental como su enterramiento, ya que se les privó
del duelo, una práctica común en todas las civilizaciones”.
La “transición pacífica a la
democracia” no sólo cubrió los delitos de la dictadura franquista, sino que
previno al pueblo español hacerle frente a su propio pasado. A millones de
jóvenes españoles se les mantiene ignorantes de los sucesos revolucionarios que
tomaron lugar en su país durante la década del 30, así como también del papel
contrarrevolucionario de las diferentes organizaciones que los traicionaron. Si
el éxito se hubiera logrado, el curso de la historia mundial habría cambiado,
como también habría cambiado el. La apertura de las fosas podría ofrecer la
oportunidad de resuscitar estas lecciones.




RECUPERAR
LA MEMORIA, OTRA HISTORIA ES POSIBLE


Asociación para la Recuperación de la
Memoria Histórica (16-3-2
002)

La identificación de cuatro de los
trece cuerpos que fueron exhumados de una fosa común en Priaranza del Bierzo es
un paso importante para la historia. Se trata de la primera fosa común de la
Guerra Civil a la que se le practican las pruebas de ADN y aunque esté
sucediendo en el marco de una democracia que pronto cumplirá 27 años, nunca es
tarde para reparar los errores de la historia.
 La apertura de la fosa de los
conocidos como "Trece de Priaranza" ha sido, sin duda, un punto de inflexión en
la relación de la sociedad con la memoria de unos hechos que marcaron la vida de
muchos miles de españoles que todavía viven.  Cualquier sociedad necesita
incorporar esos recuerdos a su patrimonio histórico. En la Alemania posterior a
la Segunda Guerra Mundial tardaron cerca de treinta años en soportar la revisión
del nazismo y dejar de mirar en otra dirección, para no querer ver su pasado. Un
margen de tiempo similar precisaron los franceses para revisar la colaboración
de muchos ciudadanos con el nazismo. En España, donde ha existido una dictadura
de casi cuarenta años, están a punto de cumplirse esos treinta años y puede que
hechos como el de la exhumación de esta fosa y la identificación de los hombres
que en ella permanecieron enterrados durante 64 años, sean los primeros síntomas
de que la sociedad española comienza a enfrentarse con la madurez necesaria a la
revisión de su pasado reciente.
 El hecho de que buena parte de las
labores relacionadas con la recuperación de esta historia haya sido llevada a
cabo por personas que nacieron en los últimos años de la dictadura o
posteriormente a la a muerte de Franco también puede tomarse como algo
sociológicamente sintomático. Los desgarros biográficos de la guerra, de la
posguerra, la asfixiante vida cotidiana del franquismo para los perdedores y el
miedo a las amenazas que sufría la democracia durante la Transición, han
impedido que la generación que perdió a sus padres tras el alzamiento militar
haya podido soportar el esfuerzo emocional de remover una historia que durante
años había sobrevivido comprimida por el miedo, el silencio, la angustia y la
desesperación.
Los hombres y mujeres que como los
trece de Priaranza fueron sacados de sus casas y sus familias nunca volvieron a
saber de ellos desaparecieron dos veces. La primera al morir y ser abandonados
sus cuerpos en cunetas y campos. La segunda tras el final de la dictadura,
durante estos años en que podían haber sido recuperados pero la interpretación
de alguno de los posibles escenarios de la Transición los condenó a permanecer
en el olvido.
La consolidación de la democracia y
la solidez de la cultura democrática de los españoles se miden en situaciones de
este tipo. Algunos columnistas de la prensa leonesa "advirtieron" a los
promotores de las exhumaciones de que su objetivo no debía ser el de buscar
venganzas o reabrir heridas; no supieron o no quisieron entender que lo que esto
hace es cicatrizarlas. Conviene saber que la legislación acerca de la
Desaparición Permanente, asumida por los países miembros de la Organización de
Naciones Unidas, permitiría a los familiares la interposición de una demanda,
puesto que los delitos de Desaparición Forzosa y Permanente no prescriben. Pero
el camino es otro.
La identificación mediante las
pruebas de ADN permitirá a los familiares tener la certeza del lugar y de las
circunstancias en que se produzco la muerte de esas personas; un derecho que
deberían garantizar las administraciones públicas. De ellas debería emanar el
esfuerzo por reparar el olvido histórico y recompensar con el reconocimiento y
la identificación a tantas familias. No hay que olvidar que durante los años
posteriores a la Guerra Civil los gobiernos militares ofrecían ayudas a los
familiares de los "caídos" del bando franquista para recuperar sus restos,
trasladarlos y darles cristiana sepultura. Mientras el Estado en sus diferentes
ámbitos no garantice las mismas ayudas a los familiares de los hombres y mujeres
que murieron por defender un gobierno que había sido elegido por la mayoría de
los españoles, tan solo cinco meses antes del alzamiento militar, se estará
cometiendo un agravio comparativo.
La Asociación para la Recuperación de
la Memoria Histórica, con la imprescindible colaboración y el esfuerzo de muchas
personas, ha trabajado para "construir" un ejemplo de cómo se deben hacer las
cosas. El objetivo era llegar hasta el final, hasta que los huesos tengan un
nombre y puedan descansar donde merecen. También descansarán sus familiares,
esos hombres y mujeres que han pasado la vida con el padre o la madre en una
cuneta.  Así se curan heridas, así se consolida la democracia y así se
construye una sociedad en la que los derechos humanos y el respeto a las
víctimas sea un punto de partida.



De Carrillo a Llamazares


Libertad Digital

Noviembre
de 2002

Por  Antonio Burgos
Este inquietante y oscuro Llamazares
que es el nuevo baranda que manda en Izquierda Unida me está haciendo acordarme
mucho de Santiago Carrillo. Y no es que yo sea precisamente presidente del club
de fans de don Santiago, de La Pasionaria y de todo ese baúl de los recuerdos,
tan malos recuerdos para muchos. De don Santiago, cuando aún no estaba en el
Hogar del Pensionista de la política, antes de esta su personal versión de los
viajes del Imserso en forma de conferencias en fundaciones y centros culturales
varios, no me gustaban ni las herramientas del escudo de su partido. En este
punto mee pasaba como a Oselito, el personaje castizo, taurino y popular que el
dibujante republicano Martínez de León publicaba en sus viñetas de El Sol. Al
Oselito de Andrés Martínez lo animaron un día de Frente Popular a hacerse del PC
y dijo, muy serio y con mucha gracia:
---¿Pero cómo me voy a
apuntar yo a un partido que tiene en el escudo una hoz y un martillo, que son
herramientas que nada más que sirven para hartarse de trabajar? Hombre, si por
lo menos ese escudo tuviera una butaca y un langostino...
Desde su butaca y sus
langostinos, Llamazares se niega a firmar el Pacto Antiterrorista y quiere un
pacto pret-a-porter para que no le haga arrugas a Madrazo en el probador de
sangre de Estella. Y aquí es donde surge mi admiración tardía y en lontananza de
Carrillo, cuando compruebo la enorme capacidad de concesión que tuvo don
Santiago, más patriota que Llamazares durmiendo. Si a Llamazares le hubieran
pedido nada más que el 10 por 100 de cuanto concedió Carrillo, la Transición no
hubiera sido tal como gozosamente fue. Santiago Carrillo, que venía del puño
cerrado, de las barricadas del 36, del exilio del 39, de Moscú, de Stalin y del
Pacto de Varsovia...
--- Y de Paracuellos del
Jarama, no se le olvide a usted que Carrillo venía de Paracuellos del Jarama...
Pues más a mi favor
todavía para lo que quiero decir. Porque quiero decir Carrillo, que venía del
marxismo-leninismo stalinista de pata negra, que era Moscú puro de oliva,
comunista por el plan antiguo y de cinco estrellas (rojas), cuando llegó el
momento de las Constituyentes y tras la legalización del que entonces por
antonomasia era El Partido de la lucha contra la dictadura, aceptó la Monarquía
como forma de Estado, admitió la roja y amarilla como bandera constitucional y
hasta la leche que mamaron los leones de las Cortes. Todo.
En cambio este oscuro e inquietante
coordinador... (¿Coordinador, de qué, qué coordina? ¿No es más bien
administrador de unas ideas en ruina y un partido apuntalado?) En cambio este
Llamazares, que no viene de la Komintern, sino tirando muy largo del
eurocomunismo democrático de Marchais y Berlinguer, que no ha conocido más que
un PC legalizado y parlamentario, va el tío, se tira el monte donde Arzalluz da
sus sermones y se pone a ponerle peros al Pacto Antiterrorista, cuando la
mayoría de los votantes de Izquierda Unida, como gente de bien que son, como
demostrados patriotas que son, quieren sumarse al bloque de la paz y la
libertad. Hasta Comisiones Obreras y UGT le están dando ejemplo a este
coordinador descoordinado, ¿quien lo coordinará?, que quiere que se fastidien el
coronel Aznar y el comandante Zapatero, porque él no come rancho.
Que no firme Convergencia y Unión por
un quítame allá ese preámbulo, tiene cierta lógica. Los nacionalismos, como los
extremeños del abuelo de mi compadre Alfonso Ussía, se tocan. Lo que no me
explico es que se alinee con el nacionalismo burgués (o lo otro) quien hasta
ayer por la mañana defendía el internacionalismo proletario y que la izquierda
sindical de los hechos le dé un ejemplo a la izquierda de las ideas. Peregrinas.




EL RISCO DE LA NAVA


GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS
CAÍDOS
Nº 141 – 19 de
noviembre de 2002



AGAZAPADO EN LOS TANATORIOS

Por  Ángel
Palomino
Con lo bonito que hace hablar bien de
los muertos y cómo lo estropean los intelectuales orgánicos, los jóvenes
analfabetos, los viejos malsines del periodismo gauchista, y esa casta nutrida,
la politicalla, los que viven de la política integrados en el institucional
aparato que reúne los  cientos de dedos elegidos a dedo en listas cerradas,
dedos sometidos, obedientes a la orden de votar SÍ o NO como la disciplina
partitocrática nos enseña; la politicasta de los mítines y las manifestaciones
de virtuales cientos de miles de militantes unidos por la nómina con sus bosques
de pértigas con banderita, luciendo el hierro sindical, rojas pegatinas pagadas
por el contribuyente, ese Don Nadie, obligado a padecer las consecuencias
salvajes de la huelga y la agresión informativa de los piquetes que -con
violencia, descalabraduras y estrépito de cristales rotos- procuran el éxito del
atropello.
¿Quién abusó del muerto Bardem?
¿Quién lo robó cubriendo su ataúd con una bandera que es, sólo, memoria de
sangre, tiranía y lágrimas, repudiada en su país de origen, Rusia, la más atroz
potencia antidemocrática del siglo XX?
-Era comunista -dicen orgullosos los
que aún viven de eso-. Un intelectual comprometido en la lucha por la libertad y
la democracia.
A José Antonio Bardem pudo incluirlo
don Alfonso Guerra en la lista de exiliados de la contienda civil. La familia
Bardem huyó de la zona roja y luego se pasó a la España de Franco. Juan Antonio
lució con marcialidad la camisa azul en San Sebastián, con otros falangistas
exiliados que actuaban como Falange Madrileña en la zona nacional.
Pasaron los años y a España 
llegó el exquisito ramalazo del disgusto a papá, la moda italiana de asociar
cine, comunismo, niñatería pija, dolce vita e intelectualidad. Coincidía con un
fenómeno paralelo en Estados Unidos, donde el senador McCarthy realizó una
meritoria labor de saneamiento social -con ayuda de la mayor parte de los
profesionales, artistas e intelectuales independientes- para desenmascarar a los
elegantes y bien carrozados comunistas especialmente en Washington, donde habían
llegado hasta la Secretaría de Estado, y en el firmamento glamouroso de
Hollywood. El Partido -antes, a través de la KGB y ahora de sus cenizas aún
operativas en todo Occidente- nunca lo ha perdonado: todavía le disparan, matan
su biografía con leyendas negras e insultos. También en España lucieron garbo
marxista luchadores por la libertad como Rabal, Patino, Gades, Saura,
actorcillos como Juan Diego, algunas actrices de medio pelo, este recién
incinerado en olor de santidad camarada Bardem y su anciana hermana, erguida y
envuelta en transparencias.
A mí me hubiese gustado dedicar unas
palabras amables a Bardem, pero la masificada unidad de cultura de los
orquestadores comunistas a la borreguil familia de las grandes empresas
periodísticas, más la RTV del Estado, más todos los intelectuales de derechas e
izquierdas incomprometibles con la verdad hacen irrealizable a los escritores
independientes expresar un juicio solamente cortés y despolitizado: es
obligatoria la indignidad y asentir a tanto disparate. Bardem nunca supo hacer
algo que deseaba vehementemente y no le salía: cine de calidad. «Calle Mayor» es
una película de costumbres, sencilla, discreta, medianilla, nada comunista ni de
derechas ni de izquierdas; tenía un antecedente cinematográfico y un origen
teatral, «La señorita de Trevélez» y lo mismo podría tenerlo en alguna novela de
Fernández Florez que, a veces, se ponía melancólico. Así, en «Huella de luz» y
en la bellísima novela y muy aceptable filme «El bosque animado» que, en su
versión literaria, debió ser sobrada justificación para la fama universal en la
que nadie pensó porque el autor mostró siempre desdén por la política y los
políticos de izquierdas y la izquierda no perdona. En 1936 tuvo que refugiarse
en una embajada y pasarse a la zona nacional, lo cual le salvó de morir en
Paracuellos o en cualquier otro escenario justiciero popular de la milicianada
progresista del poeta Alberti. Tan grave falta de respeto le cerró el acceso al
premio Nobel y otros reconocimientos, como a Borges y a tantos otros
sentenciados a muerte intelectual, cuando no a ambas penas. De la muerte física
pudo escapar don Wenceslao; de la otra, no.
Ha sido incinerado Bardem, un
director que pudo ser mejor. Un comunista que paseó el esmoquin y las buenas
maneras con la soltura de sus camaradas internacionales. El Partido le dio la
desmesurada fama que a tanto mediocre transfiguró en eminencia, a tanto fantasma
en sabio psiquiatra, genial pintor, insigne economista, viejo profesor, cineasta
renovador. El Partido espera agazapado en tanatorios y capillas fúnebres
ardientes o frías. Su aparato lo encumbró, el muerto es suyo, lo secuestra, lo
envuelve en sus siniestros ropones, pone focos a sus hoces, a sus martillos… Y
todos los noticiarios dedican palabras, textos, imágenes al servicio de esa fama
inventada.
Nos queda la foto; esa foto
surrealista, patética: la anciana actriz Pilar Bardem con el puño en alto, y la
más que madura chica de Almodóvar Marisa Paredes, exhibiendo también su puñito
con el polvoriento saludo, cantan, aquella canción de los parias del mundo y los
esclavos sin pan, que hoy suena rarísima. Entre una y otra, sin saludar ni
cantar, atrapado, sorprendido, un secretario de estado: Marisa, relajada, saluda
con aire chungo de noche Tropicana. Pilar, adopta posición militar de firmes,
tipo Tianamen, para ejemplo de los parias y de los esclavos sin pan.
La viuda, doña María -mis respetos,
señora, mi condolencia- no se unió a la cantata; perdón, al esperpento.

 AHORA,
A CONDENAR LA REPÚBLICA
EL SEMANAL DIGITAL 
(25 de noviembre de 2002)

Por 
Alfredo Casquero
Según el doctor Alfonso Guerra,
experto en toda clase de depuraciones y limpiezas, para curar una herida hay que
airearla. Este docto personaje, cuyo ejemplo democrático habrá de ser estudiado
en la politología moderna, y cuyo comportamiento durante su época dorada,
hermanos aparte, puede perfectamente modelo para generaciones futuras, ha dado
de lleno en la  solución del problema. Durante muchos años la izquierda
española quería recuperar para la historia una parte de la desgracia pasada. Si
a Carrillo no le importa, con la aprobación en el Congreso de los Diputados la
semana pasada de una declaración sobre las víctimas de la Guerra Civil y el
franquismo, podremos también solicitar que se exhumen los cadáveres de
Paracuellos del Jarama, se podrá investigar donde quedaron los cadáveres después
de los paseos, se podrá interrogar, con la ayuda de algún vidente, a algún poeta
recién fallecido, cuya gaviota equivocada fue testigo y algo más de algún que
otro asesinato. Podrán ser de gran ayuda.
Me parece muy bien que se quiera
olvidar la Guerra Civil, sus trágicas consecuencias, la dictadura de Franco, la
represión. Pero si seguimos el  consejo del hermano de Juan Guerra,
aireemos todo, para que todo  cicatrice. Y durante los últimos 27 años la
izquierda española, cuyas redes dominan o inspiran cualquier manifestación
cultural, ya sea en el  cine, en la canción o donde queramos mirar, han
aireado sólo una parte de la tragedia. Y no han querido olvidar, ni reconciliar.
¿Habría mejor argumento para una película intensa, dramática, que el asesinato,
por ejemplo, de los monjes de Barbastro? Historias de esas hay muchas. En cada
pueblo de España. Historias que ya no se cuentan, porque no interesa contar la
verdad, sino sólo una parte. Es imposible saber el número de personas asesinadas
por el grave delito de confesar su fe. Y eso ocurrió antes de la Guerra Civil.
Casi siete mil personas, obispos, monjas, sacerdotes y frailes fueron
asesinados, torturados, violados, con el beneplácito o la inacción de la II
República. Números entre los que no se incluyen los católicos "paseados", e
igualmente asesinados por el mismo  motivo.
La izquierda española, tan rencorosa,
no ha cumplido el principal pacto de la transición, que era asumir el pasado, y
no volverlo a utilizar en contra de nadie. La izquierda española, y la
izquierdona de los vetustos  comunistas, han tratado de dar una patada al
PP en la memoria de todos los españoles que sufrieron una de las persecución más
sangrientas de la Europa moderna. No hay forma de hacerles entender que Franco
murió hace muchos años, y que España no necesita que cada mes, en cada momento 
electoral, saquen a relucir parte del pasado.
Pero esto, no evita el gravísimo
error del PP. El complejo, la cobardía, el cálculo electoral por encima de
cualquier otra consideración avergüenza a quien como yo, voté en su día al PP.
No se entiende, salvo por una  vergonzante estrategia electoral que
hubieran aprobado declaración  semejante sin que a su vez, no se exigiera
la condena también de los asesinatos producidos desde el 31. Si no ellos no
olvidan, yo tampoco.  Quiero una condena en el Parlamento, aprobada por
socialistas y  comunistas, por toda la Cámara, de los sucesos que fueron
causantes de la Guerra Civil. Quiero que el Parlamento español, socialistas y
comunistas, pidan perdón a los familiares de quienes sufrieron la terrible
persecución religiosa que originó la Guerra Civil. Quiero una condena de la
represión sufrida durante la II República, y de los asesinatos en masa, y de la
barbarie comunista. Quiero una resolución unánime en la que se condene los 
años trágicos del 31 al 36, y en la que todos los parlamentarios, izquierda
incluida, se solidaricen con las víctimas. Había olvidado y perdonado, pero la
semana pasada me ha hecho recordar muchas historias. Para que una herida
cicatrice hay que airearla. Pero de nada sirve airear la mitad de la herida,
cuando la zona más afectada, la que más ha sangrado, la más podrida, continúa
oculta. Si realmente la terapia consiste en cicatrizar, que cicatrice todo.


DESTIERRO DE ODIOS

Libertad Digital

25 de Noviembre
de 2002

Por 
Cristina Losada
Cuando la transición, yo era de los
indignados por el pacto de silencio sobre los crímenes de la guerra civil y el
franquismo. Entonces creía a pies juntillas en la versión que nos habían dado de
la guerra los partidos y los presuntos historiadores de la izquierda. Los dos
bandos habían cometido barbaridades, cierto, pero la derecha más y sus fines
habían sido infinitamente más perversos: acabar con un régimen democrático,
aniquilar las libertades. Eso pensaba, ignorante de la realidad histórica, y me
enfurecía que los comunistas, que eran el partido fuerte de la oposición,
aceptaran correr un tupido velo sobre aquel mar de iniquidades.
Hoy, tras veintitantos años de
democracia y libertades, los que entonces callaron, más todos los
antifranquistas retrospectivos, criados a las ubres prisaicas, se ponen como
locos a desenterrar huesos y a convocar a los fantasmas de la guerra civil. ¿Les
ha dado por el espiritismo? No. La fiebre que les ha puesto a remover el pasado
tiene un primer y primario causante: se llama próximas elecciones, o cómo llegar
al poder. Y el virus ya les atacó en anteriores comicios y produjo un delirio
célebre: la identificación del PP con los asesinos de García Lorca.
Tan superiores se sienten los
socialistas, tan creídos de su alquímica habilidad para hacer de la mentira una
“verdad”, que ni se les ocurre que quedan en evidencia. Pues si hay que honrar
ahora a los muertos y a los exiliados, entiéndase que a los suyos, significa que
no lo hicieron en sus catorce años en el poder. Un largo olvido en cierto modo
justificado: estaban ocupados en cosas más importantes, como llenarse unos
bolsillos hambrientos, lo que sin duda exige esfuerzo y dedicación. Y lo
hicieron a conciencia.
Pero que la izquierda española
recurra a estos revivals del pasado indica que subyacen razones más profundas.
La República y la guerra civil, en la versión de la izquierda, han sido siempre
una de sus principales fuentes de legitimidad política y moral: le permiten
aparecer como “defensora de la democracia y víctima del fascismo”. Y ese falso
pasado, que le hizo llegar con prestigio y aureola de santidad a la transición,
se ha vuelto doblemente importante tras el paso depredador de los socialistas
por el gobierno. El PSOE necesita un pasado mítico del que enorgullecerse para
difuminar un pasado reciente de latrocinio y tropelías del que no reniega.


Resucitar el pasado tiene otra “ventaja”: resucita al enemigo. Igual que en la
República, como muestra Pío Moa en su trilogía sobre esa época y la guerra, la
izquierda necesitó una derecha fascista y se la inventó cuando apenas existía,
hoy los socialistas necesitan y reinventan una derecha autoritaria y
antidemócrata. Para probar ambos pecados en el PP lo vinculan una y otra vez al
franquismo, régimen que retratan como absolutamente despreciable y al que no
reconocen ni un logro, y menos el de que se hiciera el harakiri. La izquierda
española está acostumbrada a construir su legitimidad sobre la deslegitimación
de la derecha, lo que la lleva, en esta democracia como en la República, a
considerarse la única con verdadero derecho a gobernar.



En fin, si este desentierro no fuera hijo del oportunismo y del sectarismo,
cabría un debate serio acerca de los ajustes de cuentas con el pasado y las
virtudes terapéuticas de la verdad. Michael Ignatieff dice en su ensayo “Una
pesadilla de la que intentamos despertar”, que no siempre la verdad y la
justicia facilitan la reconciliación y que lo que precisan muchas sociedades
castigadas por conflictos civiles es olvidar. Pues la verdad está relacionada
con la identidad, definida en parte por oposición al otro, y aún en el caso de
que los bandos enfrentados pudieran ponerse de acuerdo sobre la verdad factual,
lo que interesa a la gente es la verdad moral, y ahí las dificultades son
inmensas: es casi imposible que se reconozca quien tuvo más culpa.
 Ignatieff habla de conflictos
recientes, Yugoslavia, Ruanda, Sudáfrica, en donde persisten “comunidades
consolidadas por el miedo”. Cuando el miedo al otro desaparece, cuando ha pasado
tanto tiempo como en España, debería ser posible hablar con franqueza de lo que
ocurrió, ir filtrando y desechando las mentiras. Pero si uno de los bandos se
nutre de un paso falsificado y lo alimenta para basar en él su estrategia
presente, asistimos tanto al entierro definitivo de la verdad como al peligroso
desentierro de los odios.
Escarbar en la tierra de los muertos
para instrumentalizarlos, como hacen el PSOE y otros, es una afrenta a los
muertos, cuya indignidad no se justifica, sino que se redobla por el hecho de
que lo hiciera Franco con los suyos. Si se hace bajo la banderola de una versión
de la guerra que borra la responsabilidad crucial de los socialistas y la
izquierda en ella, el pasado no vuelve jamás a ser pasado, los muertos se
convierten en fantasmas que piden venganza y la historia, en pesadilla de la que
no se puede despertar.


PARACUELLOS DE JARAMA  1936
BIOGRAFIA de  SANTIAGO
CARRILLO SOLARES.   
Ex secretario General del 
PCE
 
(Gijón,1915- ?) Desde 1928 (13 años)
fue miembro de las Juventudes Socialistas, en las que actuó para convertirlas en
comunistas, partido al que pasó en 1936. Participó en la revolución contra el
gobierno republicano de octubre de 1934 en Asturias como secretario general de
las Juventudes socialistas, por lo que tras su derrota fue ingresado en prisión
hasta que fue liberado en febrero de 1936 con la victoria del Frente Popular. 
Fue el cabecilla de una maniobra secreta por la que pasó las Juventudes
Socialistas a las Comunistas, formando las Juventudes Socialistas Unificadas, de
carácter comunista.  Él se afilió al Partido Comunista de España. 
Durante la guerra civil, entre noviembre de 1936 y enero de 1937, como Delegado
de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid se vio involucrado en el
genocidio de miles de personas durante noviembre y diciembre de 1936
especialmente en Paracuellos del Jarama (Madrid), participación nunca aclarada
por él suficientemente. En entrevista con el historiador no franquista Javier
Cervera le dijo "... Para mí lo importante era que Franco no pudiera organizar
tres (...) cuerpos de ejército (...) Y ese objetivo lo logramos.  ¿No lo
logramos salvando la vida de esta gente?  Es verdad, pero en aquel momento
moría mucha gente en Madrid (...).  Remordimientos de conciencia no tengo
ninguno y pienso que cualquiera en mi lugar hubiera hecho lo que hice yo (...). 
Pero, lo cierto que en ese momento era o ellos o nosotros.  (...) odio a
esa gente le tenía yo tanta como le tenía la mujer que le habían hundido la
casa.  (...) En aquel momento eso me preocupó como un hecho político
negativo para la República" (Madrid en guerra, Ed. Alianza Editorial, 1999,
página 103).
 Los crímenes de Paracuellos del
Jarama pese a la, al menos, inactividad de Carrillo eran tan fáciles de detener
que con sólo la voluntad que puso el anarquista Melchor Rodríguez se detuvieron
ipso facto.  Por ello, con sólo la acción de Carrillo en un principio se
hubieran salvado miles de vidas.  Si no dio la orden ni lo conoció
demuestra una incapacidad política en el cargo que le debía inhabilitar de por
vida a responsabilidades públicas.  A finales del verano de 1936 se pasó al
Partido Comunista Español, y en 1937 fue nombrado miembro del comité central del
PCE.  En 1939 rompió con su padre, Wenceslao Carrillo, por la decisión de
éste de unirse a los que consideraban perdida la guerra.  Tras la derrota
militar huyó a Francia y Méjico.  Intentó una frustrada invasión
guerrillera a través de los Pirineos con los maquis que salvo asesinar a algunos
civiles, sacerdotes y guardias civiles no dio ningún resultado por la pasividad
y oposición de la población civil.  En 1960 fue nombrado Secretario General
del Partido Comunista de España (VI Congreso del PCE).  Era gran amigo del
terrible dictador rumano Ceaucescu y fue acogido por Stalin en la Unión
Soviética hasta que regresó a España en febrero de 1976 donde fue diputado en
las Cortes monárquicas entre 1977 y 1986. Tras su fracaso en elecciones
democráticas en 1982 se retiró de la secretaría hasta que en 1985 fue excluido
de los órganos de dirección del PCE, al que abandonó después, creando un
desconocido Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista que obtuvo un
fracaso electoral en las elecciones al Parlamento Europeo.  En 1991 firmó
un acuerdo para que los miembros de su partido ingresaran en el PSOE.  La
imagen corresponde a los años de la República o a los que se le vincula con el
genocidio de Paracuellos del Jarama (Madrid, 1936).


Ortega y Gasset y los mártires de Barbastro

La Razón   12 de noviembre del 2002
Por Monseñor 
Juan José Omella Omella
.  Obispo de Barbastro (Huesca)
El pasado 25 de octubre se cumplieron
diez años de la beatificación de los 51 jóvenes mártires de Barbastro, la mayor
parte de ellos de 21 a 25 años. «¿Por primera vez en la historia de la Iglesia,
todo un seminario mártir!», exclamó Juan Pablo II al final de la proclamación de
los beatos. Sus voces, sus escritos, sus cánticos, su entusiasmo, se han ido
irradiando por todo el mundo, en oleadas de asombro y de devoción.
En estos años, muchos seminarios los
han elegido como patronos por su fidelidad. Parroquias, colegios, comunidades
religiosas, seminarios, movimientos apostólicos piden reliquias, piden un poco
de tierra empapada en la sangre de los mártires de la carretera de Barbastro a
Berbegal, levantan monumentos individuales y colectivos, celebran el día de su
glorioso martirio. Crean museos a semejanza del de Barbastro, como ha ocurrido
en Polonia y Paraguay. En las misiones claretianas de Oriente (Filipinas, Timor,
Taiwán, Corea, Vietnam...) a los claretianos se les conoce como «los padres de
los mártires de Barbastro».
El hermoso sueño de los mártires de
Barbastro -evangelizar a todo el mundo- se está cumpliendo. El beato Rafael
Briega, que había sido destinado a China, a la misión de Tunki, y que poseía un
amplio conocimiento del lenguaje mandarín, dejó escrito en vísperas de su
sacrificio: «Díganle al P. Fogued que ya no puedo ir a China; ofrezco mi sangre
por esas misiones». Una reliquia del beato Briega ha llegado ya hasta China
continental.
Por el museo de los mártires de
Barbastro pasan miles de peregrinos, que acaban todos conmovidos. ¿Cuántas veces
se oye repetir estas expresiones: «Visitar este museo es como participar en unos
ejercicios espirituales»! Un obispo polaco, al llegar a la cripta de los
mártires y enterarse de que el noventa por ciento del clero de la diócesis había
sido fusilado y que hasta se había obligado a todas las familias cristianas que
tenían nichos en el cementerio, a borrar y hacer desaparecer las cruces y
símbolos religiosos, exclamó: «Pero esto que pasó aquí fue algo satánico. Ni en
Polonia, bajo los nazis, ni bajo el comunismo, se llegó a tanto». Uno recuerda
las palabras de Ortega y Gasset: «Yo no he podido sentir nunca hacia los
mártires admiración, sino envidia. Es más fácil lleno de fe morir, que exento de
ella arrastrarse por la vida».
Y las de Schmauss: «Los que creen
sólo en el mundo de la experiencia se sienten inquietos en su seguridad mundana
por los testimonios de un mundo transcendente y buscan quitárselo de encima por
todos los medios, con la astucia y la fuerza. Su odio no conoce límites, tienden
a la destrucción, a la persecución destructora de los que quieren perseverar
hasta el fin».
Ojalá que el testimonio de estos
jóvenes mártires de Barbastro ayude a las nuevas generaciones de bautizados a
vivir el gozo de la fe, la fidelidad al Evangelio, la belleza suprema de Dios.
Él es la única esperanza del Hombre. Y la verdadera alegría del mundo.



MI COMPAÑERO JUAN
ANTONIO BARDEM

ABC.
13 de noviembre de 2002
Por JOSÉ
ANTONIO VACA DE OSMA
. Embajador de España
HASTA 1936 fuimos
compañeros en el Colegio de Nuestra Señora del Pilar de Madrid, de colegio, de
clase y hasta de pupitre. Él, Juan Antonio, sacaba bastantes buenas notas,
aunque no era de los mejores. Jugaba a veces de portero de fútbol, yo siempre de
extremo derecha. Bardem era algo gordito y todos sabíamos que sus padres eran
dos buenos cómicos de la época, Rafael Bardem y Matilde Muñoz Sampedro.
Terminamos cuarto año de
bachillerato y luego vino la dispersión del verano, el terrible verano del 36.
Le encontré poco más tarde
en San Sebastián, zona nacional. Con sus padres, Juan Antonio había huido de la
zona roja, donde no había ni teatro, ni toros, ni fútbol, ni comida... Así
Matilde y Rafael Bardem pudieron actuar con éxito durante los tres años de la
guerra en el teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, en Sevilla, y en otras
ciudades de la retaguardia nacional, en las que se vivía una casi ofensiva
normalidad.
Juan Antonio Bardem, mi
compañero de colegio, llevaba camisa azul con el yugo y las flechas. Pertenecía
a la Falange de Madrid en la capital guipuzcoana, con Eduardo y Gregorio
Manzanos, que luego fueron sus productores cinematográficos, con Federico
Izquierdo Luque, con José Manuel Rivas, con Ángeles Ramos y otros jóvenes, más
bien adolescentes, que organizaron allí el SEU.
Muchos años después, en
1957, encontré a Juan Antonio Bardem en el Hotel Reina Isabel, de Ávila. Yo iba
a saludarle cuando noté que me rehuía en el hall y en el comedor. Él dirigía
entonces una película, creo que en la propia ciudad amurallada y me parece que
por allí andaban como protagonistas una actriz mexicana, Rosita Arenas, y el
galán de moda, Armando Calvo. Unos años después coincidí de nuevo con Bardem y
le pregunté por qué me había huido en Ávila hasta por los pasillos del hotel. Su
respuesta me resultó ingenua, casi cómoda: -¿No sabes que soy comunista? Temía
que tú, por tu autoridad en la provincia, me ibas a meter en la cárcel. -¡Qué
cosas más absurdas dices, y precisamente a ti, mi amigo y compañero, cuando he
estado nueve años al frente de aquel gobierno y nadie fue en mi tiempo a la
cárcel por motivos políticos...!
Nuestro nuevo encuentro
tuvo lugar en la Embajada de Italia cuando vino a Madrid el presidente Pertini.
Estábamos charlando Juan Antonio y yo cuando me dijo: -Te voy a presentar a
Santiago. Ese Santiago al que ahora se le reverencia y se le llama don Santiago.
Un personaje que me recordaba demasiado su destacada actuación en los días
nefastos de Paracuellos. Así que rechacé la invitación: -Perdona, pero no me
interesa.
Por
mi carrera y por sus actividades e ideas, tan lejanas de las mías, no volvimos a
coincidir. He sentido mucho la muerte del antiguo pilarista, que tan buen cine
hacía en tiempos de Franco. Ahora he visto en la televisión su entierro, triste
espectáculo staliniano, trasnochado, puños en alto, banderas rojas, la hoz y el
martillo, la «Internacional»... Me sorprendieron algunas conocidas actrices
alzando el puño con gesto agresivo. Las declaraciones de muchos asistentes eran
casi unánimes, todos habían padecido bajo la tiranía franquista, aquellos
tiempos en los que triunfaban Bardem, Berlanga, Fernán-Gómez, Rabal, Gala,
Marsillach, Sastre... Y se situaban ventajosamente los que hoy dominan
importantes medios de comunicación y en el supuesto mundo cultural e
intelectual. Todos les conocemos. Alguno de ellos ha dicho: «Contra Franco
vivíamos mejor». Dan ganas de reír... o de llorar.




REESCRIBIR LA HISTORIA DE ESPAÑA

Libertad Digital

13 de noviembre de
2002


EDITORIAL   

La especie de que la II República en 1936 era un
feliz y pacífico estado de derecho gobernado por una izquierda plural,
progresista y democrática contra la que las odiosas fuerzas de la reacción se
sublevaron para imponer la dictadura, a fuerza de repetirse en las publicaciones
y en los libros de texto que estudian nuestros bachilleres y universitarios, ha
acabado por convertirse en la “versión oficial” de aquel triste periodo de
nuestra historia.

Tanto es así que hoy se empieza a ver el pacto
fundacional de la transición y de la democracia española –consistente en la
voluntad de la izquierda y de la derecha de enterrar definitivamente el pasado
junto con sus muertos para alumbrar un futuro de paz y libertad– como una
especie de conspiración de silencio impuesta por los herederos del franquismo
para ocultar un pasado de barbarie del que, al parecer, la izquierda fue víctima
y nunca verdugo.

A pesar de que la guerra civil española es quizá el
episodio histórico del siglo XX sobre el que más mentiras e inexactitudes se han
dicho y escrito, los historiadores más dignos de crédito, así como las numerosas
pruebas documentales y los testimonios de quienes la vivieron, indican que el
número de asesinatos políticos cometidos por el llamado bando republicano (bajo
el control de Stalin en la época más virulenta de los Procesos de Moscú) en el
mejor de los casos nada tuvo que envidiar al que cabe atribuir al bando
nacional, superando con mucho a los partidarios de Franco en saña y
arbitrariedad.

Algunos de los protagonistas de aquella tragedia,
como Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri, conscientes de que nada tenían que
ganar, mucho que perder y todavía más que callar desenterrando los muertos de la
guerra civil, predicaron la “reconciliación nacional” y decidieron aceptar el
generoso ofrecimiento de la derecha en la transición para cubrir con un manto de
olvido aquellos años.

Pero un cuarto de siglo después, debilitada la
memoria histórica por el transcurso del tiempo, el fallecimiento de los testigos
y la constante manipulación de los hechos por parte de quienes han hecho un
lucrativo negocio –con réditos tanto económicos como políticos– de la
reescritura de la historia de la guerra civil y de la dictadura de Franco en
clave de mitologema progre, la izquierda quiere romper aquel pacto de piadoso
silencio exigiendo a la derecha representada por el Partido Popular que condene
explícitamente el Alzamiento Nacional y la dictadura de Franco, como si eso
fuera necesario o pertinente a estas alturas. Y a esto se añade la exhumación
literal de los represaliados por el bando nacional, que aplaudía en días pasados
el propio Carrillo, quien todavía no ha pedido perdón por los que ordenó fusilar
en Paracuellos.

No es difícil adivinar que este repentino interés
por los muertos del bando republicano en la guerra civil obedece a intereses
políticos en la órbita del PSOE, que siempre ha agitado irresponsablemente el
espantajo de la guerra civil con fines electorales, aunque durante sus 13 años
consecutivos de gobierno tuvo tiempo de sobra para remover tumbas.

Así las cosas, no es extraño que medios de
comunicación extranjeros de tendencia “progresista” como The New York Times (que
leen más de 7 millones de personas) ignoren 25 años de democracia que incluyen
13 de gobiernos del PSOE y hablen en torno a este asunto como si acabara de
finalizar la dictadura y los españoles se atrevieran por primera vez a hablar de
su pasado reciente, exigiendo al partido “heredero” del franquismo que se sume a
la “nueva era de transparencia” que la democracia demanda.

Los prejuicios y la arrogancia con que la progresía
norteamericana aborda los asuntos de países distintos al suyo le impide
contrastar mínimamente la versión de los hechos que les proporcionan sus colegas
del “tercer mundo”. Aunque también hay que decir que los injustificados
complejos de la derecha le han impedido contrarrestar eficazmente la
manipulación y deformación de la historia que socialistas y nacionalistas han
practicado e impuesto en los últimos 25 años
.



ACUSAN AL GOBIERNO DE AZNAR DE FRANQUISTA


Libertad digital


13 de noviembre de 2002


The New York Times
ofrece una visión sesgada de la historia reciente de España.
 





“Los españoles se encaran por fin con el fantasma de Franco”, así tituló el
diario neoyorquino este lunes un reportaje fechado en Madrid y publicado en su
página dos. Las autoras, Elaine Scolino y Emma Dalyal, acusan al Gobierno Aznar
de complicidad con el franquismo y consideran que nuestro país está despertando
de una amnesia colectiva que ha durado más de veinticinco años.

 
(Libertad Digital)
Al parecer, España, después de 25 años de democracia que incluyen 13 de
gobiernos socialistas, “sólo ahora empieza (...) a superar el terror del
alzamiento armado de 1936 y la guerra civil que llevó al generalísimo al poder.
(...) a trancas y barrancas, los españoles empiezan a superar su temor a que
algo malo les suceda si se atreven a recordar, rompiendo una conspiración de
silencio que podría obligar al gobierno español de centro-derecha a reconocer
una época que quería olvidar”. Así analiza la historia de España un artículo del
periódico “The New York Times”.
Acaso el párrafo más llamativo es el
que se refiere al Partido Popular: “Pero el gobierno no se ha sumado a la nueva
época de claridad. Quizá esto no sea sorprendente, habida cuenta de que el
conservador Partido Popular al que pertenece el primer ministro, José María
Aznar, tiene en parte raíces franquistas y que veteranos políticos procedentes
de la época de Franco siguen próximos al Gobierno”
Las autoras de la noticia se han
basado en la reciente exposición “El Exilio”, inaugurada por Don Juan Carlos el
pasado septiembre, en la abundante y a veces poco objetiva literatura sobre la
Guerra Civil publicada últimamente –citan la novela de Dulce Chacón “La voz
dormida”, “Esclavos por la patria” de Isaías Lafuente, y "Los niños perdidos del
franquismo”, de Montse Armengou y Ricard Belis–, así como el “drama” televisivo
“Cuéntame”, que, “aunque en un tono edulcorado, muestra la vida cotidiana de la
España de los años sesenta (...) que describe a los españoles como una vez
fueron: tímidos e inseguros en los decadentes años de gobierno derechista”.
Asimismo, se hacen eco de las
actividades de Emilio Silva, nieto de un combatiente republicano, quien ha
creado la Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica, cuyo fin
estatutario es ayudar a las víctimas republicanas encontrando las fosas comunes
donde fueron enterrados los fusilados del bando nacionalista para identificarlos
y darles sepultura; aunque, según su fundador, "también atendemos peticiones
para exhumar cuerpos de fusilados que lucharon al lado de Franco”.

El diagnóstico de Scolino y Dalyal, aparte de desconocer profundamente la
realidad política y sociológica española, no tiene en cuenta que los mayores
interesados en esa “conspiración de silencio” fueron los propios miembros y
“herederos” del bando izquierdista en la guerra civil, quienes acordaron, junto
con los representantes de la derecha, no remover los horrores del pasado para
hacer posible un futuro en paz y en libertad. Baste recordar, como simple
ejemplo de lo que sucedía en las zonas dominadas por el gobierno republicano, a
Santiago Carrillo y a la Pasionaria, quienes fusilaron miles de presos
políticos, sin juicio previo, en Paracuellos del Jarama
.




LA DESMEMORIA TAMBIEN MATA

FUNDACIÓN FRANCISCO FRANCO

BOLETÍN
INFORMATIVO  Núm. 91




Mienten, mienten, mienten, es hoy el deporte al que se han
aficionado políticos, periodistas y falsos historiadores: es una droga; ya no
pueden vivir sin la mentira y pierden el miedo a la verdad; están íntimamente
convencidos de que la verdad ya ha sido borrada y nadie se atreve a revelarla o
a contradecir la mentira, porque lo tacharán de embustero, de fascista, de
enemigo de la democracia. T, asombrosamente, los medios de comunicación del
Estado se suman a la desinformación con reportajes espeluznantes y versiones
infames, falsas o sesgadas, inadmisibles en emisoras oficiales. Y en periódicos
de derechas de toda la vida.

Sesenta y seis años después, la machacona y desvergonzada
actividad desinformadora comunista no se contenta con dar por borrados sus
crímenes de la Guerra Civil; sabe que algunos son imborrables; entonces da un
paso adelante y justifica los asesinatos: las víctimas eran enemigos peligrosos.

Ya han sembrado la idea de que la Iglesia Católica se sumó
al
<<bando
rebelde>>.
Sólo eran dos los bandos; en el llamado Nacional, la Iglesia siguió siendo
iglesia; en el llamado Rojo, se procedió a su exterminio iniciado en 1934, pero
de eso no se debe hablar porque reconocerlo es

<<abrir
viejas heridas
>>
y hasta se logró que en el Vaticano se paralizasen las
causas de beatificación de los mártires hasta que Su Santidad Juan Pablo II puso
orden en el asunto. La represión tergiversadora ha sido tan eficaz que los
asesinos han perdido el miedo a hablar de aquel horror.

El día 10 de agosto del 2002, en el diario
<<El
Mundo-El Día de Baleares
>>,
se publica una entrevista del periodista Antonio Lucas a un siminiestro
personaje del Partido Comunista. El entrevistador le hace una pregunta
aludiendo, quizás, a la actitud de ciertos obispos que condenan de boquilla el
terrorismo cuando sacude el árbol, pero se identifican con quienes cosechan las
nueces políticas del terror.
Pregunta.- ¿Qué le parecen los obispos?
Respuesta.- Pues creo que los obispos sí que pueden ser
peligrosos en determinadas circunstancias históricas. Por ejemplo, lo fueron en
España en el treintaiséis.
En el treinta y seis, ellos fusilaron a trece obispos
que murieron perdonando a sus asesinos. El personaje de la entrevista es ese a
quien los políticos, los periodistas, llaman don Santiago Carrillo, responsable
histórico de la fosa común de Paracuellos del Jarama.

Por si se ha olvidado que las heroicas milicias de su
partido, en ardorosa competencia con las de otros demócratas del Frente Popular,
hicieron justicia eliminándolos, le ofrezco la lista de aquellos mártires:
Asensio, obispo de Barbastro.
Basulto, de Jaén.
Borrás, de Tarragona (aux.).
Enténaga, de Ciudad real.
Huíx. De Lérida.
Irurita, de Barcelona.
Laplana, de Cuenca.
Madina Olmos, de Guadix.
Nieto, de Sigüenza.
Polanco, de Teruel.
Ponce, de Orihuela.
Serra, de Segorbe.
Ventaja, de Almería.

Con esa respuesta han sido
nuevamente asesinados por la misma razón que en 1936: porque eran obispos. Y si
le interesa refrescar la memoria, le añado tres datos. Pacíficos y nada
peligrosos, fueron sacrificados 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 monjas.
Y un dato más: 20.000 templos fueron destruidos o saqueados.

A. P.








MEMORIA HISTÓRICA



EL HOLOCAUSTO DE PARACUELLOS



P’ALANTE Quincenal Navarro Católico nº 463



Por J. ULÍBARRI

El diario “El País” de 7-X-2002, continuando el desarrollo de la nueva consigna
socialista de ‘recuperar la memoria histórica’, informa del proyecto del
‘conocido’ (¿?) dramaturgo José Sanchís Sinesterra de representar a partir del 8
de noviembre próximo en el Ateneo de Madrid una colección de nueve pequeñas
piezas teatrales bajo la común rúbrica de “Terror y miseria del primer
franquismo”. Estas obras están consagradas a luchar “contra la amnesia
generalizada en lo tocante al franquismo, que ha producido el ascenso al poder
del PP.
Curiosamente, a ese mismo ascenso del “centro reformista ha contribuido también,
aunque por otros conductos, la amnesia que igualmente padecen muchos católicos y
miembros de la España Nacional. Nosotros también tenemos que luchar contra la
amnesia. ¡Católicos: luchad contra la amnesia!.
Para ayudarnos, conmemoraremos en este mes de noviembre las matanzas de
cristianos en Paracuellos del Jarama. ¡Aquello sí que fue un holocausto, sólo
que sin la propaganda internacional, comparable a la del holocausto judío! Fue
el paradigma de las matanzas colectivas, porque, refiriéndonos solo a
eclesiásticos, antes y después, estos eran asesinados aisladamente o en grupos
muy pequeños. A Paracuellos fueron grupos grandes formados en las cárceles y en
otros centros de detención por religiosos de distintas órdenes.
En los días 7 y 8 de noviembre de 1936 tuvieron lugar las más famosas “sacas” de
presos para ser asesinados, pero hubo muchas más. La Cruz Roja Internacional y
algunas embajadas protestaron en vano. Se calcula que solamente en esos dos días
fueron asesinados mil quinientas personas, si bien no todas religiosas. Se les
ametrallaba al borde de siete grandes fosas de más de cíen metros. Los que no
morían paralizados por el espanto, lo hacían al grito unánime de “¡Viva Cristo
Rey!”.Al comenzar diciembre se suspendieron los asesinatos en masa.
La visión de conjunto. El Holocausto cristiano de Paracuellos vuelve a tener
protagonismo histórico, con motivo de la visita a España del Papa Juan Pablo II.
Fue por omisión, No lo fue a visitar en su largo periplo. Tampoco había ido a
las fosas de Katyn donde los rusos asesinaron a toda la oficialidad del ejército
polaco. Sin embargo, visitó cinco veces el campo alemán de Auschwitz, donde se
enfrentaron nazis y judíos, dos bandos que ninguno era cristiano. Pero se ha
dicho que porque había que tener siempre presente “la visión de conjunto”.
Ahora vuelve a hablarse de esa visión con motivo del revuelo levantado por las
canonizaciones de Isabel la Católica, Fray Bartolomé de las Casas y el P. José
María Escrivá. Antes, por el bloqueo de la canonización de los Mártires de
nuestra Cruzada, levantado finalmente por el Papa Juan Pablo II.
Eso de la visión de conjunto está adquiriendo, al lado de su aceptación clásica,
otra. En su versión noble y tradicional forma parte de la virtud de la
prudencia, que integra todos los factores posibles antes de tomar una decisión.
Renunciar, pues, a la visión de conjunto es, pues, una imprudencia. Pero en la
practica vamos viendo situaciones en que se invoca sin fundamento comprobable y
luego, si se comprueba que éste no existe, se convierte en coartada de
planteamientos censurables. Mucho ojo, pues, en aceptar alegremente y a priori
apelaciones a la visión de conjunto. Hay veces que hay que echarse a temblar.



 





EL
RISCO DE LA NAVA


GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS
CAÍDOS
Nº 139– 5 de
noviembre de 2002



‘CINISMO UNIDO’


IU exige honrar la memoria de los «esclavos» del franquismo
(El País 20-octubre-2002)
Hasta el inesperado suceso de la caída del imperio soviético, el Partido
Comunista español recibió, en la persona del dirigente Ignacio Gallego, español
predilecto del eminentísimo Politburó, ayuda mensual en dólares, moneda con la
que el comunismo combatía al capitalismo. Desde 1976, el dinero que antes
llegaba a través del partido comunista francés, pasa directamente al camarada
Gallego encargado de mantener la trama soviética que nos traería ese futuro que
Gallego, Dolores y Carrillo conocían y deseaban para los españoles tan contentos
con la democracia que nos habíamos dado sin mover un dedo. Ellos, los viejos
comunistas sabían lo de Paracuellos, lo de las chekas, lo del chekista Alberti,
lo de la caza de troskistas… y sabían lo de las purgas estalinianas, lo del
Gulag… Y ahora vienen estos socios del horror hablando de los «esclavos del
franquismo». Estos masturbadores del cadáver soviético, activos panegiristas del
terror rojo. Todavía en 1984, el diputado democrático camarada Gallego recibió,
además de la cuota habitual (20.000 dólares fijos más gastos) una dotación
extraordinaria de 50.000 dólares para sanear el partido, viciado por la
corriente eurocomunista, con la invención del Partido Comunista de los Pueblos
de España, «parte integrante del movimiento comunista internacional» según
estimulante comentario de Pravda.
La desvergüenza comunista impone el terror propagandístico mediante estos
trucos. La organización que más esclavos creó en el siglo XX (la que, por poner
un ejemplo, desterró de sus pueblos a 500.000 chechenos condenados a trabajar y
a morir en Siberia) busca esclavos franquistas y pide monumentos que los
recuerden… Y lo piden «en honor a la memoria colectiva y a la verdadera historia
de nuestro país». Y nadie les sacará a relucir su pasado. Al contrario, todo
«progresista» votará que «vale, compañero, leña a esos anticomunistas que
tuvieron la desvergüenza de vencer a Líster, a Zhukov…». Los conservadores
suelen abstenerse, aunque cada vez se lo ponen más difícil.
La historia apaleada; eso es práctica habitual entre los comunistas.

========================================================
Por Alvar frías
El secretario general del Partido Comunista de España, esa institución obsoleta,
deplorable durante su existencia en los países que la tuvieron que padecer, que
sumió a una importante población del orbe en la miseria, que ha asesinado a
millones de seres, y que no tiene nada que ofrecer, digo que el secretario
general del Partido Comunista de España, Francisco Frutos, hace unos días lanzó
a los cuatro vientos que el PP «no sería considerado un partido absolutamente
democrático hasta que no condene el levantamiento del 18 de julio de 1936».
¡Si será cínico! Y lo dice, naturalmente, haciendo abstracción de que por culpa
del partido que él representa en la actualidad tuvo que producirse el
levantamiento del 18 de julio que condena, y gracias a ese levantamiento él vive
tan ricamente hoy.
Francisco Frutos debería reflexionar, aunque sólo fuera durante un cuarto de
hora, para darse cuenta de las sandeces que dice y que sería mejor dejara el PC
y se pusiera a trabajar como un españolito cualquiera para ganarse el pan en vez
de hacer recomendaciones desdichadas a diestro y siniestro.





El cráneo
ABC 1 de noviembre de 2002

Por Afonso Ussía
Estos últimos meses, muy bien filmados por las cámaras de los
servicios informativos de Tele-5, se suceden uno tras otro desenterramientos de
cadáveres correspondientes a víctimas de la brutalidad de nuestra Guerra Civil.
Curiosamente sólo de víctimas de un lado. Tres cráneos por aquí, cinco por allá,
doce en una fosa común hallada en las afueras de un pueblo o de una ciudad
cualquiera. Imágenes espeluznantes que nos recuerdan la locura sangrienta de una
época que muchos creíamos superada. Todos esos cráneos, según los informadores
de Tele-5, vibraron de vida y sensaciones sobre los hombros de hombres y mujeres
que lucharon contra los nacionales en aquella guerra terrible. El comunista
Frutos ha vuelto a recordar nuestros peores tiempos exigiendo a los dirigentes
del Partido Popular que pidan perdón por el 18 de julio de 1936. Es decir, que
un comunista quiere remover el fango. Y exige que pidan perdón aquellos que no
habían nacido cuando España se dividió en dos -a partir de la revolución de
Asturias de 1934-, y la vida de los adversarios dejó de tener valor tanto de un
lado como del otro. Esa estupidez de Frutos y la obsesión de los informativos de
Tele-5 me animan a organizar una búsqueda, que por dejadez, por ayudar al
olvido, por contribuir al abrazo que nos dimos todos los españoles con la
promulgación de la Constitución, tenía en mi intención y no había llevado a
cabo. Quizá, aprovechando la influencia que el Grupo Correo-Prensa Española
tiene en Tele-5 podría conseguir que un par de cámaras me acompañara durante el
empeño.

Mi madre, que murió hace unos meses, lo hizo con la amargura de no haber
encontrado jamás el cadáver de su padre, un escritor llamado Pedro Muñoz-Seca
que fue fusilado por los comunistas y anarquistas en Paracuellos de Jarama junto
a otros diez mil españoles. Los comunistas anteriores a Frutos lo asesinaron por
ser monárquico. Testigos de su muerte informaron a mi madre que, ya caído el
cuerpo de Muñoz-Seca, fue rematado de un tiro en la cabeza disparado por un
oficial de las Brigadas Internacionales. Un oficial alto y rubio que remataba
con mucha efectividad y profesionalidad
Algunos cuerpos fueron identificados, pero más de ocho mil
esqueletos se reúnen en las fosas comunes de Paracuellos. La que cobija los
restos de mi abuelo se hallaba junto a un viejo olivo. Sucede que un día
desapareció el olivo y el punto de referencia se esfumó. El día que asesinaron a
Muñoz-Seca -el 28 de noviembre de 1936-, fueron fusilados dos mil personas más.
Entre ellas, niños de doce a quince años que los comunistas decidieron que no
merecía la pena que vivieran por ser hijos de militares. A diez metros de mi
abuelo le atravesaron el cuerpo de balas a un niño, hijo de un oficial de la
Armada. Y también fue rematado por el alto, apuesto y rubio oficial de las
Brigadas Internacionales mientras el pelotón de fusilamiento se tomaba unas
horas de descanso en espera de otra saca de «presos trasladados a Valencia».

El empeño no es fácil, porque hallar el cráneo agujereado de un familiar entre
ocho mil cráneos en las mismas condiciones resulta harto complicado. Sería
hermoso que el camarada Frutos se prestara a acompañarme en tan ardua tarea. Su
gesto tendría el significado de la superación del horror. El cráneo de mi
abuelo, unido probablemente al resto de su esqueleto, yace en un revoltijo de
huesos y otros cráneos de hombres y de niños, sin ninguna señal específica que
ayude a determinar cuál es su cuerpo. Se está perdiendo un gran reportaje Tele-5
para ofrecerlo en sus informativos. Decenas de miles de españoles, hijos y
nietos de aquellos inocentes asesinados, desean identificar los esqueletos de
los suyos. Y lo mismo que en Paracuellos, en todos los lugares de España que
fueron elegidos para los «paseos» nocturnos o los pelotones de fusilamiento.
Estaban ahí callados para contribuir al abrazo definitivo. Pero si empiezan a
sacar cráneos, desenterremos a todos. Y si es ante las cámaras de televisión,
mejor que mejor.




EL
RISCO DE LA NAVA


GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS
CAÍDOS
Nº
138– 29 de octubre de 2002



EL VIEJO COMUNISTA


Por Ángel
Palomino
Han pasado más de sesenta y cinco años desde noviembre de 1936. Pero no todo
puede ser borrado: Paracuellos del Jarama sigue mostrando la mayor fosa común de
víctimas del comunismo en Occidente.
Lo recordamos; lo recuerdan, quieran o no, los que participaron en la matanza y
los que la presenciaron más o menos de cerca, movilizados por las milicias rojas
para trabajar en aquellas zanjas espantosas, y los millones de españoles que han
tenido -tienen- ante sí la evidencia de tan señalado e infame ejemplo de
barbarie al que -imperdonable omisión- nunca dedica RTVE un reportaje, un
comentario, unos minutos de «Informe Semanal».
Sin embargo, la vieja propaganda nacida y perfeccionada en la KGB no abandona
sus tópicos, sus falsas noticias convertidas en verdades por el estaliniano
aparato tergiversador de la historia. Todavía afirman, dan por hecho -«lo sabe
todo el mundo»- que el 18 de julio de 1936, un grupo de generales, obispos y
terratenientes fascistas se alzó contra la República para destruir la legalidad
democrática y esclavizar al pueblo.
Lo dicen, insisten, es una técnica, no falla: repetir, repetir. Ya han
conseguido convertir en culpables a las víctimas de sus brigadas del amanecer,
sus checas, sus patrullas depredadoras, sus comités. Las víctimas, en aquellos
días de ira, fueron ellos y sus chequistas. Se lo creen: ya es verdad.
Cualquier comunista veterano, contemporáneo de quienes dejaron en España la
marca identificativa, la tapia ensangrentada, la huella inconfundible de la
realidad hispano soviética leninista, estalinista, ibarrurista, carrillista,
debería callar cuando se habla de Paracuellos. Algunos cambian de conversación,
encienden un cigarrillo, miran para otro lado. pero, a estas alturas de la
antihistoria, casi todos creen, solamente, lo que ellos mismos han inventado.
En reciente entrevista, el viejo responsable histórico de lo ocurrido en
Paracuellos, afirmó que, en ciertos momentos, los obispos son peligrosos: «Por
ejemplo, en España en el treinta y seis». Quizá, por eso los mataban.
En 1936 fusilaron a 13; a los trece que pillaron. Pese a ser tan peligrosos,
murieron perdonando a sus verdugos. El viejo comunista de Paracuellos, que ha
pasado tantos años echando balones fuera, lo considera actualmente, un acto de
lucha por la libertad y el orden. No lo vi, lo he leído en El Día-El Mundo de
Baleares, pero sé que no se sonrojó. Los peces no se ahogan en el agua ni los
comunistas en la mentira.
Trece obispos asesinados, y no todos en la calentura de julio del 36. A fray
Anselmo Polanco, obispo de Teruel, lo fusilaron los hombres de Líster a pocos
quilómetros de la frontera Francesa cuando, próximo el final de la guerra,
hacían la última de sus memorables retiradas.

Se lo recuerdo al viejo comunista. Cuando oiga hablar de obispos o de
represiones y, sobre todo, de Paracuellos, que encienda un pitillo, que mire
para otro lado. Que no nos tire de la lengua.




EL
RISCO DE LA NAVA


GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS
CAÍDOS
Nº 123– 2 de
julio de 2002

 

LA IZQUIERDONA



Por
Ángel Palomino

La hemos visto estos días; la izquierdona de
la amenaza y la bravata; la hemos oído en la palabrería de unos dirigentes
cubiertos con caspa demagógica de Frente Popular años 30, y nadando con flotador
de patito disney en mares de banderas del más chillón color castrista,
norcoreano, necrorrumano y difuntosoviético. Y, con ella, la izquierdona de
diputados relamidos preocupados por la raya del pantalón y por la raya del
peinado a raya. Era ella misma, la eterna izquierdona de mal afinados,
vociferantes coros de bateleros del Jarama; de torvos piquetes didácticos e
ilustrativos con vocación de milicianada 1936.
Los opulentos asalariados del poder
sindical, representativos de sí mismos, de las oficinas y los despachos
heredados de Girón y de Solís, junto a los herederos de aquella izquierdona
largo caballerista y pasionaria que paseaba de la Cheka de Fomento y la Cárcel
Modelo a Torrejón y Paracuellos, han hecho jornadas extraordinarias y viajes
relámpago para, con su falsa ubicuidad, aparentar multitudes en rebelión
nacional. Parecían disfrutar con la fiesta porque creían estar viviendo el
principio de una orgía, el amanecer de la Utopía realizada. Ya veían venir a
Fidel en un reactor para darles la partitura de un tiempo que se pudre entre los
escombros del Muro de Berlín y bajo las pesadas alfombras del Kremlim donde las
escobas de un poder medio noqueado, y errabundo esconden la miseria de un pasado
totalitario, sangriento y ruinoso.
Ahí están con sus barbas y sus camisetas. No
hacen política. Sólo quieren mostrar la guardarropía y los dientes. Para que la
gente acabe creyendo que -aun en el bochorno de una huelga fracasada- son
alguien.
 




RELATO DE UN ENFRENTAMIENTO
 

Aparecido en
el Boletín de la Fundación Francisco Franco nº 89, pág.18

  

Por Don Jesús
Flores Thies
. Coronel de
Artillería
(retirado)
La televisión catalana, Canal 33, viene
emitiendo una serie de programas que, para entendernos rápidamente,
denominaremos <antifranquistas>. No es nada nuevo, pues así lo viene haciendo
desde su creación, lo que no es de extrañar, ya que es el denominador común de
todas las cadenas de televisión, incluida la oficial, la que pagamos todos los
españoles. Solicitaron de la Fundación FF la presencia de un “tertuliano”,
ofrecimiento que también se hizo a Ricardo de la Cierva, que se excusó por su
trabajo. Finalmente sería yo quien me presenté a la emisora para asistir al
programa. Y me presenté a pecho descubierto, pese a que aquella noche llovía
copiosamente.
Cuando de la
Fundación me ofrecieron esta posibilidad tuve algunas dudas, ya que era como
meterme en un avispero, pero al saber que asistía Carrillo, acepté
inmediatamente pues la ocasión se presentaba del color del oro. Yo sabía que
acudía a una encerrona donde muy poco podía hacer. Hay que tener en cuenta que
me encontraba solo en “ambiente hostil”, con unos participantes “hostiles” y con
un público, para variar, “hostil”. Pero es que el programa consistía en hablar
de la represión “franquista de la posguerra, del caso de los niños raptados” y
del maquis. Nada de la guerra que era donde yo podía coger de las orejas a
Carrillo. Intervinimos, además del genocida y yo, Richard Viñas (historiador),
una joven profesora de Historia de la Universidad de Bellaterra y una señora
“represaliada”.
Mis primeras palabras
fueron para decir que yo sabía que aquel no era un programa televisivo de
investigación histórica sino una serie de proceso al “franquismo” pero que
aceptaba el estar presente, pese a saberme en “zona enemiga”, ya que se me
presentaba la ocasión de poder decir, en unos pocos minutos, algo que en los
miles de horas de otras emisiones antifranquistas es imposible oír.
He de decir que el
presentador Ramón Rovira, realizador de los programas informativos y creador de
estas series, se comportó conmigo de forma admirable, concediéndome más tiempo
para hablar que a los otros concursantes, con la excepción de Carrillo. Yo
buscaba la ocasión de poder llevar el agua a mi molino y sería precisamente el
de Paracuellos el que me lo puso fácil. La desfachatez de este personaje le hizo
decir que la guerra no terminó para Franco con la derrota de la república sino
que después, en la durísima represión, “los falangistas, con listas preparadas,
iban por las cárceles organizando sacas...” Fue demasiado, así que al concederme
la palabra le dije (resumiendo) que me sorprendía que en este programa sobre
represiones estuviera presente uno de los más emblemáticos represores de la
guerra hablando de listas y de sacas, que la represión en Madrid empezó en plan
masivo en septiembre del 36 y que duró de forma organizada y masiva hasta el 3
de enero...., Carrillo no daba crédito a lo que oía, pues si bien sabía que yo
era coronel franquista”, acostumbrado al suave trato que se le da en toda
ocasión, mi inesperado ataque le dejó de piedra. La respuesta de un Carrillo
confuso y alterado fue la esperada y se agarró (Carrillo rima con pillo) a que
mis fechas eran erróneas para decirme que mentía porque él en septiembre
combatía en la sierra y sería en noviembre cuando se hizo cargo de la Consejería
de Orden Público, etc...Ante mis respuestas sobre su indudable culpabilidad,
sean cuales fueran las fechas ya que él, y su jefe Miaja, eran los responsables
del (presunto) orden público en Madrid, Carrillo dijo que si aquello seguía por
aquel camino él se marchaba.
No acabó aquí el
enfrentamiento, que molestaba a los demás pues decían que el programa había
derivado a una discusión “improcedente” entre Carrillo y yo, porque durante el
descanso de la publicidad, pude decirle más cosas ante un sorprendente silencio
de los presentes. Entre otras cosas, que podía contar todas las historias que
quisiera sobre el “metro”, la sierra o los incontrolados “responsables” de
Paracuellos, que él era un habitual de la mentira como le enseñó su maestro
Lenín, pero que la verdad era otra, que yo era coronel y tenía muy claro cual
era mi responsabilidad ante los actos de mis subordinados y que si alguien bajo
mi mando comete un crímen, si no lo reprimo, me hago cómplice del mismo. Él era
responsable de aquella operación genocida que, bajo su mando, duró dos meses de
continuas sacas y no sólo Poncela, su subordinado, al que él siempre echa la
culpa, teniendo en cuenta que ambos tenían los despachos inmediatos en un
edificio de la calle Serrano, etc, etc.
Yo me había propuesto
mostrar una total frialdad y no alterarme por nada, no ya ante lo que allí se
dijo en aquella tertulia, sino ante los exabruptos de Carrillo. Me veía en una
situación de dulce: tener ante mi un pedazo podrido de la Historia de España.
Era como tener entre mis manos el cuello de Perpena, de Minuros o de Judas. Un
lujo que quise aprovechar. Hubiera querido decir algo más pero lógicamente el
tiempo y el desarrollo del programa no me lo permitían. Reté a  Carrillo a
un debate público de sólo media hora y en directo sobre su responsabilidad
terrible en los crímenes de Paracuellos. Simples salvas.
No era mi intención
reventar el programa pero en parte lo conseguimos. No puedo decir que lo siento.
Sé que le dí la noche
a Carrillo, y posiblemente el desayuno. No está acostumbrado a que alguien le
plante cara pues acude siempre donde sabe que no hay peligro de que alguien le
mese la barba. Aquí falló, no se esperaba la ofensiva de aquel coronel
desconocido, una especie de pulpo en un garaje. Decididamente, aquel día más le
hubiera valido no levantarse de la cama.



MUCHO PEOR QUE EN 1936


(la situación eclesial vasca)

 

 

Por

Angel
Garralda
El primer documento de la jerarquía española en 1936,
recién estallada la guerra, fue el firmado por dos obispos vascos: Mújica, de
las tres provincias vascas con sede en Vitoria, y Olaechea, obispo de Pamplona.
En él exigían a sus fieles de opción separatista que no se unieran a la línea
marxista leninista, «enemigos declarados encarnizados de la Iglesia», que tantos
mártires estaban produciendo a miles de sacerdotes y seglares por el hecho de
ser católicos; que «no es lícito [...] Fraccionar las tuerzas católicas ante el
común enemigo»; que «absolutamente ilícito es, después de dividir, sumarse al
enemigo para combatir al hermano...»; y que «llega la ilicitud a la
monstruosidad, cuando el enemigo es ese monstruo moderno, el marxismo o
comunismo».
Pero los separatistas prefirieron ser vascos antes que
católicos y desobedecieron olímpicamente a sus obispos; se unieron a los
marxistas leninistas con su ejército de gudaris, asistidos espiritualmente por
104 capellanes y 28 suplentes, y hasta se atrevieron a llegar en vísperas de
febrero de 1937 a pernoctar en villas como Noreña y Avilés con el fin de tomar
Oviedo, y café en el Peñalva, en plena calle Uría.
En Avilés durmió un batallón de gudaris. Oyeron misa a
puerta cerrada en el Liceo Avilesino y, al día siguiente, con sus detentes del
Corazón de Jesús, bien pertrechados de armas y uniformes nuevos, muy en plan
montañero, marcharon presididos por cuatro capellanes camino de El Escamplero
para, desde allí, lanzarse sobre Oviedo. El comandante jefe de todos los
capellanes, señor Corta, moriría en la batalla.
Ignoraban los católicos vascos separatistas que si toman
Oviedo tendrían que presenciar el fusilamiento de todo el clero de la ciudad y
la quema de todas las iglesias, de la misma manera que había sucedido en todas
las iglesias de Gijón, Avilés y la cuenca minera.
Ignoraban los católicos vascos separatistas que, si ganaban
la guerra con los rojos, estos irían después a por ellos por ser tan católicos,
como afirmó Belarmino Tomás.
Ignoraban los católicos vascos separatistas que, a pesar de
negarse con su proverbial tozudez a cuantas facilidades se les prometían si a
tiempo rendían sus armas, pasados trece meses se entregarían como conejos en
Santoña sin condiciones.
Y, por culpa exclusiva de ellos, la conquista de la cornisa
cantábrica duró quince meses en lugar de durar quince días y la toma de Madrid
que, hubiera sudo inmediata antes de llegar las Brigadas Internacionales, se
retrasó tres años.
Ahora, después de 66 años, celebrando los 25 años de la
Transición, la historia se repite y España sigue padeciendo el mismo cáncer
separatista con un agravante histórico trascendental: de nuevo se hallan unidos
como una piña los beatos del PNV, presididos por sacerdotes secularizados
calentados bajo las alas de la gallina clueca de Arzalluz, con los marxistas
leninistas de ETA, Batasuna y el visceral comunismo de Madrazo y del
procastrista Llamazares. Con una diferencia muy notable, que esta vez los
obispos vascos no les han prohibido unirse a los marxistas leninistas, a pesar
de que saben muy bien que Juan Pablo II, entre sus ingentes obras, una de ellas
ha sido el derribo del Muro de la vergüenza y la caída del comunismo.
Mucho ha cambiado la Iglesia Vasca. Está mucho peor que en
1936. Las aguas de la fe bajan turbias por el barro del odio a España que
arrastran. La juventud está ausente de la Iglesia. Los obispos vascos no pueden
hacer carrera con los curas abertzales, pero tampoco se arriesgan a sufrir con
los curas marginados por sentirse españoles. La mitad del clero no se habla con
la otra mitad, porque nada tienen que decirse. Y si el obispo de Bilbao se
propone visitar a un cura enfermo, este es capaz de contestar por teléfono que
nadie venga a visitarle si no habla euskera. Los seminarios, gracias a Dios,
están vacíos, y los seminaristas que buscan garantías de paz para su formación,
prefieren otros seminarios, como Toledo. Esta Iglesia, a pesar de sus condenas
al terrorismo, padece el grito de criminales y cómplices que dicen «la Iglesia
está con nosotros».
Una Iglesia que no es capaz de decir una sola palabra
condenando la connivencia de ETA con el PNV, sobre todo con ocasión del pacto de
Estella, ¿cómo puede aconsejar, como solución, el diálogo entre las partes, sin
decir sobre qué y para qué, aunque en su silencio bien se sobreentiende el deseo
de que el Gobierno Central ceda ante el capricho tanto etarra como del PNV'?
«Tierra de silencios» acaba de llamar a las Vascongadas
Fernando García de Cortázar, Catedrático de Historia Contemporánea de la
Universidad de Deusto, que es lo mismo que decir, tierra del miedo, del odio, de
la venganza y del infierno.
Una tierra, el llamado país vasco, en la que los
parlamentarios que no son separatistas necesitan escolta a todas horas, y donde
la preocupación episcopal por las víctimas es insignificante en comparación con
la de proteger a los criminales de ETA. Una tierra donde no se escucha una voz
serena y exigente para que desaparezca el odio a todo lo español, base única
anticristiana del nacionalismo separatista, desde la batuta de Arzalluz al
último maestro de ikastolas.

¡Mucho ha cambiado la Iglesia vasca! Es una vergüenza que, dejando a un lado los
principios más elementales, esté perpetuándose en el caos, sin advertir
seriamente al PNV la indignidad moral de abrazarse otra vez al marxismo
leninismo de ETA, Batasuna e IU, con tal de ir contra España.


LA RAZÓN ESPAÑOLA  
nº  103


Los crímenes de la guerra de España
Por 
Pío Moa
El siglo XX se inauguró con la invención de los campos de concentración,
organizados por los británicos durante la guerra de los boers. En ellos fueron
encerrados decenas de miles de mujeres y niños, tras ser despojadas sus familias
de sus bienes, y a menudo incendiadas sus casas. La mortandad por agotamiento y
maltrato fue muy elevada, y alzó una ola de indignación en Europa, indignación
que no iba a impedir un próspero y tétrico futuro para esas instituciones.
Este siglo ha alcanzado, muy posiblemente, las más altas cotas de la historia en
criminalidad de guerra. Muy groso modo, la proporción de bajas civiles respecto
de las militares ofrece un buen indicio de la magnitud de estos crímenes en el
siglo recién concluido. Así suele estimarse que de la I a la II Guerra Mundial
el porcentaje de víctimas civiles saltó de acaso un 20 a un 50 por 100 o más, y
ha seguido aumentando en las guerras subsiguientes como las de Argelia, Vietnam,
etc. Aunque, obviamente, no todas las bajas civiles entran en esa categoría, y
sí lo hacen muchas bajas militares: suelen considerarse crímenes de guerra los
ataques deliberados a la población no combatiente, los asesinatos de
retaguardia, el exterminio de prisioneros, el uso de armas de acción
indiscriminada y especialmente destructiva, etc.
Los sucesos de la guerra civil española deben contemplarse en este marco
histórico, sí bien con rasgos especiales. Aquí hubo pocas víctimas civiles de
bombardeos, o prisioneros exterminados por hambre y brutalidades. En cambio fue
muy alto el número de asesinatos por motivos ideológicos.
Los bombardeos terroristas sobre la población civil repugnan especialmente, por
implicar poco riesgo y aniquilar sobre todo a niños, mujeres, ancianos y
trabajadores ajenos a la acción bélica. Un tópico archirrepetido presenta la
contienda española como el ensayo sistemático de este tipo de crimen, pero las
cifras no autorizan tal presunción: unos 15.000 civiles muertos en casi tres
años y en centenares de acciones tanto por accidentes como en acciones
deliberadas. El máximo de víctimas en un solo ataque (unas 800) correspondió a
Barcelona, al caer una bomba sobre un camión de municiones, que magnificó la
explosión (1).
Contra lo que suele decirse fue el Frente Popular el iniciador de estos
bobardeos, de los cuales se jactó en numerosos partes de guerra, siendo Oviedo y
Huesca las ciudades más masacradas. El mando nacional los prohibió, aunque no
siempre. Pese a ello, los populistas denunciaron a todos los vientos los
bombardeos nacionales, con el eco de escritores tan influyentes como Hemingway,
sobre todo durante la batalla de Madrid (2). Allí, la Legión Cóndor fue
autorizada a esos ataques, que en diez días causaron 244 muertos y 303 edificios
destruidos o muy dañados. Guernica marcó otro hito, más que por los muertos
-unos 120, como prueba la investigación, no superada, de Jesús Salas
Larrazábal-, por su efecto internacional3. Habitualmente se citan para Guernica
trece y hasta treinta veces más víctimas que las reales, siguiendo a la prensa
conservadora inglesa, que buscaba, probablemente, impresionar a la opinión
pública británica, influida por el pacifismo laborista, para que aceptase la
necesidad del rearme frente a Alemania )4).
Estos hechos no admiten comparación con los bombardeos terroristas de la II
Guerra Mundial, en los que destacaron norteamericanos e ingleses, mitificadotes,
por paradoja, de Guernica. Ambos multiplicaron casi por mil la mortandad de
Guernica en sus gigantescas incursiones sobre los suburbios de Tokio o sobre
Dresde, y lanzaron decenas de otras acciones de exterminio contra poblaciones,
aparte de las bombas atómicas. Si bien el método lo iniciaron los nazis, también
es cierto que éstos encontraron discípulos en extremo aventajados, y que los
norteamericanos no pueden alegar el argumento inglés sobre quién empezó.
Otro crimen típico fue el asesinato de presos y prisioneros. El más masivo fue
el de Paracuellos del Jarama, durante la batalla de Madrid, y también fue muy
sangrienta la represión inicial en Badajoz, aunque más que dudosa la matanza
indiscriminada de que suele hablarse (5). En los campos de concentración durante
el conflicto, y en la inmediata posguerra, menudearon los malos tratos y la
escasa alimentación, ocasionando un número de muertos difícil de estimar, quizá
entre diez y veinte mil.
Estas atrocidades, con todo su horror, tampoco llegan a ser un precedente de lo
ocurrido durante la guerra mundial, cuando masas de prisioneros fueron
eliminadas por hambre, tratos brutales y trabajo agotador. Suele calcularse que
los alemanes acabaron así con entre dos y cuatro millones de soldados
soviéticos, y éstos con dos millones de alemanes. Tema apenas tratado ha sido el
del exterminio de prisioneros en los campos franceses y norteamericanos. En su
libro Other losses, el historiador canadiense James Bacque da la cifra, difícil
de creer, de un mínimo de 850.000 prisioneros alemanes así aniquilados (6).
Tampoco tiene parangón en España el asesinato de seis millones de judíos, además
de gitanos y otros, en los campos de concentración de Hitler. Crimen que en
rigor no fue de guerra, pues ni los judíos ni las otras minorías habían
declarado la guerra a Alemania. Se trató de uno de los genocidios más
espeluznantes de la historia, hijo de las razones ideológicas.
El crimen practicado con preferencia en España consistió en el asesinato de
enemigos políticos en la retaguardia, una «limpia», como se la llamó, hecha con
saña por uno y otro bando. El tema, especialmente siniestro, conserva en parte,
aun hoy, el carácter polémico y confuso que le prestó la propaganda. Ese terror
dio a los contendientes una poderosa argucia para descalificar al adversario
como esencialmente criminal, y para aplicarle la misma represalia. Y volvió más
tenaz la lucha, por la seguridad de que quien venciese ejecutaría una cumplida
venganza. Prieto lo anunció tres días antes de la sublevación: «Será una batalla
a muerte, porque cada uno de los bandos sabe que el adversario, si triunfa, no
le dará cuartel». Es evidente que se trató de una explosión del odio ideológico
acumulado desde muy pronto en la República, y especialmente desde el año 1934,
cuando se sublevaron el PSOE y los nacionalistas de izquierda catalanes, y más
todavía en los meses siguientes a las elecciones del 36, como hemos visto (7).
En ese ambiente, no ya enrarecido, sino enloquecido, cada parte exageró sin tasa
la barbarie del contrario. Al final de la guerra Franco creía que sus enemigos
habían sacrificado a 400.000 personas. La investigación oficial de posguerra, la
«causa general» bajó el número a 86.000, para decepción de quienes deseaban
mayor excusa a su ansia vengativa. Y aun había de bajar bastante, pues muchos
nombres aparecían repetidos en varios registros. Pero en cuanto a exagerar, los
republicanos superaron a sus contrarios. Todavía en un libro publicado en 1977,
Vidarte considera «quizá» exagerada la cifra difundida por el novelista R.
Sender, de 750.000 ejecuciones de izquierdistas hasta mediados del 38, y
atribuye unas 150.000 a Queipo de Llano en su zona de Andalucía sólo hasta
principios de dicho año, o suma 7.000 en Vitoria (ciudad de 43.000 habitantes).
Si fuera cierto, los nacionales habrían matado a no menos de un millón de
izquierdistas, incluyendo 200.000 en la posguerra, cuentas que darían visos de
realidad a la propaganda del Frente Popular, según la cual Franco planeaba
exterminar literalmente a los trabajadores. En 1965 Jackson no dudaba en cargar
400.000 muertes a la represión franquista, aunque posteriormente las redujo a la
mitad. Tamames hablaba, en 1977, de 208.000. Preston, en su biografía de Franco,
de 1993, repetía el bulo de las 200.000 ejecuciones sólo en la inmediata
posguerra. Estas desmesuras, típica arma de propaganda bélica, pierden toda
justificación en la paz, salvo que se pretenda alimentar un espíritu de guerra
civil (8).
En ese maremagnum empezó a poner orden, en 1977, Ramón Salas Larrazábal, el
primero en abordar de forma seria el asunto, apartándolo de la propaganda e
introduciéndolo en la historiografía. En su concienzudo estudio Pérdidas de la
guerra, Salas empieza metódicamente por demostrar la inconsistencia de los
cálculos vistos, y de otros aportados por historiadores franceses. Calcula luego
la magnitud global de la mortandad en la guerra, mediante un detenido análisis
de las estadísticas demográficas y teniendo en cuenta las deficiencias del censo
de 1940. Esta aproximación global tiene el mayor interés, pues marca ciertos
límites máximos y descarta numerosas fantasías. De otro modo, el único método
posible consistiría en acumular testimonios documentales, orales, rumores, etc.,
con obvia imposibilidad de comprobarlos fehacientemente (9).
Según las diferencias de población, las víctimas de la guerra tenían que
ascender a unas 625.000, incluyendo las causadas por combates, represión,
enfermedades, ejecuciones de posguerra, maquis y participación en la II Guerra
Mundial. Si excluimos las de posguerra (159.000 por enfermedad, 23.000 por
ejecuciones y 10.000 por el maquis y por la guerra civil), la cuenta se reduce a
433.000. De ellas, 165.000 se deben a enfermedades, con lo que las muertes
violentas sumarían unas 268.000. Computados con bastante seguridad los caídos en
combate (unos 160.000), quedan las víctimas de la represión, que rondarían las
108.000. Cifras aproximadas, pero orientadas correctamente, incomparablemente
más correctas que las hasta entonces manejadas. Salas, pues, introdujo la
cuestión en el ámbito del debate racional (10).
En cuanto a la distribución de ejecuciones y asesinatos, Salas estima en 72.500
los realizados por el Frente Popular, y 58.000 por los nacionales (incluyendo
23.000 en la represión de posguerra). Otro dato es que el 95 por 100 de los
muertos serían varones, salvo en Barcelona, donde la proporción femenina más que
dobló la normal en el resto de la zona populista: 13,05 por 100 frente a un 6,32
por 100 en Valencia. La proporción sería menor aún en la zona nacional.
Salas funda estos datos en los del Movimiento Natural de la Población y en un
muestreo en los registros municipales. Para ello supuso que todas las víctimas
habían sido registradas (con bastante posterioridad al conflicto muchas de
ellas), y que las inscripciones en los registros habían sido hechas de manera
correcta. Estos supuestos han sido severamente criticados por varios autores
(11), pero no parece fácil que las críticas alteren en lo fundamental las cifras
de Pérdidas de la guerra.
Sin embargo, aun si los datos de Salas hubieran de ser corregidos con cierta
amplitud, no hay duda de que su investigación introducía por primera vez, como
hemos dicho, el rigor científico en cuestión tan vidriosa. Ahora bien, este
decisivo mérito, a cuyo reconocimiento obliga la honradez intelectual, ha sido
despreciado en bastantes medios, proclives, en cambio, a creer fantasías que
apoyen sus ideas previas. De lo vivas que en esos medios continúan las pasiones
da idea la acogida a Pérdidas de la guerra, obra silenciada en lo posible o
atacada con lenguaje reminiscente de las viejas contiendas, impidiéndose al
autor la réplica en ciertas publicaciones (12). Parece que la guerra no acaba de
entrar en el campo del estudio desprejuiciado y sereno.
Así las cosas, en 1999, veintidós años después del libro de Salas, ha salido
otro, intensamente promocionado, de los estudiosos Julián Casanova, José María
Solé, Joan Villaroya y Francisco Moreno, coordinados por Santos Juliá y titulado
Víctimas de la guerra civil (aunque trata sólo las víctimas de la represión).
Vale la pena compararlo con el anterior para constatar cómo no siempre el paso
del tiempo mejora la historiografía.

Las tesis básicas de Víctimas son:



a) El terrror desplegado por el Frente Popular fue una respuesta al de los
sublevados.

b) Fue un terror popular y en gran medida espontáneo.

c) Su responsabilidad última y definitiva recae sobre los franquistas, que lo
provocaron al alzarse contra la legalidad republicana y democrática.

d) Las víctimas del franquismo fueron muchas más (en torno al triple) que las
causadas por la república.

Estos asertos, nada nuevos, son, precisamente, los de Vidarte, elaborados por la
propaganda republicana ya durante la guerra. Si fueran veraces, la represión
populista tendría toda clase de atenuantes -en rigor, no podría hablase de
crímenes, sino apenas de excesos-, mientras que la represión contraria cargaría
con todos los agravantes posibles. Sin embargo, el examen de los hechos muestra
una realidad algo diferente.
¿Fue el frentepopulista un terror «de respuesta», como asegura Víctimas? J.
Casanova lo expresa así: «Para respuesta brutal, la que se dio contra los
militares sublevados que fracasaron en su intento, y a quienes se consideraba
responsables de la violencia y la sangre que estaba esparciéndose por ciudades y
campos de la geografía española» (13). La tesis tiene suma importancia, pues
claro está que a quien se ve agredido y con su vida en peligro no puede
exigírsele un ánimo tranquilo y ponderado, sino admitir que reaccione con lógica
y justificable furia. Pero, como creo que ha quedado claro en estas páginas, el
terror populista tenía unas raíces propias y nada debía a las violencias
franquistas. Fue practicado ya desde 1933 y sobre todo en 1934 y después de las
elecciones de 1936, y nacía de una propaganda que cultivaba abiertamente el odio
como una imprescindible virtud revolucionaria. Hemos visto el papel crucial que
desempeñó la campaña sobre la represión en Asturias, eje de la política de las
izquierdas hasta las elecciones de 1936 y aun después. Si el terror populista
respondió a algo, fue justamente a esa propaganda martilleante, y Besteiro sabía
de qué hablaba al prevenir contra aquellas prédicas que, a su entender,
«envenenaban» a los trabajadores y preludiaban la mantanza. Un estudio que
olvide estas cosas queda también privado de cualquier rigor historiográfico.
Ese odio se manifestó en la primera mitad de 1936 en forma de varios cientos de
asesinatos, en su mayoría cometidos por fuerzas afectas al Frente Popular, y en
la destrucción de innumerables iglesias, obras de arte, asaltos a locales y
prensa derechista, etc., no correspondidos por las derechas. Al estallar la
guerra y derrumbarse los restos de legalidad republicana debido al reparto de
armas a los sindicatos, ese ambiente se transformó en terror masivo, y la ola de
incendios y asesinatos comenzó el mismo 18 de julio, sin aguardar noticias
fehacientes de la represión en el campo contrario. Los dos bandos actuaban, ante
todo, porque consideraban llegada la hora de una «limpieza» definitiva. El
terror ha sido un rasgo acentuadísimo en todos los países y momentos en que se
han desatado revoluciones socialistas o anarquistas, y España no fue excepción.
En cuanto a la derecha, el examen de su prensa y documentación a lo largo de la
república no muestra, ni en intensidad ni en sistematicidad, y salvo
excepciones, una comparable incitación al odio. Parece más veraz, entonces,
sostener que si hubo un terror «de respuesta» éste fue más bien el de las
derechas frente al que sus adversarios venían predicando y ejerciendo durante
más de dos años, con numerosísimos atentados, incendios y amenazas, y una
insurrección que en 1934 causó 1.300 muertos.
También alentó esas conductas la creencia -que ahuyentaba el escrúpulo o el
remordimiento-, en una pronta derrota de los franquistas. Como por entonces
escribía Araquistáin a su hija, «la victoria es indudable, aunque todavía pasará
algún tiempo en barrer del país a todos los sediciosos. La limpia va a ser
tremenda. Lo está siendo ya. No va a quedar un fascista ni para un remedio
(14)». Idea sin duda muy generalizada.
El carácter «popular» de la represión republicana tiene similar sustancia
propagandística: el lector tiende a alinearse instintivamente con «el pueblo»,
aunque sea «el pueblo en armas», como reza un epígrafe de Casanova. Así, los
crimenes populistas constituirían una especie de «justicia popular», justicia
histórica, acaso irregular y brutal, pero explicable y en definitiva
justificable, máxime si era una respuesta a las fechorías contrarias. Esta idea,
que empapa el libro citado, la exponen francamente en otro lugar dos de los
autores, J. Villarroya y J. M. Solé: «La represión ejercida por jornaleros y
campesinos, por trabajadores y obreros y también por la aplicación de la ley
entonces vigente, era para defender los avances sociales y políticos de uno de
los países con más injusticia social de Europa. Los muchos errores que
indudablemente se cometína, pretendían defender una nueva sociedad. Más libre y
más justa. La represión de los sublevados y de sus seguidores era para defender
una sociedad de privilegios» (15). Estas frases renuevan el tono bélico, aunque
mencionen «errores», bien comprensibles dadas las circunstancias. De ahí a
gritar «¡Bien por la represión contra los explotadores!» no media ni un paso,
pues la conclusión está implícita.
Claro que con ello Solé y Villarroya identifican al pueblo -¿y en cierto modo a
sí mismos?- con la minoría de sádicos y ladrones (los crímenes solían
acompañarse de robo) que al hundirse la ley obraron a su antojo (16). Ejercieron
el terror popular los partidos y sindicatos, y dentro de ellos sujetos
politizados y fanáticos, a veces también delincuentes comunes liberados por
aquellos. No fue el pueblo, ciertamente. En las elecciones del 16 de febrero,
los votantes se dividieron mitad por mitad, aparte un tercio de abstenciones, no
identificables con ningún bando. Sólo apoyaba al Frente Popular, pues, una
fracción del pueblo, alrededor de un tercio, y es probable que esta proporción
disminuyese en los meses siguientes a las elecciones. Desde luego, ni siquiera
ese tercio fue el que tomó las armas, sino, básicamente, los miembros de las
organizaciones obreristas, de los cuales sólo una minoría, a su vez, cometió
atrocidades: los que permanecieron en retaguardia, más bien que los que
marcharon a los frentes.
Lo mismo vale el tópico de la espontaneidad. Nada de espontáneo tuvo el largo e
intenso cultivo de una propaganda irreconciliable, llegada al paroximo ante la
sublevación del 36, como refleja la prensa republicana de entonces. La rabia,
apenas contenida durante meses, se desató por fin gracias al reparto de armas,
acuerdo político con efectos de sobra previsibles. No sin razones de peso
rechazó Casares el reparto mientras tuvo fuerzas. La decisión de armar a los
sindicatos hace al último gobierno republicano, el de Giral, plenamente
responsable de sus consecuencias, tanto si éstas se tienen por buenas (así lo
pensaron y lo piensan muchos políticos e historiadores), como si se las juzga
nefastas. Pero, además, ocurre que el terror fue organizado por los organismos
oficiales del gobierno Giral, en rivalidad con los partidos y sindicatos del
Frente Popular. Así aparece con claridad en la lista de «checas» que ofrece
Javier Cervera en su documentado libro Madrid en guerra. La ciudad clandestina,
1926-1939. La «checa de Fomento», «la más importante de Madrid y sólo su mención
producía escalofríos a los madrileños», fue montada por el director general de
Seguridad de Giral. La disolvió Santiago Carrillo en noviembre, y no
precisamente para disminuir el terror. La «checa de Marqués de Riscal»
funcionaba bajo los auspicios de la Primera Compañía de enlace del Ministerio de
Gobernación. Otras checas tenían carácter anarquista, comunista o socialista, y
a menudo se interrelacionaban entre sí (17).
La tesis de que la responsabilidad de las atrocidades, incluso las realizadas
por los republicanos, recae sobre los rebeldes, ya que éstos se habrían alzado,
sin la menor justificación moral y política, contra una legalidad democrática y
normal, es otra forma de decir lo anterior. En referencia tanto al golpe de
Primo de Rivera en 1923 como al de julio del 36, S. Juliá dice: «La historia
comienza realmente cuando los militares vuelven a intervenir en el normal
desarrollo de la política con el propósito de imponer por las armas un cambio de
Gobierno» (18). Definir como «normal desarrollo» la política española después de
las elecciones de 1933, y sobre todo después de febrero del 36, debe ser una
humorada. Hay que esperar que el propio Juliá no desee una vuelta de España a
tales normalidades.
Vale la pena observar que casi todos los historiadores y políticos que defienden
con puntillosidad extrema la legalidad republicana de 1936, muestran total
desprecio por esa misma legalidad cuando se trata de la revolución de 1934, muy
justificada a su entender. Pero todo indica que, desde ésta última, aquel
régimen no volvió a ser normal: quedó tambaleante, y los hechos siguientes lo
llevaron al colapso. Madariaga ha escrito que con la insurrección de Asturias
las izquierdas habían perdido cualquier derecho moral a condenar el alzamiento
derechista de 1936, pero hay que añadir que no sólo porque fueran las izquierdas
las que empezaron a dinamitar la legalidad, sino, sobre todo, porque no cejaron
luego en su actitud. ¿Puede escribirse la historia olvidando estos desarrollos?
Los autores de Victimas van más allá. Admiten que en julio del 36 se produjo una
revolución en la zona populista, pero no ven en ella nada irreparable: la
república del 14 de abril se habría rehecho a los pocos meses, cuando Largo
Caballero sustituyó a Giral: «El golpe no derribó al Estado republicano, pero
(...) destruyó su cohesión y le hizo tambalearse», opina J. Casanova; y detalla
S. Juliá: «No es que la República quedara liquidada, sino que su Gobierno
carecía de los recursos necesarios para imponer su poder, que se dispersó(sic)
entre las manos de los comités sindicales (...). Sólo lentamente, y tras
levantar de la nada un ejército en toda regla, pudo el Estado republicano
recomponerse» (19). Ese ejército, el verdadero órgano de poder y única gran
institución que funcionó con eficacia en el Frente Popular, era abiertamente
político, y sin nada o casi nada en común con el que diseñó Azaña. Hay algo de
extravagancia y de insulto a la inteligencia en la pretensión de que el régimen
del 14 de abril fue recompuesto en septiembre o noviembre del 36 gracias a los
esfuerzos conjugados de anarquistas -inconciliables con la república, a la que
asestaron gravísimos golpes desde su implantación-, los socialistas -que
hicieron otro tanto a partir de 1934-, o los comunistas, simples peones de
Stalin como ha quedado demostrado desde la izquierda y desde la derecha; sin
olvidar a la Esquerra catalana, coautora del golpe revolucionario de 1934.
Santos Juliá y sus compañeros no vacilan en presentar a esos partidos como
ardientes paladines de la democracia, quizá porque sea ése el tipo de democracia
con que ellos simpatizan. Pero los tozudos hechos demuestran que la revolución
de julio del 36 destruyó a la República en tal medida que el gobierno de Giral
quedó como un simple adorno, y cuando en septiembre surgió un gobierno adecuado
a la realidad, sus fuerzas determinantes eran precisamente las que con mayor
insistencia y dureza habían vapuleado a la república los años anteriores.
El gobierno de Largo, que sucedió al de Giral, significaba el intento de asentar
un nuevo régimen, no la república del 14 de abril. Necesitado de imponer su
autoridad y consciente del enorme perjuicio moral que fuera de España le estaba
causando la oleada represiva, procuró racionar ésta y someterla a trámites
jurídicos. El fenómeno ocurrió en los dos campos después de la feroz siega de
verano y otoño del 36, cuando cayeron la mayoría de las víctimas de uno y otro
color. Ello no impidió que hasta el final mismo de la contienda siguiesen siendo
frecuentes los asesinatos y muy discutible la legalidad de muchas ejecuciones,
también en los dos bandos.
¿Cómo se distribuyeron las ejecuciones y asesinatos entre las partes? El estudio
de Salas, pese a la hostilidad con que fue acogido por historiadores apasionados
y de dudosa solvencia -aunque a menudo influyentes-, ha pesado por fuerza en los
investigadores posteriores, destruyendo las exageraciones tradicionales. Aun
así, a partir de él se desató en diversos sectores una carrera por recontar las
víctimas y probar que en realidad los nacionales habían matado en retaguardia
más que los populistas. Víctimas, en concreto, reduce las causadas por los
populistas a 50.000 (72.000 en Salas), y aumenta las de los nacionales a unas
150.000 (58.000 en Salas), lo que hace sumando resultados obtenidos a menudo con
métodos dudosos (informes orales, rumores, etc.) y sumando los obtenidos en
diversas provincias, cuando es frecuente la doble contabilidad, al estar
registrada una misma persona en la localidad de su ejecución y en la de su
nacimiento. El investigador don Martín Rubio ha echado por tierra esas cifras y,
más comedido, calcula en 60.000 las víctimas populistas y en 80.000 las de sus
contrarios, cifras siempre aproximadas y nunca del todo concluyentes (20).
La dificultad para establecer los datos precisos es muy grande, pues las
estadísticas demográficas dejan un cierto margen de error, y el recuento caso
por caso se funda a menudo en rumores o testimonios dudosos. Además, no son
cifras bien comparables, porque la represión frentepopulista sólo pudo afectar a
algo más de la mitad del país, en disminución según avanzaba la guerra, mientras
que la contraria se extendió por el país entero, lo que significa menos víctimas
relativas. También resulta incomparable la represión de posguerra, al verse los
populistas imposibilitados de ejercerla. Cabría presumir que tampoco la hubieran
ejercido de ser ellos vencedores, pero la presunción es más que aventurada si
tenemos en cuenta los precedentes, las ideas de «limpieza» con que se planteó ya
la insurrección del 34, y la llamada permanente al odio, mucho más masiva y
tenaz que las ocasionales apelaciones de Azaña y otros a la piedad y el perdón.
Al establecer las cifras se detecta otro fallo importante en Víctimas, que pinta
un cuadro, perfectamente irreal, de básica armonía entre los republicanos, y
dedica muy escasa atención al terror desatado entre ellos mismos. Ese terror
dejó, sin embargo una trágica carga de torturas y muertes, con frecuencia
encubiertas con bajas en el frente o en intentos de deserción. Por ejemplo, el
SIM (Servicio de Información Militar), fundado por Prieto y dominado por los
comunistas y un sector socialista, destacó como una maquinaria especialmente
cruel y mortífera, según testimonios anarquistas y socialistas. Véase, por
contraste, cómo lo enfocan Solé y Villarroya: El SIM «ha sido juzgado de forma
crítica incluso desde el propio sector republicano, pero lo cierto es que logró
desenmascarar y desarticular casi todas las redes quintacolumnistas, o las dejó
semiparalizadas. Sus éxitos se deben a la incorporación de técnicas rusas de
contraespionaje, a la utilización de elementos tecnológicos innovadores en su
tiempo, a la adecuada selección de personal policial y, quizá lo más importante,
al uso del terror. En conclusión, técnica y terror al servicio judicial» (21).
Descripción eufemística y burocrática donde las haya, en la línea, muy
stalinista, de recalcar la eficacia. Pero si diversos republicanos, juzgaron al
SIM y «de forma crítica», como dice también eufemísticamente, no se debió a sus
éxitos contra la quinta columna, sino al uso de una extraordinaria brutalidad y
provocación contra otros frentepopulistas, de la que hay casos significativos.
En fin, me inclino a creer básicamente correctos los datos de Salas, aun
considerándolos más inseguros de lo que él los creyó. Pero sean cuales fueren
los datos precisos, sabemos con certeza que en una y otra zona el terror fue
masivo. Si resultase que uno de los bandos hubiera asesinado poco y el otro
mucho, ello sería un poderoso argumento histórico, moral y político en favor del
menos sanguinario. pero tal cosa no ocurrió. De ahí que sea escaso el valor
historiográfico de esta carrera por demostrar quién derramó más sangre, y
desproporcionada la energía que le han consagrado tantos estudiosos. Lo cual
sugiere que en esa pugna ha influido menos el deseo de clarificar la historia
que una motivación de otra de índole: política y propagandística. En contraste
con los autores de Víctimas, Salas, bien consciente de una realidad lo bastante
horrible, imposible de justificar con argumentos morales o políticos, no utiliza
sus cálculos para disimular o justificar la represión nacional. Si alguna
lección extrae es una llamada a la reconciliación: «Todos tenemos mucho de qué
avergonzarnos y muy poco que reprocharnos» (22) en su conclusión, con la que
nadie medianamente objetivo puede estar en desacuerdo. Actitud muy distinta,
como digo, de la de Santos Juliá y sus compañeros, que justifican la represión
izquierdista al extremo de cargar su responsabilidad sobre el bando contrario,
en una retórica que quiere mantener la llaga en carne viva.
Sean cuales fueren sus inexactitudes o errores, Pérdidas de la guerra fue un
trabajo científico y pionero, mientras que Víctimas tiene un carácter diferente.
Ello se percibe desde el mismo lenguaje, sobrio, ponderado, cuidadoso de los
posibles fallos u objecciones a su método, en el primer libro; apasionado en
extremo, a menudo panfletario en el segundo. Y no es que un historiador deba
ocultar su idignación ante sucesos crueles o injustos, pero cabe dudar de la
sinceridad del sentimiento cuando el mismo se esfuma ante hechos semejantes si
los comete el bando con que el historiador simpatiza.
Ya la portada de Víctimas busca un impacto político: un grupo de prisioneros
atados y humillados entre soldados franquistas que les apuntan con fusiles. Ya
la frase con que empieza el libro: «¿Cómo fue posible tanta crueldad, tanta
muerte?», suena falsa en un historiador, que por su oficio sabe que la crueldad
y la muerte están demasiado presentes en la historia de todos los países como
para afectar tan especial aflición en este caso. Aunque el libro admite -no
podría dejar de hacerlo sin desacreditarse por completo-, la ola de sangre
causada por los republicanos, el relato de la crueldad y la muerte se centra con
total preferencia en los franquistas, y lo hace con métodos típicos de la
propaganda: sus crímenes son expuestos con constantes detalles personales y
macabros, destinados a impresionar al lector desprevenido. El método sería
admisible si lo aplicaran también a los crímenes contrarios, pero de éstos se
habla en un estilo impersonal y general, y en un marco de esencial
justificación.
El sectarismo llega al extremo de que las víctimas republicanas reciben
constante encomio, mientras las otras llegan a ser tratadas con verdadero
escarnio. Así, Maeztu es «el intelectual de mayor prestigio que pudieron pasear
como mártir los franquistas». Cabe destacar que las derechas en España han
condenado el asesinato de García Lorca y se han sumado a las conmemoraciones del
autor, mientras que nada parecido han hecho las izquierdas con Maeztu o Muñoz
Seca; todo lo contrario. De Ledesma Ramos dice el libro: «el magro pensamiento
fascista español (el autor parece creer que el pensamiento socialista o
republicano era muy fértil) andaba necesitado de mitos, de jóvenes fogosos
caídos por la Patria en la flor de sus vidas». Como si su asesinato hubiera
respondido a tal supuesta necesidad. José Antonio resulta «el más insigne de los
asesinados por los rojos, el mártir de la Cruzada, el «ausente» en cuyo honor se
levantaron edificios, a la vez que se designaba con su nombre cientos de calles,
plazas y escuelas». Y lo caracteriza como jefe del «partido que mejor incorporó
la violencia a su retórica y más la practicó en la calle en la atmósfera cargada
de la España de los años treinta». «En el mes que siguió a las elecciones (de
febrero del 36) él y su partido calentaron el ambiente, inyectándole buenas
dosis de violencia política». La conclusión lógica de un lector que sólo tenga
informes como los de este libro será: ¿por qué no había entonces de ser
ejecutado José Antonio, y más en situación de guerra? Claro está que los autores
ocultan al lector dos datos esenciales para que éste forme su juicio: que los
atentados falangistas, en 1934 y en 1936, no fueron de iniciativa, sino de
respuesta a los sufridos por la Falange a manos de socialistas y comunistas; y
que, lejos de ser el partido más violento por entonces, fue superado en mucho
tanto por el PSOE como por la CNT. Estos son hechos indudables que un
historiador, si pretende serlo en serio, no puede pasar por alto. Y parece claro
que los autores se suman disimuladamente al «Espectacular (...) mofa
carnavalesca de la parafernalia eclesiástica». Aparte de lo extremdamente
ofensivas que eran para los creyentes esas mofas, los autores desdeñan la enorme
destrucción de libros y obras de arte producida en los «espectáculos» de la
«parafernalia». Aunque atenuados, en esas frases se perciben los ecos de la
propaganda que creó el ambiente político de 1934 a 1936 (23).
En la misma línea, las frases feroces de personajes franquistas reciben
constante atención, olvidando las correspondientes del Frente Popular, que
podrían llenar muchas páginas. Frases, por lo demás, corrientes en todas las
guerras. En cambio son destacadas las llamadas humanitarias de algunos
populistas: «Hubo abundantes voces que se alzaron desde el principio contra la
masacre, algo muy raro entre los cruzados del otro bando». De hecho fueron muy
poco abundantes, en comparación con las prédicas del terror, y, como recoge el
citado Martín Rubio, tampoco faltaron las apelaciones humanitarias entre los
nacionales. Pero lo cierto es que para 1936 las cosas habían llegado a tal
extremo que tales exhortaciones fueron escasas y poco atendidas en los dos
campos. A este respecto conviene poner en su contexto el discurso de Azaña
pidiendo paz, piedad y perdón. Fue sin duda un noble ruego, que reverdeció su
popularidad entre la gente harta de la sangre y sacrificios impuestos por la
lucha, pero también llegaba demasiado tarde: el 18 de julio del 38, cuando los
suyos encaraban un porvenir sombrío. Los que iban ganando la guerra sólo podían
considerar aquellas palabras como un intento de distracción, y los que la iban
perdiendo, pero querían resistir para enlazar la guerra civil con la guerra
mundial, tenían que ver en la frase azañista poco menos que una traición: «A los
ocho días de hablar de piedad y perdón me refriegan 58 muertos», clama aquél en
sus diarios, refiriéndose a unos fusilamientos en Montjuich (24).
Abundan en el libro errores y omisiones como los citados sobre José Antonio.
Así, «el intenso anticlericalismo del primer bienio republicano y de la
primavera de 1936 nunca había sido acompañado de actos de violencia». ¿Cómo
llamar entonces a la quema de templos, bibliotecas, escuelas y laboratorios y
obras de arte, a las agresiones a clérigos o sucesos como el de los «caramelos
envenenados»? El golpe de Primo, en 1923, aparece como la «primera lección que
los españoles del siglo XX recibían acerca de la legitimidad del recurso a la
violencia y a las armas para derribar un Gobierno y alcanzar el poder y cambiar
de hecho un régimen político» ¿Debemos creer que la huelga revolucionaria de
1917, seis años antes, no tenía esos objetivos ni recurrió a la violencia? «El
exilio de 400.000 personas, la mayoría catalanas (...) marcará generaciones»,
provocando un «vacío cultural y social». Pero los estudios de J. Rubio muestran
que el grueso de esos exiliados (más de dos tercios), regresó a España antes de
un año, y otros siguieron luego en un goteo permanente. Contradiciéndose, el
mismo Víctimas suma, entre Francia y América, unos 160.000 exiliados para 1949.
La vasta mayoría de los catalanes huidos volvieron enseguida, no siendo su
presencia en el exilio más significativa que la de otros españoles; y el «vacío
social y cultural» fue mucho menor de lo que da a entender el libro. También, a
juicio de Solé y Villarroya, el SIM era cosa de «Madrid», aunque fue montado
desde Valencia y Barcelona: «policía novel, conversa de nuevo cuño al comunismo
estalinista, fuera de Madrid no entendía la compleja vida sociopolítica de la
sociedad catalana». Esa «incomprensión», como la llaman eufemísticamente, se
manifestó en forma general, y no sólo en la «compleja» sociedad catalana, tan
incomprensible, según la ingenua vanidad de Solé y Villarroya, para el
«madrileño» SIM. Para dichos autores, los franquistas practicaron una «represión
general sobre Cataluña, considerada el baluarte de la República», aunque lo
cierto es que la represión no afectó a Cataluña en mayor medida que a otras
regiones. Choca además, en unos historiadores, el anacronismo del «baluarte de
la República», consigna en desuso desde octubre de 1934. Audaz, a la vista de lo
ocurrido, resulta su presunción de que la sociedad catalana «era la más
entregada al espíritu republicano, por su talante liberal». La Esquerra catalana
fue probablemente el más exaltado de los partidos republicanos, y ya en 1934
organizó la insurrección y la guerra civil con propósitos que nada tenían de
liberales. En la misma línea se atribuye al régimen de Franco una «voluntad de
desindustrializar Cataluña para empobrecerla», cuando la indiscutible realidad
histórica, al margen de cualquier propaganda, es que la industria catalana fue
protegida durante la era de Franco y prosperó como nunca antes. F. Moreno pasa
buenamente por alto los sucesos de España desde 1934 y los de julio del 36: «Han
caído ya, con la victoria militar, las instituciones democráticas». O descubre
que «La violencia fue un elemento estructural del franquismo»: lo es de todos
los regímenes políticos. Etc. (25).
Estos errores tienen traza de no ser involuntarios y van más allá de los
inevitables yerros de detalle que se cuelan en cualquier libro de historia. Su
sentido coincide con el de otras apreciaciones repetidas machaconamente. El
terror «fue una parte integral del glorioso Movimiento Nacional, de su asalto a
la República y de la conquista gradual del poder, palmo a palmo, masacre tras
masacre, batalla tras batalla». «La represión y el terror (...) no eran algo
episódico, sino el pilar central del nuevo Estado, una especie de principio
fundamental del Movimiento». «A las personas de izquierda, a los vencidos, que
anhelaban reconstruir sus vidas, se les negó por completo tal derecho, se les
condenó a la humillación y a la marginación (social, económica, laboral). El
franquismo les negó la consideración de personas». «Se puede afirmar que Franco
convirtió a Madrid en un gran presidio». «El fenómeno de la tortura fue masivo y
generalizado», etc. Estas frases son de Moreno, cuyo lenguaje, panfletario sin
disimulo, sigue la tónica de sus estudios sobre la represión en Córdoba, según
los cuales la política franquista fue «de exterminio», de «exterminio de clase»,
con una represión, además, «muy diferente de la represión republicana», en el
sentido que ya vimos en Solé y Villarroya. «Las declaraciones de Franco y de sus
generales no disimularon nunca su propósito de exterminio», mientras que,
asegura osadamente, entre los dirigentes republicanos «jamás se escucharon las
rotundas llamadas a la violencia que realizaron, en cambio, los principales
militares del franquismo». «Cárceles, torturas y muerte, lejos de disminuir al
término de la guerra, se incrementaron al máximo». «Por todas partes se humilla
a la gente sencilla», y especialmente, dice él, a las mujeres. S. Juliá tampoco
se queda corto: durante años, «el fusilamiento de los derrotados continuó siendo
un fin en sí mismo (...). Los enemigos sólo gozaban de un destino seguro: el
exilio o la muerte» (26).
Esta retórica recuerda a la de la campaña de 1935 sobre la represión en
Asturias, falsa en un porcentaje elevadísimo, pero que forjó el espíritu del
terror de 1936. Y, desde luego, desafía a la experiencia y a la estadística.
Aunque hubo una dura represión en los primeros años de posguerra, en la que
debieron caer responsables de crímenes junto con inocentes, ni de lejos existió
tal exterminio, de clase o no de clase. La inmensa mayoría de quienes lucharon a
favor del Frente Popular (1.750.000 hombres, en principio), de quienes lo
votaron en las elecciones (4.600.000) o vivieron en su zona (14 millones), no
fueron fusilados ni se exiliaron; se reintegraron pronto en la sociedad y
rehicieron sus vidas, dentro de las penurias que en aquellos años afectaron a
casi todos los españoles. Esto es tan obvio que resulta increíble leer a estas
alturas semejantes diatribas, quizá pensadas para «envenenar», en expresión de
Besteiro, a jóvenes que no vivieron la guerra ni el franquismo.
Ello no impide que el libro proclame nobles y enjundiosos objetivos: que «el
dolor de tantas y tantas víctimas anónimas del odio más irracional no sea inútil
y, establecida la verdad tras el necesario debate, la guerra civil se incorpore
definitivamente a nuestra historia» (27). No es nada seguro que los apasionados
enfoques y desenfoques vistos cumplan tan loable propósito; ni cabe tomar muy en
serio su propósito de «establecer la verdad», y mucho menos la reconciliación, a
la que también dicen aspirar los autores. Queda la impresión de que esta obra,
al contrario que la de Salas, entra en la categoría de propaganda con un punto
de vista político muy definido, y no en la de la investigación histórica.
Para establecer la verdad en lo posible, unas conclusiones como las del
historiador José García Escudero parecen más a propósito: ambas zonas sufrieron
represión oficial e incontrolada, en las dos se alzaron peticiones de humanidad
y clemencia, y las dos llegaron a superar las manifestaciones más brutales del
terror, sin acabar del todo con él. La pesadumbre producida por este fenómeno en
la conciencia española sólo puede quedar mitigada por el testimonio de la
dignidad y el valor que en general demostraron las víctimas, y no por un
grotesco pugilato en torno a cuál de los bandos vertió más sangre (28).
Siendo la causa del terror la tensión y odios ideológicos típicos de la época,
España no podía ser un caso aislado. Francia e Italia, por ejemplo, sufrieron en
1943-45 y dentro de la guerra mundial, una especie de contienda civil. R. Salas
calcula, analizando las estadísticas oficiales de mortalidad, que en esos años
la represión y los ajustes de cuentas se llevaron por delante a 87.000 franceses
y a 67.000 italianos. Teniendo en cuenta que la guerra civil en esos dos países
fue mucho menos intensa y prolongada que en España, sus cifras de la represión
superan proporcionalmente a las españolas. Recientemente, el periodista
norteamericano Herbert Lottman, estudiando la depuración realizada en Francia en
los últimos tiempos de la guerra mundial, estima en 10.000 el número de los
homicidios y ejecuciones, cometidos por los franceses antinazis. Sumados a los
60.000 en que De Gaulle cifraba los cometidos por los alemanes y colaboradores,
da un total cercano al de Salas, aunque parece muy improbable que la proporción
fuera realmente de 6 a 1. Otro aspecto de la depuración fue la humillación de
miles de mujeres acusadas de «colaboración horizontal» con los alemanes (29).
Una vez más comprobamos que los sucesos de España, con todas sus peculiaridades,
no se entienden si no son enmarcados en los que caracterizaron aquella época en
el mundo, y especialmente en Europa.

Notas:

  1. Salas Larrazábal, R.: Los datos exactos de la guerra civil, Madrid, Drácena,
    1980, p. 310.

  2.  Durante la batalla de Madrid, «Franco ordenó un ensayo de actuación
    desmoralizadora de la población mediante bombardeos aéreos», desistiendo a los
    diez días, según el jefe de la aviación nacional, Kindelán. En todo noviembre
    los bombardeos causaron en Madrid 312 muertos. Ejemplos de partes populistas:
    «La aviación y el intenso fuego de artillería sobre la ciudad de Oviedo
    aumenta por horas la desmoralización de los sitiados y de la población civil»
    (5-9-36). «En las primeras horas de la mañana se ha iniciado un terrible fuego
    sobre Oviedo (...), cuyos efectos pueden apreciarse a simple vista» (8-9-36).
    «La aviación republicana ha bombardeado Córdoba y Granada» (12-9). Y así otros
    muchos, incluyendo Teruel, Huesca, etc. Constan, por el bando contrario, una
    instrucción de 6-1-37: «Cuando se bombardeen objetivos militares en las
    poblaciones o próximos a ellas, se cuidará de la precisión del tiro con objeto
    de evitar víctimas en la población no combatiente». De 10-5-37 es este
    telegrama: «Por indicación del Generalísimo (...) no deberá ser bombardeada
    ninguna población abierta y sin tropas o industrias militares, sin orden
    expresa del Generalísimo o del General Jefe del Aire». Otra instrucción del
    28-3-38: «En lo sucesivo (...) no se efectuarán bombardeos del casco urbano de
    poblaciones sin una orden expresa de la Jefatura del Aire». La reiteración de
    la orden obedece a los bombardeos de Guernica, en abril de 1937, y de
    Barcelona, en marzo del 38, realizados por alemanes e italianos, al margen de
    las instrucciones del mando franqista, que corrigió tales hechos. Salas
    Larrazábal, R.: Historia del Ejército Popular de la República, I, Madrid,
    Editora Nacional, 1973, p. 624-5. J. Salas: Guernica, p. 236 y ss; 324 y ss.

  3. Salas Larrazábal, R.: Historia del Ejército Popular de la República, I,
    Madrid, Editora Nacional, 1973, p. 624-5. Salas, J.: Guernica, p. 236 y ss.;
    324 y ss. No obstante, algunos historiadores pasan arbitrariamente por alto la
    investigación de Salas y ofrecen datos sin base alguna, como el de 1.600
    muertos que da Avilés Farré todavía en 1996. No hubo, como afirmó la
    propaganda, el propósito de destruir los edificios simbólicos de la tradición
    vasca, que ni fueron atacados ni sufrieron daños, pese a haber situado el PNV
    cuarteles en sus cercanías. Al principio, la prensa vizcaína se abstuvo de
    reproducir las exageraciones difundidas en Inglaterra y Estados Unidos, hasta
    que el gobierno de Aguirre comprendió su utilidad propagandística. La
    estudiosa P. Aguilar recoge sin crítica y olvidando a Salas, la versión de que
    el bombardeo trataba de destruir los símbos de las libertades vascas y tuvo
    que ver con la crueldad de Franco. ¿En qué grado de crueldad clasificaría para
    ser coherente, a Churchill, Roosevelt o Truman? Los franquistas achacaron el
    incendio de Guernica a los propios populistas, falsedad que apenas fue creida,
    aunque se apoyaba en los precedentes de Irún y Eibar, donde los populistas en
    retirada sí provocaron vastos incendios. A. Viñas ha hecho consideraciones muy
    elaboradas sobre la responsabilidad que pudo caber en el bombardeo a las
    autoridades franquistas—que no lo habían autorizado—, pero olvida mencionar la
    cifra de víctimas, aunque conoce el estudio de Salas, a quien cita
    secundariamente. La indignación de Viñas no se extiende, lamentablemente, a
    las responsabilidades por los bombardeos de Oviedo y Huesca.

  4. J. Salas Larrazábal, J.: Guernica, Madrid, Rialp, 1987, pp. 163 y ss.; 263 y
    ss. Avilés Farré, J.: Las grandes potencias ante la guerra de España, Madrid,
    Arco, 199, p. 40. Viñas, A.: Guerra, dinero y dictadura, Barcelona, Crítica,
    1984, p. 98 y ss.

  5. Según muestra A. D. Martín Rubio, las noticias iniciales sobre la matanza no
    son fiables, y la cifra habitual, de en torno a 1.200 víctimas, menos aún: las
    inscripciones de muertes atribuibles a la represión correspondientes a agosto
    de 1936 son 172, y 493 hasta diciembre. Ello indica la dureza represiva, pero
    no autoriza la idea de una carnicería indiscriminada. La versión de tal
    carnicería fue difundida especialmente por el periodista norteamericano Jay
    Allen, incondicional del Frente Popular, ausente de la ciudad en aquellos días
    y que inventó los detalles más escabrosos. La sensibilidad de Allen por la
    matanza que no presenció, desaparecería ante las que sí pudo comprobar en el
    bando de sus preferencias. Ricardo de la Cierva sugiere, razonablemente, que
    el reportaje de Allen fue elaborado para contrarrestar la impresión mundial
    causada por la matanza de presos de la cárcel Modelo madrileña. MartÍn Rubio,
    A. D.: Salvar la memoria, Badajoz, 1999, p´. 140 y ss. De la Cierva, R.:
    Historia esencial de la guerra española, Madrid, Fénix, 1996, p. 224-6.

  6. Cito el dato indirectamente, de una recensión del libro en el número 49 de
    Razón Española, de septiembre-octubre de 1991. The economist del 17 al 23 de
    julio de 1999 reseñaba otro libro, An intimate history of killing, por Joanna
    Bourke, en el que habla de las «orgías de violaciones y asesinatos»
    practicadas por tropas norteamericanas en Alemania. Como es sabido, la
    propaganda soviética llegó a incitar a sus soldados a matar alemanes y violar
    a sus mujeres (se ha dicho que los rusos las violaban y los norteamericanos
    las prostituían). La actitud rusa, con todo, resulta en cierto modo más
    explicable, dados los extraordinarios sufrimientos ocasionados en Rusia por
    los nazis.

  7. El Liberal, Bilbao, 14-7-1936.

  8. Salas, R.: Los fusilados en Navarra en la guerra civil de 1936, Madrid, 1983,
    p.13. Vidarte, J. S.: Todos fuimos culpables, Barcelona, Grijalbo, 1978, p.
    418. Jackson, G., en R. Salas: Pérdidas de la guerra, Barcelona, Planeta,
    1977, p. 116 y ss. Tamames, R.: La República. La era de Franco, Madrid,
    Alianza, 1977, p. 323.

  9. El historiador marxista Pierre Vilar desconfía de los testimonios orales:
    «Tres aragoneses me brindaron respectivamente, como balence de las ejecuciones
    en Zaragoza, tres fusilados, 10.0000 víctimas, ¡por lo menos 30.000 (!)». No
    obstante, este pésimo método es aplicado con frecuencia. Tengo experiencia
    sobre el influjo de la propaganda en la memoria de muchos testigos. En una
    conferencia que di en el Ateneo madrileño acerca de la batalla de Madrid, al
    citar la presencia de tanques y aviones rusos, dos de los presentes se
    levantaron airados asegurando que no había habido tal cosa, pues los
    republicanos apenas disponían de unos pocos fusiles. ¡Ellos habían vivido
    aquellas jornadas y podían dar fe! También han sido típicas de años recientes
    las personas, que sin haber movido un dedo contra el franquismo, «recordaban»
    de pronto hazañas que habrían protagonizado en manifestaciones estudiantiles,
    etc. La memoria engaña a menudo, incluso sin intención.Vilar, P.: La guerra
    civil española, Barcelona, Crítica, 1986, p. 151.

  10. En 1964, Jesús Salas, hermano del anterior, hizo una investigación de la
    sobremortalidad masculina, mediante análisis comparativos de los decenios
    1930-40 y 1940-50. Puesto que las víctimas femeninas directas de la guerra
    fueron escasas, debía obtenerse así una buena aproximación al total de
    muertos. El resultado coincide grosso modo con los datos más precisos de su
    hermano Ramón: un cuarto de millón de víctimas varones. De ellos, J. Salas
    estima en 165.000 los caídos en combate y 85.000 los represaliados. La
    semejanza de las cifras logradas con métodos distintos es un indicio a favor
    de la corrección de ambos. En Salas, R.: Pérdidas, p.139-40.

  11. Se ha aducido que muchas víctimas de la represión franquista están registradas
    con causas de muerte ficticias, como en el caso de García Lorca, cuya
    defunción atribuye el registro a «hecho de guerra». También se cita el caso de
    150 ejecutados por los populistas y fallecidos oficialmente por «anemia
    aguda». Según Salas, esta crítica nace de un desconocimiento de las reglas
    registrales, que exponen las causas clínicas de la muerte, y no las
    circunstancias de ella, por ley de 1870, cuyo objeto es salvaguardar la
    intimidad y el honor de los individuos. Esa regla obliga a un esfuerzo de
    interpretación de los registros, que Salas considera casi siempre factible.
    También se ha dicho que la mayoría de las víctimas del franquismo no se
    habrían inscrito nunca, por temer represalias sus familiares. Salas descarta
    esta crítica señalando las facilidades registrales ofrecids años después de la
    contienda, cuando ya no eran de temer represalias, y que fueron aprovechadas
    por numerosas personas. Además, el historiador hizo un estudio especial sobre
    Navarra, donde, según él, los nacionales habían fusilado a algo menos de un
    millar de personas, que multiplicaban por quince los historiadores
    nacionalistas próximos a ETA, y por ocho o nueve los del PNV, cifra esta
    última acogida sin crítica por historiadores más serios. Otros se han visto
    obligados a multiplicarla, finalmente, «sólo» por tres. La investigación de
    Salas ratificó sus cifras originales, con pequeñas correcciones. Sin embargo,
    algo de razón hay en esta crítica, pues tras la muerte de Franco se produjeron
    nuevas inscripciones, aunque ni de lejos la riada de ellas que suponían los
    adversarios de Salas.

  12. «Resultaba descorazonador que quienes acogían con fe de carbonero las cifras
    aireadas por el rumor, el rencor o el revanchismo, fueran tan puntillososo a
    la hora de enjuiciar un trabajo con firme apoyatura documental y rigor
    científico», lamenta Salas. Este historiador, indudablemente uno de los
    mejores entre los que han tratado la guerra, simplemente «no existe» en muchos
    ámbitos universitarios. La revista barcelonesa Destino, que pasaba por
    imparcial y seria, le impidió contestar en igualdad de condiciones al escritor
    Carlos Rojas, que en un artículo le atacaba desvirtudando sus argumentos.
    Salas, R: Los fusilados, p.19-20 y 17.

  13. JuliÁ, S. y otros: Víctimas de la guerra, Madrid, Alianza, 1999, p. 68

  14. La actitud de euforia, o al menos despreocupación por estas cosas estaba muy
    extendida entre los dirigentes. Cuenta Vidarte: «Cuando le dije (a Companys)
    que hacía el viaje acompañando a un fraile, soltó la carcajada. «De esos
    ejemplares, aquí no quedan». Araquistáin, L.: Sobre la guerra civil y en la
    emigración, edic. de J. Tusell, Madrid, Austral, 1983, p. 22. Vidarte, J. S.:
    Todos fuimos, p. 503.

  15. En MartÍn Rubio, A. D.: Paz, piedad, perdón... y verdad, Madrid, Fénix, 1997,
    p. 71.

  16. Y tampoco los revolucionarios defendían avances sociales y políticos o una
    sociedad «más libre y más justa», como afirman dichos estudiosos en contra de
    una abrumadora experiencia histórica. En los países en que triunfaron los
    correligionarios de los frentepopulistas españoles, la población perdió
    cualquier libertad y derecho, sometida al poder omnímodo de una minoría
    burocrática dueña de un estado policial. Que España fuera «uno de los países
    con más injusticia social de Europa» es aserto muy discutible, pero de lo que
    no hay duda es de que el remedio propuesto por los revolucionarios era mucho
    peor que la enfermedad, si de libertad, justicia y riqueza hablamos. Solé y
    Villarroya tienen derecho a preferir remedios tales, pero quizá no tanto a
    invocar en su beneficio la libertad y la justicia.

  17. Cervera, J.: Madrid en la guerra. La ciudad clandestina, 1936-1939, Madrid,
    Alianza, 1998, p. 62 y ss.

  18. JuliÁ, S.: Víctimas, p.14.

  19. JuliÁ, S.: p. 60-1 y 21.

  20. Martín Rubio considera, no obstante, más alta la tasa de la represión
    populista, al no haberse podido ejercer ésta más que sobre la mitad del
    país.Juliá, S.: p. 410. Salas, R.: Pérdidas, p. 362 y 371. Martín Rubio, A.
    D.: Paz, p. 371-5.

  21. JuliÁ, S. Víctimas, p. 244.

  22. Salas, R. Pérdidas, p. 442.

  23. JuliÁ, S. Víctimas, p. 133, 142-3 y 154.

  24. Según la propaganda, los gobiernos populistas trataron de evitar los crímenes
    de los incontrolados, en otros momentos identificados con el pueblo. Así lo
    decía Vidarte a un periodista francés, a quien informaba de la siguiente
    manera, recogida en el capítulo «Desvaneciendo falsedades»: «En un solo año,
    el Tribunal de la Inquisición de Toledo pronunció más de 3.000 condenas, la
    mayoría a muerte», a lo que comenta el francés: «Y todavía les preocupa a
    ustedes el que se destruya una iglesia de más o de menos?» «Nos preocupa la
    protección de nuestro tesoro artístico. Las iglesias pertenecen a la nación y
    es deber nuestro el conservarlas». Vidarte hablaba en agosto de 1936, cuando
    desde mucho antes de julio se venía destrozando «nuestro tesoro artístico»
    entre la indiferencia o complicidad de los gobiernos. No vale más el dato
    sobre las muertes de la Inquisición, la cual, como se sabe, hizo ejecutar a un
    millar de personas en tres siglos. A ese respecto no hay duda de que fue una
    institución muy atrasada, por decir así, en comparación con las modernas
    policías políticas de las dictaduras de izquierdas o de derechas, capaces de
    superar esa cifra en cuestión de meses. Ibid.: p. 121. Martín, A. D.: Paz, p.
    449 y ss. Azaña, M.: Memorias de guerra, Barcelona, Grijalbo, 1978, p. 400.
    JuliÁ, S.: Víctimas, 159, 227-8, 290, 303 y 27. Moreno, F.: Córdoba en la
    posguerra. La represion y el maquis. Madrid, 1987, p. 18 y ss.

  25. JuliÁ, S. Víctimas, pp. 156, 14, 238, 256, 226, 238 y 277. En Salas, R.:
    Pérdidas, p. 82 y ss.

  26. JuliÁ, S. Víctimas, 159, 227-8, 290, 303 y 27. Moreno, F.: Córdoba en la
    posguerra. La represión y el maquis. Madrid, 1987, p. 18 y ss.

  27. JuliÁ, S.: Víctimas, contraportada.

  28. GarcÍa Escudero, J. M.: Historia política de las dos Españas, Madrid, Editora
    Nacional, 1976.

  29. Salas, R.: Pérdidas, p. 433 y ss. Lotman, H.: La depuración, Barcelona.
    Tusquets, 1998, p. 466 y ss.



Ángel Galarza Gago

(Zamora,1892-París,1966)  Especialista en derecho penal.  En 1929 fue
uno de los fundadores del Partido Radical Socialista.  En 1930 participó en
el pacto de San Sebastián, por lo que fue encarcelado.  Al proclamarse la
II República fue nombrado fiscal general del estado. Luego fue Director General
de Seguridad, cargo desde el que creó la Guardia de Asalto.  En 1933 se
integró en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE).   Fue diputado
por Zamora en 1931 y 1936.  El dirigente socialista Largo Caballero le
nombró ministro de Gobernación (actualmente de Interior) entre septiembre de
1936 y mayo de 1937, periodo de mandato en el que se produjeron por parte de los
republicanos miles de "paseos" y fusilamientos, incluido el crimen de
Paracuellos del Jarama y cargo desde el que se permitieron las famosas "sacas"
de las prisiones de detenidos por ser de derechas, falangistas o militares para
ser asesinados sin juicio por razones políticas y religiosas.  Por parte de
las autoridades republicanas no se incoaron expedientes para castigar a los
culpables.  Tras los sucesos revolucionarios de Barcelona en mayo de 1937
fue destituido bajo la acusación de ser trotskista.  Tras la guerra huyó de
España.

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