viernes, 16 de octubre de 2015

http://www.gazeta-antropologia.es/?p=1432 - Folclore, tipismo y política_2012.pdf

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Recibido 3 septiembre 2012 | Aceptado
17 septiembre 2012 | Publicado 2012-12
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Gazeta de Antropología, 2012, 28 (3) "30 años de
Gazeta de Antropología". Coords. Francisco Checa
Olmos y Celeste Jiménez de Madariaga,
artículo 01 · http://
hdl.handle.net/10481/22987
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Folclore, tipismo y política. Los
trajes regionales de la Sección
Femenina de Falange
Folklore, typecasting and politics. The costumes of the Women's Section of the Falange
Carmen Ortiz
Centro de Ciencias Humanas y Sociales. CSIC. Madrid
carmen.ortiz@cchs.csic.es
RESUMEN
Los trajes regionales fueron un elemento preeminente en la utili
zación que la dictadura hizo del folclore, y específicamente de
la
música y el espectáculo de la danza, con fines ideológicos y de
propaganda política, tanto en el interior como en el exterior.
Esta
tarea, como otras de tipo educativo y de
control, fue expresamente encargada y desem
peñada por la Sección Femenina de la
única organización política del régimen, la Falange Española, Tradicionalista y de las JONS. Partiendo de la idea de que los
llamados trajes regionales españoles han funcionado y siguen funcionando en la actualidad como una construcción cultural
compleja, se expondrá la importancia en este proceso de ‘invenc
ión de la tradición’ del momento político representado por el
franquismo
y
cuáles fueron sus bases ideoló
g
icas.
ABSTRACT
Costumes were a prominent element in the us
e made of folklore by the Franco dictat
orship in Spain, and specifically music and
dance shows, for ideological and political propaganda, both indoo
rs and outdoors. This task, like
other educational and control
types, was expressly commissioned and performed by the Women's Se
ction of the only political orga
nization of the regime, the
Spanish Falange, Traditionalist and JONS. Starting from the idea
that the so-called Spanish costumes have worked and still work
today as a complex cultural construction,
will outline the importance in this process of "invention of tradition" of the politi
cal
moment represented b
y
the Franco re
g
ime and define their ideolo
g
ical bases.
PALABRAS CLAVE
folclore I tipismo I políti
ca I tradición I ideología
KEYWORDS
folklore I typecasting I politics I tradition I iIdeology
Folclore y política durante el franquismo
Cuando el régimen franquista consigue imponerse en el país después de la guerra, una de las tareas
urgentes que debe acometer es la “reconstrucción” de la Patria (como gustaron de llamar a España los
sublevados contra el gobierno de la República). Esta reconstrucción no era solo material; también había
que restaurar una política nacional que dejara claras las nuevas condiciones de vida social y política a las
que su victoria en la guerra había dado paso. Es decir, la reconstrucción se basaba la creación de un
repertorio cultural y patrimonial acorde con el sistema político totalitario impuesto tras la guerra. La tarea
que el régimen franquista acomete es la creación de una “Nueva España”, que se define mediante la
permanente oposición frente a los caracteres y rasgos de la España republicana, pero a la vez se
configura como una representación absoluta de la “España eterna” de la que se consideraba heredera.
Una nueva nación cuyo futuro se construye paradójicamente en base a los principios de una Vieja
España, eso sí reescrita y reinventada a través de una ideología reaccionaria. Las señas de identidad de
esa Nueva España en construcción se buscarán en los estratos más genuinos y profundos de la nación:
la base común y originaria de este edificio será la “hispanidad”; un ambiguo y difuso sustrato étnico-
lingüístico-político, que se quería hacer funcionar de un modo parecido a la “germanidad” del nazismo.
En esta tarea, la construcción del nuevo repertorio patrimonial que va a guiar la política de
representación nacional del régimen va a estar determinada por un doble principio: la memorialización y
la moralización del conflicto (Viejo-Rose 2011: 46). Se perseguirá siempre el recuerdo permanente de la
división entre los vencedores y los vencidos; es decir, la construcción de una memoria partida (Castro
2008). El paisaje cultural que se impone entonces a los españoles deberá legitimar y dar coherencia a
esta Nueva España. En la construcción de esta identidad legitimadora que propugna la propaganda de
Franco, las referencias al pasado histórico serán una constante (Box 2008: 40-45). El régimen franquista
buscará la continuidad efectiva, cronológica y simbó
lica con un pasado cuyos hi
tos -la reconquista, los
Reyes Católicos, la Conqui
sta de América, Felipe II, etc.- se mitifican y adquieren una relevancia máxima
en el repertorio patrimonial. Para ello se utilizan conocidos mecanismos, como la invención de la tradición
(Hobsbawm 1983: 46), y se ponen en marcha recursos como la inclusión en los monumentos antiguos de
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la huella del autoproclamado “caudillo”, la creación de autorrepresentaciones del régimen utilizando el
repertorio simbólico de las glorias del pasado (Ortiz 1998), el pluriempleo de ciertos símbolos del antiguo
poder, como el yugo y la
s flechas, y la elección de algunos
estilos arquitectóni
cos -los castillos
medievales, el herreriano o el neoclásico- como
paradigmas del espíritu nacional, cuya máxima
representación -muestra del esplendor imperial al que el Nuevo Estado pretendía emular- es el
Monasterio del Escorial (Llorente 1995).
Pero como elemento legitimador el folclore es incl
uso más importante que la propia historia, porque es
capaz de proporcionar al sistema político una continuidad fundamental y atemporal, orgánica, más
profunda que la que se obtiene de la historia. As
í, el pueblo (siempre enunciado como el “pueblo
español”) es el referente máximo de todo el sistema político como detentador de las cualidades
esenciales espirituales (el substrato de la “raza”) con las que se identifica plenamente la ideología
fascista del Movimiento. A partir de este principio, la cultura popular, es decir, las obras de ese pueblo, y
en concreto ciertos elementos de tipo emotivo o estético (la música y la poesía, por ejemplo) tomados
como acervo antiguo con el que es
fácil identificarse, pued
en ser utilizados para
afianzar o establecer
lazos de cohesión o pertenencia a ciertos grupos, real
es o artificiales, y también en la socialización e
inculcación de creencias, sistemas de valores o convenciones de comportamiento (Hobsbawm 1983: 19).
Esta idea esteticista y romántica de un pueblo idealizado, en el que residen los caracteres esenciales de
una nación, y que no se divide en clases ni categorías económicas, es lo que resulta muy útil a la
ideología nacionalista y fascista. Y esto es así porque estos sistemas participan de un mecanismo
general de la acción política que consiste en la apropiación, y dirección en un único sentido acorde con la
ideología dominante, de los referentes étnicos o identificativos de cualquier población; y entre ellos
destacaríamos por su importancia, la lengua, el traje, la arquitectura, la música y los rituales propios o
característicos. El folclo
re en este sentido aparece como la forma más directa, más emotiva, de
aprehensión del “estilo” de una comunidad y, por tanto, como un instrumento privilegiado de mediación
entre la gente y la estructura política (Bausinger 1993: 68-71).
En la ideología franquista el asunto de la nación y su identidad, ligada a un fuerte centralismo estatal, es
un elemento fundamental. La unidad de España es, tal vez, el objetivo político de mayor entidad en la
retórica de la dictadura. La centralización de la
s funciones, desde las pura
mente políticas hasta las
actividades más cotidianas, se establece a través de un sistema orgánico de relación sucesiva de
distintos niveles de jerarquía que, desde la base más local, acaba siempre en la figura del jefe del
Estado. El recurso a una teoría orgánica de la sociedad, radicalmente conservadora y arcaica, crea la
superestructura en la que es posible absorber múltiples contradicciones (centro-periferia, lucha
socioeconómica de clases,
contraposición mundo campesino-industrial, etc.), mediante el recurso a la
idea esencialista de la nación como una entidad primigenia y eterna.
En el discurso del régimen, la subversión de este principio de la unidad sagrada de la patria por los
separatismos periféricos había llevado al caos, representado por la guerra. Por lo tanto, no solo era
necesario impedir cualquier intento de rebrote del regionalismo en niveles muy elementales, sino que en
su denigración se encontraba uno de los elementos más prácticos de cohesión del nuevo sistema estatal:
a saber, el españolismo más extremo. Aquí, de nuevo, el folclore viene en ayuda de la ideología para
salvar la contradicción entre una realidad que mostraba diferencias evidentes y la idea monolítica de un
supuesto prístino, arcaico y único pueblo español. La solución encontrada es convertir el regionalismo en
un elemento estético y emocional, con lo cual la diversidad regional pasa a ser un aspecto no
problemático en la composición del cuadro general de la nación. Así pues, la diferencia regional se
folcloriza: es decir, se resume en la expresión de pluralidad de dialectos (nunca lenguas), usos y
costumbres, músicas, fiestas y trajes regionales, en los que se manifiesta verdaderamente el “pueblo
español” (o su genio o su alma), sin más divisiones, o con tantas versiones locales que no es fácil
encontrar la manifestación cultural concreta, adscrita a una comunidad histórica o culturalmente definida.
Esta es la razón por la cual el franquismo insiste continuamente en el tópico de la variedad de formas de
cultura tradicional que conviven en España y permite la expresión lingüística autóctona en las
manifestaciones folcló
ricas (como reducto casi único), tanto en
las publicaciones específicas, como en
las exhibiciones públicas. Esto será un hecho en los trabajos de la propia Sección Femenina de Falange,
expresado con palabras de Pilar Primo de Rivera:
“Así, los catalanes cantaban en
catalán; los vascos en vasco; lo
s gallegos en gallego, en un
reconocimiento de los valores espe
cíficos, pero todo ello y sólo en función de España y de su
irrevocable unidad, dentro de la unidad peninsular” (en Casero 2000: 77).
Sin embargo, y sin que esto suponga contradicción, lo cierto es que para el franquismo España es
Castilla, el castellano, lo ca
stellano y los caste
llanos. No podía haber dudas so
bre la primacía castellana
en el dominio del resto de las regiones (a las que había sojuzgado históricamente) y sobre la
identificación de la “hispanidad” con unos supuestos
valores esenciales de Castilla. Así, por ejemplo, en
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la elección por Pilar Primo de Ri
vera del castillo de la
Mota como sede cent
ral y símbolo de la
organización femenina de la Falange, no solo pesaba la carga histórica y la figura femenina de la reina
Isabel, sino también el castellanismo, la ruralidad (que hacía además contrapunto con una organización
de origen y extracción eminentemente urbana y burguesa).
Si España es Castilla, Castilla es
la representación más id
eal del campo; el castel
lano es sinónimo de
campesino y campesino lo es de español; por tanto, el identificador general último es el mundo
campesino; evidentemente conceptuado de un modo esencial. El espíritu nacional, la hispanidad, la
estirpe racial hispana, tenían su origen en el mundo agrario y en su cultura. Y así era en sus útiles, su
artesanía, su arquitectura, sus danzas y sus cantos, donde podía encontrarse la especificidad de la
esencia nacional, sin contaminación externa alguna. En este esquema, los campesinos -su presentación
idealizada- funcionaban como un mito, no eran reales
, sino que proporcionaban al resto de la población
un referente de origen, de carácter emocional, no lógico: todos, independientemente de las diferencias
sociales efectivas, procedían de los mismos orígenes.
El sustrato nacional campesino era la base de un
edificio social, supuestamente “natural”. De esta manera el régimen político obtenía una legitimidad
aparente, para sus actos coercitivos y su estructura, al estar fundado en algo eterno, inmutable, justo y,
por tanto, muy difícil de rechazar (Bausinger 1993: 73-74). De la misma forma que el regionalismo
folclorista se utiliza para negar la
posibilidad de un
conflicto cultural
entre las distinta
s nacionalidades
históricas existentes en España, la utilización en la escenografía del régimen de una estética basada en
ciertos valores étnicos y culturales idealizados del campo pone de manifiesto, de una forma más cruda
aún si cabe, la contradicción con una realidad marcada, sobre todo durante los años de la durísima
postguerra, por una crisis agraria absoluta y el mantenimiento de unos indicadores de nivel de vida de
miseria para los agricultores, que desembocarán, a partir de los años cincuenta, en la expulsión masiva
de buena parte del contingente de habitantes del mundo rural hacia las ciudades y los países
industriales.
A pesar de todo, la aparición pública de una imagen bucólica campesina, como símbolo de la unidad que
se pretendía construir sobre la variedad casticista y folclórica, es frecuente en las celebraciones de las
efemérides instauradas o revalorizadas por el franquismo. Una de las primeras concentraciones, fue el
homenaje al “Caudillo y al
Ejército de la Victoria” qu
e Pilar Primo de Rivera,
al frente de la Sección
Femenina de Falange, organizó en el castillo de la Mota, en Medina del Campo, el 30 de mayo de 1939.
En esta temprana celebración aparece ya el que será el modelo de representación oficial de la Sección
Femenina de Falange. El programa de actos (
ABC
30-5-1939: 10) constaba de tres partes: los discursos
falangistas, una exhibición folclórica y gimnástica, y la ofrenda al Generalísimo de los frutos de la tierra,
de manos de veinticinco campesinas jóvenes, pertenecientes a la Hermandad de la Ciudad y el Campo,
procedentes de las distintas provincias y ataviada
s con sus respectivos traj
es regionales (Suárez
Fernández 1993: 99-100). El espectáculo masivo organizado por la Sección Femenina incluyó un coro de
2.090 voces, dirigido por el maestro Rafael Benedito, que interpretó una selección de canciones
regionales de España, acompañadas por sus bailes típicos (Casero 2000: 44).
La Sección Femenina de
Falange Española y de las Juntas
de Ofensiva Nacional Sindicalista
La Sección Femenina del que se ha considerado como el primer partido puro fascista de nuestro país,
nació prácticamente con la propia Falange, ya que el 15 de febrero de 1934 se firma el acuerdo entre
Falange Española y las JONS, y en junio de 1934 nace su llamada Sección Femenina (su primer
Estatuto lo firmará José Antonio en diciembre) (Casero 2000: 15). Cuando se disolvió el 1 de abril de
1977, con el decreto que suprimía la estructura de la Secretaría General del Movimiento (Fernández
Jiménez 2008: 332-340), podía ser considerada una de las instituciones más longevas del franquismo y
su dirigente máxima, la hermana del héroe fundador José Antonio, Pilar Primo de Rivera, seguramente la
persona, junto a Franco, que más tiempo desempeñó un puesto político de ámbito nacional en la
dictadura. Desde el comienzo, se manifiesta como una organización eminentemente política (Ofer 2009),
cuyo objetivo es contribuir “al duro propósito de hacer una España más grande y más justa”. En el
Primer
manifiesto de la S. F.
de 1934 se declara también su posición meramente auxiliar de los hombres en
estas tareas políticas y su
misión encaminada a mantener los va
lores y los principi
os de lo que se
consideraba por el régimen el papel fundamental de las mujeres, como madres (lo que paradójicamente
ellas nunca serán) y como esposas (Richmond 2004). La referencia a la Sección Femenina, comúnmente
siempre hecha así, sin aludir al partido fascista del que era parte, es una perfecta metáfora de su acción
política: las mujeres no debían tener protagonismo en la política, ni en los asuntos públicos. Así, ellas -la
parte femenina- pretendían ser vistas socialmente, no tanto como miembros del partido único, como en
cuanto representación y garantía del ideal (¿único?) de mujer que la dictadura promovía (Domingo 2007:
37-50).
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Desde su origen como grup
o de mujeres de apoyo en las acciones
de los militantes falangistas, la
organización creció y fue promocionada y utilizada por el régimen de Franco, consiguiendo amplias
parcelas de poder en las que pudo desarrollar su acción sin la competencia de ninguna otra organización
ni instancia, siempre que se mantuviera acorde a los principios del movimiento y no pretendiera salirse
del marco estrictamente “femenino” que se había marcado desde un principio, como así fue. Sin
embargo, que se tratara de una organización segregada y a la que se mantuvo en funciones
relativamente subalternas que, además con el paso
de las décadas fueron
resultando cada vez más
burocráticas y obsoletas, no debe hacer olvidar que la Sección Femenina fue una institución de control
poderosa, cuyas funciones de enseñanza y de intervención en el ámbito doméstico la introdujeron de
manera forzosa en la vida cotidian
a de millones de mujeres durante el
franquismo. Así, a las más de
600.000 afiliadas que llegó a tener
en su momento álgido, habría que
sumar a más de tres millones de
mujeres que tuvieron que someterse a sus cuadros pa
ra cumplir con el Serv
icio Social Obligatorio
(Alpuente 2009: 15; Rodríguez López 2010: 154-162).
Las tareas a que se dedicó con ahínco la Sección Femenina fueron variadas, y especialmente tuvieron
que ver con el aparato de educación, tanto en lo que se refiere a la propaganda y a la educación paralela
(es decir, externa a las instituciones educativas propia
mente dichas, integradas en el sistema nacional de
enseñanza: colegios, institutos, universidad), como a la propagación de un modelo femenino acorde con
los principios del régimen y la religión católica (Otero 1999). A su vez, estuvo también encargada de
misiones de control y vigilancia social, en los mismos aspectos que tocaban al desempeño satisfactorio
de los papeles femeninos; esto es en todo lo que tenía que ver con la maternidad, incluida la salud física
o deportiva de las mujeres que se consideraba adecuada para conseguir una buena salud reproductora
(Manrique Arribas 2010). Un tercer sector en que tuvo protagonismo fue el de la organización y la higiene
familiar, y el mantenimiento de la
s condiciones mínimas de una econ
omía doméstica campesina en los
hogares rurales (Pérez Moreno 2004; Marías Cadenas 2011)
.
Finalmente, el recurso a la Sección
Femenina en lo que tenía que ver con la propaganda política del régimen, tanto en el interior como en el
exterior, y su intervención en la reglamentación del tiempo de ocio y en los rituales y puestas en escena
durante todo el franquismo, a través de los Coros y Danzas y otras iniciativas, es otro de los sectores
importantes en la organización (Casero 2000).
Para cumplir su tarea en estos terrenos, la Sección Femenina, cuya dirección fue ejercida durante toda
su historia por una sola persona, Pilar Primo de Rivera
(Fernández Jiménez 2008), como Delegada
Nacional, se organizaba en regidurías, que inicialmente fueron cinco: Hermandad de la Ciudad y el
Campo, Enfermeras, Cultura y Formación de Jerarquías, Cultura Física y Sindicatos, que se fueron
complicando con una red de delegaciones provinciales y subdelegaciones específicas (Casero 2000: 20-
32). En ellas, se centralizaban las tareas de educación general y propaganda, formación de mandos,
publicaciones, cursos, actuaciones públicas, y campañas de intervención por toda España. Sin embargo,
no debe perderse de vista que todas sus funciones específicas, como la labor sanitaria, la vigilancia de la
crianza de los niños, la actividad deportiva, la promoción de las artesanías, el folclore, etc., fueron
siempre, pero sobre todo entre 1939 y 1960, tareas supeditadas a las funciones políticas.
Así, todas sus iniciativas en torno a la formación de las madres y de personal técnico especializado en
puericultura estaban determinadas por una de las preocupaciones mayores del régimen franquista: el
problema demográfico acuciante, producido por la sangría de la guerra y por una bajísima natalidad en la
postguerra, agravada por un índice insoportable de mortalidad infantil y unos niveles de nutrición
paupérrimos en madres y niños: las campañas en pro de la lactancia materna son un ejemplo en este
sentido (Roca 1996). La ac
tividad conocida de la Sección Femenina
en la elaboración de canastillas para
los recién nacidos sería otro caso de intento de mejora de las condiciones de salubridad e higiene en la
crianza que las señoritas de la
Sección Femenina, casi todas ella
s solteras, extendían como un
apostolado por los pueblos y aldeas españolas. Los cursos de economía doméstica, sus cursos y
manuales de cocina y su
s exposiciones de artesanía muestran
los mismos objetivos de dirigir y
encaminar las conductas domésticas y
las actividades de las mujeres haci
a formas útiles para la nación y
para el Estado, por más que la ideología básica de supeditación de las mujeres al ámbito privado y a
labores exclusivas de crianza y cuidado, lastrara cualquier intento realista de que lo enseñado por la
Sección Femenina sirviera fuera de estos ámbitos.
La obra folclórica de
la Secci
ón Femenina
A pesar de que ya desde los años veinte había en
España algunas institucione
s y centros dedicados al
estudio del folclore y la cultura tradicional, a diferencia del régimen nazi, el franquismo no encargará de
esta labor a un centro de estudios oficial ni a profesionales especializados. Utilizará a la Sección
Femenina de Falange para cumplir con esta misión (Berlanga 2001) que, como el resto de las
desempeñadas por ella, será una mezcla de enseñanza paralela y acción política dedicada a los
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