miércoles, 14 de octubre de 2015

Persecución religiosa durante la Guerra Civil Española - Wikipedia, la enciclopedia libre

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Persecución religiosa durante la Guerra Civil Española




Ruinas de la Iglesia del Colegio de las Escuelas Pías de San Fernando, en el popular barrio de Lavapiés, en Madrid. El edificio fue incendiado y destruido al comienzo de la Guerra Civil Española en 1936. En ruinas, se mantuvo abandonado durante el franquismo hasta que una gran parte del mismo fue rehabilitado y recuperado como biblioteca de la UNED por el arquitecto José Ignacio Linazasoro y en espacio de ocio y cultura, inaugurado en el 2006
El fenómeno de la persecución de los miembros de la Iglesia Católica que se enmarca en el contexto histórico de la Guerra Civil Española comprende a miles de personas, religiosos y laicos que forman parte del conjunto de víctimas de la Guerra Civil,
e incluye también la destrucción de patrimonio artístico religioso y
documental. Entre estas personas se encontraron numerosos religiosos1 pertenecientes al clero secular, órdenes, congregaciones y distintas organizaciones dependientes de la Iglesia Católica española que sufrieron actos de violencia que culminaron en miles de asesinatos, alcanzando las dimensiones de un fenómeno de persecución2 en las áreas de control nominal republicano principal, aunque no únicamente, durante los primeros meses del conflicto armado y de la revolución social
que tuvo lugar en dicha zona. En la zona bajo control de las fuerzas
sublevadas existieron también episodios, aunque en un número muchísimo
menor y en momentos puntuales, hacia religiosos (católicos o de otras
confesiones).


Esta violencia no sólo se manifestó en contra de los derechos fundamentales de miles de personas, muchas de las cuales fueron asesinadas —algunas, incluso, tras sufrir tortura—,
sino que también se ejerció de manera sistemática contra aquellos
bienes y objetos considerados símbolos de la religiosidad, dañando o
destruyendo gran parte del patrimonio arquitectónico, artístico y
documental.


La interpretación del origen y motivaciones generales de estos
hechos, así como de las circunstancias de algunos de ellos, en
particular en lo que respecta a su consideración desde la dimensión
política y religiosa, pero también sobre su terminología, la actitud de
la Iglesia y sus consecuencias en el desarrollo de la contienda y la
posterior represión del régimen franquista, son todavía objeto de fuerte
controversia entre los especialistas.


Citado como referencia en numerosas otras obras, un detallado estudio publicado en 1961 por Antonio Montero Moreno,3 identificó a un total de 6.832 víctimas religiosas asesinadas en el territorio republicano, de las cuales 13 eran obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 religiosas.


La Iglesia Católica, considerando que muchas de estas víctimas lo fueron como "consecuencia de su fe", las definió como mártires. Esta denominación de carácter religioso fue también adoptada por la propaganda del bando sublevado
y posteriormente, por la dictadura franquista, haciéndola extensiva a
todas las víctimas afines a su causa, quienes fueron llamadas mártires de la Cruzada o mártires de la Guerra Civil.


Aunque reclamado por el régimen franquista y a pesar de su estrecha
relación con la Iglesia Católica, no fue hasta después de la Transición Española, que el Vaticano, durante el papado de Juan Pablo II y tras la modificación en 1983 del Normae servandae in inquisitionibus ab episcopis faciendis in causis sanctorum4 el Código de Derecho Canónico aplicable y vigente hasta entonces, que establecía un plazo mínimo de cincuenta años antes de presentar los procesos en Roma, impulsó numerosas causas de beatificación y canonización, generando un polémico debate entre distintos sectores de la sociedad española, que desembocaron a partir de 1987 en las primeras ceremonias.


En el contexto de la controvertida iniciativa del Gobierno español presidido por José Luis Rodríguez Zapatero sobre la llamada "Ley de Memoria Histórica"
y a pesar de las críticas recibidas, el Vaticano, prosiguiendo con las
causas de beatificación que comenzaron a abrirse más de veinte años
antes, llevó a cabo una masiva ceremonia de declaración de beatos
"mártires" en otoño de 2007.



Índice

Antecedentes: anticlericalismo y desencuentros con el republicanismo

A lo largo de la historia contemporánea de España anterior a la guerra civil de 1936,
la violencia ejercida en contra de las personas relacionadas con la
Iglesia Católica, los símbolos de su religión o sus intereses, ha sido
estudiada por su carácter recurrente y prolongado en el tiempo como uno
de los rasgos más destacados del anticlericalismo español, que surgido en el ideario político liberal, luego sería retomado por las corrientes republicanas más radicales y del movimiento obrero.5 Los asesinatos en el bienio de 1822-1823 (durante el Trienio Liberal), la matanza de sacerdotes en Madrid de 1834 (durante la Primera Guerra Carlista) y luego, durante las otras Guerras Carlistas o los episodios de la Semana Trágica de Barcelona de 1909 son los ejemplos de violencia más significativos del periodo anterior al establecimiento de la Segunda República,6 y muestran la existencia de un significativo sentimiento anticlerical en la sociedad española.


En vísperas de la proclamación republicana, la Iglesia Católica era
una institución identificada por una parte importante de la sociedad
española con parte de los estamentos del poder heredados del Antiguo Régimen
junto a la Corona, a la que apoyaba en su acción política en la misma
extensión que la de los sectores promonárquicos y de la oligarquía,
coincidiendo en las reclamaciones para conservar sus privilegios
sociales y económicos tradicionales. Desde esta perspectiva también, la
mayoría del clero se había asociado a los intereses de la clase
propietaria e incluso, se le asimilaba directamente con esta clase
social. Los medios de comunicación y el discurso de los políticos,
generalmente desde los movimientos obreros y el republicanismo, pero
también desde algunas posiciones reformistas del propio movimiento
monárquico, justificaban e incluso alentaban la hostilidad de las clases
populares hacia la Iglesia y su jerarquía.


Durante la campaña electoral para las elecciones municipales de abril de 1931, que llevaría al cambio de régimen en España, y a pesar de la presencia de católicos como Niceto Alcalá Zamora o Miguel Maura
en las filas republicanas, buena parte de los miembros de la Iglesia
vincularon la doctrina católica con la del ideario de los partidos
monárquicos7 pero tras la derrota de estos y en los días posteriores inmediatos a la proclamación de la Segunda República,
la jerarquía católica, a pesar de sus reticencias iniciales,
justificadas en que el gobierno se llamaba a sí mismo "provisional" y en
que el rey no había abdicado, terminó por acatar formalmente la forma
del nuevo régimen.8
Así, esta línea de actuación se pudo constatar en las instrucciones que
los distintos obispados transmitieron a los sacerdotes para que no
intervinieran en cuestiones políticas, como reflejó la nota del obispado de Gerona del 18 de abril en el boletín de la diócesis:9


1º Procuren los reverendos sacerdotes no mezclarse en contiendas políticas, a tenor de los sagrados cánones.


2º Permanezca cada uno en su puesto, cumpliendo celosamente las
funciones propias de su cargo; y en cuanto a la predicación, eviten las
alusiones directas o indirectas al estado actual de cosas, desempeñando
ese importante ministerio con la más exquisita prudencia.


3º Guarden con las autoridades seculares todos los respetos debidos y
colaboren con ellas, por los medios que les son propios, en la
prosecución de sus nobles fines.


El cardenal primado, Pedro Segura declaró a las pocas semanas que "monarquía y república caben en la doctrina católica" y en una pastoral fechada el 30 de abril de 1931, aconsejó a los monárquicos "discutir noblemente cuando se trate de la forma de gobierno de nuestra noble nación".9


Sin embargo, a medida que se fueron conociendo los planes de actuación del nuevo Gobierno, en el mes de mayo de 1931,
la prensa madrileña reflejó la división de opiniones en el seno de los
sectores católicos, divididos entre los que desde las posiciones más "integristas" o "rupturistas", encabezada entre otros por el cardenal primado Segura10 mantenían la identificación del catolicismo con la monarquía, y los que aceptaban la República8 según la posición llamada "vaticana", que aunque conservadora, abogaba por posturas legalista y conciliadoras.


Segura decidió expresar su posición publicando el 7 de mayo
en la prensa una carta pastoral, la primera publicada por un cardenal
desde el 14 de abril, en la que denunciaba los planes del nuevo régimen,
al que comparaba con el bolchevique, para realizar "ataques a los derechos de la Iglesia", como el matrimonio civil o el divorcio, que el hispanista Gabriel Jackson comentaba del siguiente modo:


Fue la primera declaración pública del cardenal desde la proclamación
de la República. En ella se refería repetidas veces a las graves
amenazas de anarquía a que España se veía expuesta. Aunque la Iglesia no
se preocupaba de formas régimen, deseaba expresar la gratitud a
S.M.[...] Recordó el ejemplo de Baviera en 1919 [durante la revolución espartaquista],
cuando la población católica salvó al país de una breve ocupación
bolchevique, sugiriendo, por tanto, por analogía, que el gobierno
provisional de la República era de la misma categoría que el régimen
comunista de la breve revolución bávara. Por ataques a los derechos de
la Iglesia, el cardenal entendía la bien conocida determinación del
nuevo régimen de separar la iglesia del Estado, organizar un sistema de
enseñanza laica e introducir el matrimonio civil y el divorcio.


Gabriel Jackson; 48
Al día siguiente, Segura prosiguió, ignorando los consejos de
moderación de la Secretaría de Estado del Vaticano, enviando una
circular interna en la que instaba a los religiosos a retirar los fondos
de sus cuentas bancarias del país y depositarlos en el extranjero,11
acción que en caso de producirse, contravendría las disposiciones en
contra de la fuga de capitales adoptadas por el Gobierno provisional. La
respuesta del ministro de la Gobernación, el católico Miguel Maura,
a ambos escritos fue la de decretar la expulsión del país del cardenal,
hecho que no se completó hasta varias semanas más tarde. La actitud del
sector "integrista" fue entonces considerada como una provocación,10 contribuyendo a avivar el sentimiento anticlerical que surgiría en los episodios del 10 de mayo de 1931 en Madrid.



La iglesia de Santa Teresa de Jesús y convento de los Padres Carmelitas
Descalzos, en Madrid, fue uno de los edificios religiosos incendiados el
11 de mayo de 1931.
Aquella jornada dominical, tras una reunión de personas derechistas
en la inauguración del Círculo Monárquico Independiente, fue colocado un
altavoz en el que podía oírse la Marcha Real, en la calle de Alcalá de Madrid, cuando numerosos ciudadanos regresaban del tradicional paseo por El Retiro.
El enfrentamiento entre los asistentes al acto monárquico y los
ciudadanos que les recriminaban su actitud fue aprovechado por
simpatizantes de la extrema izquierda, que habían planificado actos de
protesta con motivo de la reunión derechista, para provocar disturbios
violentos en la proximidad de edificios de filiación monárquica, como en
la sede del diario ABC, donde la Guardia Civil
pudo controlarlos, pero en los que resultaron muertas dos personas, un
niño de 13 años y el portero de una finca, primeras víctimas mortales
tras la proclamación pacífica de la República en abril. Al día
siguiente, las protestas, que habían concentrado a 5.000 personas en la Puerta del Sol
en contra del ministro de Gobernación y de las fuerzas de orden, se
reanudaron pero esta vez, con la convocatoria de una huelga general por
parte de la CNT y del Partido Comunista, pero sin el apoyo del sindicato y partido
socialistas, en la que se incrementó el carácter violento anticlerical
resultando incendiadas varias iglesias, colegios religiosos y conventos
sin que el Gobierno, entonces dividido, decidiera usar la fuerza para
evitarlo. Los destrozos se extendieron a otras ciudades en la jornada
del 11 de mayo, como Málaga, donde ardió el palacio episcopal, Sevilla, Cádiz, Córdoba, Murcia o Valencia, provocando el pánico entre frailes y monjas. Para cuando se hubo controlado la situación, el día 15 de mayo, un centenar de edificios habían sido afectados por los incendios provocados.12


El episodio trajo a la memoria los acontecimientos anteriores de la
Semana Trágica de 1909, mucho más graves en cuanto a daños personales y
materiales, pero que por su proximidad a la fecha de proclamación de la
República, fue posteriormente utilizado por los medios de propaganda
como referencia temporal y justificación de la causa del bando vencedor,
como recordaban las palabras de un sacerdote:


Fue a partir de aquel día cuando comprendí que nada se conseguiría
por medios legales, que para salvarnos tendríamos que sublevarnos antes o
después.


Testimonio de Alejandro Martí, recopilado por Roland Fraser en Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, v. II, pg. 322-327. Citado en (Casanova 2005; 34)
Pocas semanas después de los disturbios anticlericales, la definitiva expulsión de Segura tras su arresto el 11 de junio en Pastrana,
perpetuado por unas célebres imágenes tomadas por los reporteros
gráficos que cubrían el evento, sirvió para acrecentar el cruce de
acusaciones y caldear aún más el clima de tensión social generado, si
bien la Santa Sede anunció la renuncia a la sede primada de Toledo del
cardenal Segura el 30 de septiembre de 1931.13


En los meses que siguieron, durante los debates de ponencia de la nueva Constitución
se plasmó nuevamente la divergencia entre los sectores católicos, una
parte de ellos representados desde abril por la asociación Acción Nacional,
que iría aumentando progresivamente su influencia en la escena
política, y los republicanos laicistas. La Constitución estipulaba, en
su artículo 26, párrafo 3, la separación entre Iglesia y Estado
y el sometimiento de las órdenes religiosas "que estatutariamente
impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de
obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado" (en
referencia a su obediencia al Vaticano),
a un Estatuto especial por el que se les prohibía la enseñanza. También
se contemplaba la finalización de las partidas del presupuesto del
Estado correspondientes a Culto y Clero, extinguiendo la vía pública de
financiación de la Iglesia Católica. En un parlamento en el que, en
virtud de la ley electoral, la conjunción republicano-socialista había
obtenido una holgada mayoría parlamentaria, tras las elecciones de junio
de 1931, el artículo 26 fue aprobado con 178 votos a favor y 59 en
contra, pero sumó numerosas abstenciones y provocó la retirada de 42
diputados de los partidos agrarios y de los representantes
vasconavarros. Las disposiciones constitucionales, una vez aprobado el
texto el 9 de diciembre de 1931, llevaron a la disolución en el país de la Compañía de Jesús, el 24 de enero de 1932, lo que provocó que la mayoría de los jesuitas partiera al exilio.


En las postrimerías del bienio reformista, el 17 de mayo de 1933, el gobierno aprobó la controvertida Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas, aprobada por las Cortes el 2 de junio de 1933, y reglamentada por un Decreto de 27 de julio14 por la que se desarrollaba el carácter laico
del Estado según estipulaba la Constitución. La ley confirmaba la
prohibición de la enseñanza a las órdenes religiosas, a la vez que se
declararon de propiedad pública los monasterios e iglesias. Sin embargo,
la ley que afectaba a la escolarización de más de 350.000 alumnos en un
país donde el 40% de la población era analfabeta, fue en la práctica
suspendida por la imposibilidad del Gobierno de izquierdas, derrotado en
las elecciones del mes de noviembre, de construir el número suficiente
de escuelas primarias en sustitución de las dependientes de la Iglesia.15 16


La respuesta a todas estas actuaciones del Gobierno de izquierdas se
plasmó en múltiples reacciones de los sectores católicos: el arzobispo de Tarragona y cardenal Francisco Vidal y Barraquer, más tarde salvado de la persecución por el Gobierno catalán, firmo una carta episcopal (25 de mayo de 1933),
por la que se condenaba lo que calificaba de injerencia gubernamental y
se llamaba a la movilización política de los católicos contra todo lo
que "amenazara a los derechos integrales de la Iglesia". Enrique Herrera Oria,
dirigente de la Federación de Amigos de la Enseñanza definió la Ley
como "de la guerra civil de la cultura", mientras que desde el carlismo, Manuel Fal Conde consideraba que los católicos debían defenderse "con su sangre incluso".17 Por su parte, el 3 de junio, el papa Pío XI, quien el 12 de abril de 1933 nombró a Isidro Gomá, obispo de Tarazona, nuevo cardenal primado de España, dedicó expresamente la encíclica Dilectísima Nobis
a "condenar el espíritu anticristiano del régimen español", afirmando
que la Ley de Congregaciones "nunca podrá ser invocada contra los
derechos imprescriptibles de la Iglesia" y animando a la unión de los
católicos contra la República:


...ante la amenaza de daños tan enormes, recomendamos vivamente a los
católicos de España que, dejando a un lado recriminaciones y lamentos y
subordinando al bien común de la patria y de la religión todo otro
ideal, se unan todos, disciplinados, para la defensa de la fe y para
alejar los peligros que amenazan a la misma sociedad civil.


La movilización religiosa del electorado, que en estas elecciones
tuvo una candidatura única a la que votar, tras una dura campaña en la
que los medios conservadores y de extrema izquierda acentuaron por una y
otra parte la sensación de "persecución" y de amenaza del "fascismo",
fue una de las causas de la recuperación de la derecha no republicana en
las elecciones de noviembre de 1933 que permitieron la formación de un nuevo Gobierno de carácter conservador18 que iniciaría una etapa de revisión de las decisiones tomadas durante el bienio precedente.


El aumento de la conflictividad social durante el bienio conservador desembocó en los sucesos revolucionarios de octubre de 1934 en Asturias
en los que el Ejército tuvo que sofocar una insurrección proletaria. El
episodio se saldó con la muerte de cerca de 1.400 personas y con 3.000
heridos, y durante el cual el anticlericalismo resurgió brutalmente.
Durante la insurrección, encontraron la muerte 34 religiosos en
episodios como el asesinato de los ocho Hermanos de La Salle y un padre pasionista del valle de Turón y resultaron dañadas o destruidas 58 iglesias, el palacio episcopal y la Cámara Santa de la catedral,
que fue gravemente dañada por una explosión, además de contabilizarse
la pérdida del patrimonio documental del seminario, hechos que no habían
acontecido en el país desde las matanzas de Madrid y Barcelona de 1834 y 1835.19
Estos hechos de Asturias, avivados por la propaganda partidista que
reclamó el castigo y represión de los revolucionarios, evidenciaron el
grado de radicalización y división de la sociedad española en dos
sectores que unos meses más tarde se enfrentaron nuevamente de manera
general y trágica durante la Guerra Civil.


La Guerra Civil

Represión en el bando republicano


Milicianos con ropas y objetos litúrgicos en Madrid durante la Guerra Civil en 1936
El colapso del sistema legal republicano y de poder estatal en los días siguientes a la sublevación militar del 18 de julio de 1936, junto a la decisión tomada de facilitar armamento a los civiles, facilitaron el estallido de la revolución popular
durante la cual milicias y tribunales revolucionarios se hicieron
rápidamente con el control de las ciudades, pueblos y aldeas de la zona
republicana en sustitución del Gobierno, que no pudo reaccionar y
recuperar la autoridad hasta varios meses más tarde.


La Revolución fue acompañada en los primeros meses por una escalada
de terror anticlerical que sólo entre el 18 y el 31 de julio, causó la
muerte a 839 religiosos, prosiguiendo durante el mes de agosto con otras
2.055 víctimas, incluyendo a 10 de los 13 obispos asesinados en el
total de la guerra, es decir, un 42% del total de víctimas registradas.20
Los efectos de esta violencia, dirigida no solo contra la Iglesia, sino
contra todos aquellos que se consideraban identificados con la
sublevación o, simplemente, enemigos de clase, corrieron en paralelo con
la que se ejerció en el mismo período en la zona de control de los
sublevados, con casi el 80% de los 7.000 civiles asesinados en Zaragoza y el 70% de los 3.000 de Navarra en toda la contienda, víctimas durante el año 1936.21


Los asesinatos de religiosos y la destrucción de edificios de culto
sucedieron inmediatamente a las noticias de la insurrección sin que en
ocasiones quedara claro que bando se haría con el control definitivo de
la localidad. Así, el 20 de julio
murieron frailes carmelitas en Barcelona, en medio del enfrentamiento
entre un regimiento del Ejército, que se hallaba atrincherado en el
convento, con la milicias revolucionarias y las fuerzas de orden público
leales a la República,22 mientras que en Sevilla las iglesias ardían la misma tarde del 18 de julio
resultando muertos el párroco de la barriada obrera de San Jerónimo y
un salesiano vestido de civil, cuyo cadáver fue arrojado a la iglesia en
llamas de San Marcos.23


La mayoría de las víctimas asesinadas fueron parte del clero masculino y por fusilamiento en los llamados paseos,
nombre eufemístico con el que se conoció al procedimiento y aplicación
arbitraria del asesinato político, sin ningún tipo de juicio o tribunal
previo. A imagen de otros numerosos episodios de brutalidad en ambos
bandos, hubo casos en que las víctimas sufrieron torturas y otros abusos
antes de morir, como los casos de Carmen García Moyón, muerta tras ser
quemada viva en Torrente el 30 de enero de 1937, Plácido García Gilabert, muerto tras sufrir mutilaciones el 16 de agosto de 1936 o Carlos Díaz, enterrado aún con vida en el cementerio de Agullent, siendo poco más tarde fusilado.24


Uno de los ejemplos más destacados entre los casos de la brutalidad revolucionaria durante el verano de 1936 aconteció en la diócesis de Barbastro,
la de mayor mortandad del país entre sus miembros incardinados pues se
causó la muerte a 123 de los 140 sacerdotes, es decir, el 88% de sus
miembros,25 26
incluyendo a su obispo, además de 51 frailes claretianos, 18
benedictinos y 9 escolapios, pero en la que no sufrió la misma suerte
ninguna de las religiosas.27
En otras diócesis la proporción de religiosos asesinados alcanzó cifras
considerables, como la de Lérida con el 66% de miembros ejecutados,
Tortosa el 62%, Málaga al 48%, Menorca el 49%, Segorbe el 55% o la de
Toledo, que perdió al 48% de los religiosos. En las grandes ciudades,
los porcentajes relativos son inferiores, pero superan a muchas otras en
términos absolutos: Madrid, con 334 sacerdotes fusilados, perdió al 30%
de su comunidad religiosa, Barcelona al 22% con 279 muertos y Valencia
al 27%, con 327 víctimas.26


Tras el sangriento mes de agosto del 1936, diversos dirigentes del
bando republicano realizaron declaraciones justificando la violencia
anticlerical desde la perspectiva política, considerando que la Iglesia
se había posicionado ella misma, por su apoyo al bando sublevado, como
parte beligerante de la contienda y por lo tanto, enemigo de la
República.26
Aunque visibles desde los primeros días de la guerra en algunas
unidades de combate como las de Navarra, donde muchos religiosos se
habían integrado en las unidades de requetés para acompañar a los combatientes, como recuerda un testigo,28
los casos en la que los religiosos empuñaron armas fueron escasos y en
circunstancias poco claras, como recuerda el hispanista Ranzato, pues
según él, solo se ha podido confirmar un único episodio en los una
iglesia participó en los combates armados, el caso de las Carmelitas de
la Diagonal de Barcelona.29


La violencia en contra de la Iglesia Católica era asumida por los líderes obreros. Así, el líder del POUM, Andrés Nin, en un mitin llevado a cabo el 1 de agosto de 193630
proclamó que la "cuestión religiosa", a diferencia de la ineficaz
legislación republicana "burguesa", había sido "resuelta" gracias a la
acción revolucionaria de la clase obrera:


La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia, sencillamente
no ha dejado en pie ni una siquiera [iglesias] (...) hemos suprimido sus
sacerdotes, las iglesias y el culto.


Andrés Nin, La Vanguardia, 2/08/36. Biblioteca de La Vanguardia
Por su parte, en un artículo de opinión en Solidaridad Obrera, el órgano de expresión de la CNT, del 15 de agosto de 1936,
se comentaba los planes por moderar la revolución en algunos aspectos a
excepción del conflicto con la Iglesia, ilustrando la intransigencia
anticlerical de parte del movimiento revolucionario:31


Los templos no servirán más para favorecer alcahueterías inmundas.
Las antorchas del pueblo las han pulverizado (...) Las órdenes
religiosas han de ser disueltas. Los obispos y cardenales han de ser
fusilados. Y los bienes eclesiásticos han de ser expropiados.


Solidaridad Obrera, 15/08/3632
A partir de 1937, con la llegada a la presidencia del Consejo de Ministros de Largo Caballero y la formación de un Gobierno de unidad (el denominado Gobierno de la Victoria) que incorporó a un católico, representante del Partido Nacionalista Vasco, Manuel de Irujo,
y ante la presión de la opinión pública internacional, se impuso
paulatinamente el control gubernamental y los episodios de represión, de
todo tipo, se hicieron más esporádicos y localizados, si bien
asesinatos de sacerdotes, religiosos y laicos católicos continuaron
teniendo lugar hasta el final de la guerra, con un breve repunte de
violencia simultáneo a la retirada del Ejército Popular del frente de Cataluña
hacia la frontera hispanofrancesa en el que resultaron muertos, entre
otros elementos relevantes identificados con el bando franquista, el
obispo de Teruel, Anselmo Polanco y Felipe Ripoll, vicario general de la misma diócesis, que fueron ejecutados el 7 de febrero de 1939 en Pont de Molins.


Irujo, que fue ministro sin cartera de septiembre de 1936 a mayo de 1937 en los dos Gobiernos de Largo Caballero, y ministro de Justicia en de Negrín el 18 de mayo de 1937, fue el encargado del memorándum sobre la persecución religiosa presentado al Consejo de Ministros33 en el que se daba cuenta de la magnitud de lo acontecido:


La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en
todo el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente: a) Todos los
altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones,
han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias se
han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente
suspendido. c) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter
de normalidad, se incendiaron. d) Los parques y organismos oficiales
recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de
culto, los han fundido y aun han aprovechado para la guerra o para fines
industriales sus materiales. e) En las iglesias han sido instalados
depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles,
refugios y otros modos de ocupación diversos, llevando a cabo -los
organismos oficiales los han ocupado en su edificación obras de carácter
permanente. f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la
vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes
de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. g)
Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y
fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien
amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se
les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones.
Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos
los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de
sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de
retención privada de imágenes y objetos de culto. La policía que
practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las
habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye con escarnio y
violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto
se relaciona o lo recuerda.


Los planteamientos de Irujo comenzaron a dar sus frutos tímidamente
cuando entró como titular de Justicia en el Gobierno de Negrín, al
proponer el restablecimiento, aunque de manera restringida, del culto
católico y el retorno de los obispos catalanes. Pero las medidas
llegaron demasiado tarde y así, el mismo vicario de Barcelona se negó a exponer el culto público, como tampoco aceptó el retorno del arzobispo de Tarragona Francisco Vidal y Barraquer, quien había sido salvado por la Generalidad de las milicias anarquistas y se había negado a firmar la Carta colectiva del Episcopado Español, ni el Vaticano el envío de un legado a la Cataluña republicana.


La presión de la opinión pública internacional, en cuya concienciación tuvo influencia dicha Carta,
redactada por Gomá en febrero de 1937, se manifestó por las protestas
de organizaciones y de representantes diplomáticos. Destacó la actuación
del embajador de Francia, Erik Labonne, protestante practicante y favorable a la causa republicana, quien el 16 de febrero de 1938
envió un extenso informe a su ministro de Asuntos Exteriores donde se
atestigua el descrédito sufrido por el bando republicano como resultado
de la violencia religiosa:


¡Qué espectáculo!... desde hace cerca de dos años y después de
afrentosas masacres en masa de miembros del clero, las iglesias siguen
devastadas, vacías, abiertas a todos los vientos. Ningún cuidado, ningún
culto. Nadie se atreve a aproximarse a ellas. En medio de calles
bulliciosas o de parajes desiertos, los edificios religiosos parecen
lugares pestíferos. Temor, desprecio o indiferencia, las miradas se
desvían. Las casas de Cristo y sus heridas permanecen como símbolos
permanentes de la venganza y del odio. En las calles, ningún hábito
religioso, ningún servidor de la Iglesia, ni secular ni regular. Todos
los conventos han sufrido la misma suerte. Monjes, hermanas, frailes,
todos han desaparecido. Muchos murieron de muerte violenta. Muchos
pudieron pasar a Francia gracias a los meritorios esfuerzos de nuestros
cónsules, puerto de gracia y aspiración de refugio para tantos españoles
desde los primeros días de la tormenta. Por decreto de los hombres, la
religión ha dejado de existir. Toda vida religiosa se ha extinguido bajo
la capa de la opresión del silencio. A todo lo largo de las
declaraciones gubernamentales, ni una palabra; en la prensa, ni una
línea. Sin embargo, la España republicana se dice democrática. Sus
aspiraciones, sus preocupaciones políticas esenciales, la empujan hacia
las naciones democráticas de Occidente. Su Gobierno desea sinceramente,
así lo proclama, ganar la audiencia del mundo, hacer evolucionar a
España según sus principios y siguiendo sus vías. Como ellas, se declara
partidario de la libertad de pensamiento, de la libertad de conciencia,
de la libertad de expresión. Hace mucho tiempo ha aceptado el ejercicio
del culto protestante y del culto israelita. Pero permanece mudo hacia
el catolicismo y no lo tolera en absoluto. Para él el catolicismo no
merece ni la libre conciencia, ni el libre ejercicio del culto. El
contraste es tan flagrante que despierta dudas sobre su sinceridad, que
arrastra el descrédito sobre todas sus restantes declaraciones y hasta
sobre sus verdaderos sentimientos. Sus enemigos parecen tener derecho a
acusarle de duplicidad o de impotencia. Como su interés, como infinitas
ventajas le llevarían con toda evidencia a volverse hacia la Iglesia, se
le acusa sobre todo de impotencia. A pesar de sus denegaciones, a pesar
de todas las pruebas aducidas de su independencia y de su autonomía, se
le cree ligado a las fuerzas extremistas, a los ateísmos militantes, a
las ideologías extranjeras. Si fuera verdaderamente libre, se dice, si
su inspiración e influencias procedieran efectivamente de Inglaterra o
de Francia, ¿cómo ese Gobierno no ha atemperado el rigor de sus
exclusivismos, olvidando su venganza, y reniega de su ideología?


Represión en el bando franquista


Cerro Rojo La prensa del Frente Popular
publicó en portada y en primera página las fotografías del
"fusilamiento" y comentó favorablemente el hecho ("Desaparición de un
estorbo").
Si la inmensa mayoría de las muertes fueron causadas por acción de partidarios del bando republicano, en el otoño de 1936 tras la toma de control, por parte de las tropas del general Mola, de la práctica totalidad de Guipúzcoa, tampoco pudieron escapar de la represión 16 sacerdotes, 13 diocesanos y 3 religiosos miembros de la Iglesia Católica34 considerados hostiles por el bando sublevado en el País Vasco,
donde mientras se había mantenido el control por parte del gobierno
leal a la República, no se produjeron episodios masivos de violencia
contra las personas o los bienes eclesiásticos como en el resto del
territorio republicano.


Martín de Lekuona y Gervasio de Albizu, vicarios en la parroquia guipuzcoana de Rentería fueron fusilados el 8 de octubre de 1936. A estos les siguieron el cura y escritor José de Ariztimuño "Aitzol", Alejandro de Mendikute y José Adarraga, ejecutados en Hernani el 17 de octubre de 1936. El 24 de octubre
fueron fusilados José Iturri Castillo, párroco de Marín, así como a los
también sacerdotes Aniceto de Eguren, José de Markiegi, Leonardo de
Guridi y José Sagarna, mientras que en el cementerio de Oyarzun fue muerto el arcipreste de Mondragón, José de Arin. El 27 de octubre fue muerto el vicario de Marquina y al día siguiente, el cura auxiliar de Elgóibar. En el mismo mes se acabó con la vida de los padres Lupo, Otano y Román, del convento de los carmelitas de Amorebieta.


El embajador de Estados Unidos en España durante la guerra civil, Claude Bowers, se refirió a aquellos hechos en los siguientes términos:


...esta lealtad de los católicos vascos a la democracia ponía en un
aprieto a los propagandistas que insistían en que los moros y los nazis
estaban luchando para salvar a la religión cristiana del comunismo.


Claude Bowers, Misión en España: en el umbral de la Segunda Guerra Mundial 1933-1939, cap. El martirio de los vascos. Ed. Exito, 1978, ISBN 84-253-9223-3
Isidro Gomá fue informado de los casos el 26 de octubre por una nota del presidente de la Junta de Acción Católica de San Sebastián y tras reunirse con Franco, envió una nota el 8 de noviembre
a la Santa Sede en la que daba parte de que lo ocurrido se había
producido "por abuso de autoridad por parte de un subalterno" y de la
promesa de Franco de que "no ocurrirá fusilamiento alguno de sacerdotes
sin que se observen juntamente con las leyes militares las disposiciones
de la Iglesia".35 Sin embargo, la opinión pública no supo del posicionamiento de Gomá y el 22 de diciembre, el lehendakari José Antonio Aguirre en una alocución para Radio Bilbao
denunció además del asesinato, la persecución y destierro de sacerdotes
por "ser amantes del pueblo vasco", intervención que fue replicada
desde Pamplona el 13 de enero de 1937 por el cardenal en su Carta abierta al Sr. Aguirre
negando los motivos expuestos por Aguirre, y explicando que dichos
religiosos fueron fusilados "por haberse apeado del plano de santidad en
el que tenían que haber permanecido".36
La posición oficial de la Iglesia Católica española y de autores afines
insisten en afirmar la diferenciación, por motivos políticos "asociados
al separatismo vasco",37 de éstas víctimas.


Otros episodios de violencia en contra de religiosos vascos por el
bando sublevado acontecieron en el bombardeo indiscriminado de Durango, el 31 de marzo de 1937, en el que resultaron muertos 14 monjas y dos sacerdotes, entre ellos el padre Morilla que falleció mientras oficiaba una misa.38 De mayor impacto en la opinión pública católica internacional resultó el bombardeo de Guernica, pocos días después, el 26 de abril, del que fue testigo el sacerdote Alberto Ondaindía.39
Tras estos acontecimientos, las protestas de los medios en el
extranjero se hicieron notar y así el filósofo convertido al catolicismo
Jacques Maritain declaró:


...si creen que han de matar, en nombre del orden social o de la
nación, lo cual ya es bastante horrible, pero que no maten en nombre del
Cristo Rey, que no es un jefe guerrero, sino un rey del perdón y de la
caridad.


Jacques Maritain en "El mito de la Cruzada de Franco" de Herbert R. Southworth, citado por (Casanova 2005; 164)
La reacción de Gomá y Franco ante la creciente polémica generada en el seno del catolicismo internacional fue la de preparar la Carta colectiva de los Obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la Guerra de España, firmada el 1 de julio de 1937,
por la que se confirmó el apoyo definitivo de la jerarquía de la
Iglesia española al bando franquista. Suscrita por 43 obispos y 5
vicarios capitulares, no contó sin embargo con la firma ni del obispo de Vitoria Mateo Múgica,
quien alegó a las circunstancias de su exilio para no rubricarla, ni
del arzobispo de Tarragona, Vidal y Barraquer. Impresa en francés,
italiano e inglés, declaraba a la opinión pública internacional que
siendo la Iglesia española "víctima inocente, pacífica, indefensa" de la
guerra, apoyaba la causa del bando garante de "los principios
fundamentales de las sociedad" antes "de perecer totalmente en manos del
comunismo" que había provocado la revolución "antiespañola" y
"anticristiana" y que llevaba "asesinados a más de 300.000 seglares"40


Otros actos de represión contra religiosos que acontecieron en
territorio bajo control franquista y que cayeron en el olvido, han sido
investigados desde los años noventa. En Mallorca fue ejecutado el 7 de junio de 1937,
tras consejo de guerra, Jeroni Alomar Poquet, sacerdote acusado por los
franquistas de utilizar un radiotransmisor para comunicarse con sus
enemigos y abandonado por la jerarquía eclesiástica de la isla, que
justificó su asesinato al consideralo "díscolo" e "izquierdista". En Galicia, Andrés Ares Díaz, párroco de Val do Xestoso fue asesinado por falangistas el 3 de octubre de 1936, acusado de ofrecer el dinero de una colecta al Socorro Rojo.41


El profesor Antonio Aramayona por su parte, destaca el caso de José Pascual Duaso, cura de Loscorrales, fusilado según el autor, por "comunista" al distribuir la leche de su vaca entre los necesitados del lugar42


Violencia contra otras confesiones

La represión alcanzó a los miembros de otras confesiones religiosas minoritarias. Uno de los miembros de la Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE), el pastor Atilano Coco salmantino y amigo personal de Miguel de Unamuno fue asesinado en su ciudad natal, aparentemente por su condición de protestante y masón. La IERE denunció los obstáculos para su culto y agresiones durante una parte del franquismo.43 Antonio Gargallo Mejía, testigo de Jehová
fue ejecutado tras negarse a incorporarse al ejército siguiendo los
preceptos pacifistas de su religión, y ser condenado por la justicia
militar del bando sublevado acusado de "deserción"44


Magnitud de la tragedia


Puerta del cementerio de Paracuellos de Jarama erigido en el lugar donde
se enterraron a los asesinados. De los cientos de asesinados, los
religiosos constituyeron uno de los grupos más significativos.
Al término de la contienda, según el estudio de Antonio Montero Moreno, historiador y periodista que fue arzobispo de Mérida-Badajoz entre 1994 y 2004, que fue su tesis doctoral por la Universidad de Salamanca,
el número de religiosos asesinados en la retaguardia republicana
ascendió a 6.832, de las cuales 4.184 eran sacerdotes, 2.365 frailes y
283 monjas.45 Otras fuentes promovidas por la Iglesia, entre ellas el estudio de Vicente Cárcel Ortí
para la preparación del "catálogo de los mártires cristianos del siglo
XX", solicitado por el papa Juan Pablo II en el marco del Gran Jubileo del Año 2000 amplían la estimación con 3.000 seglares, en su mayoría pertenecientes a la Acción Católica, con lo cual estiman en torno a 10.000 el número de víctimas pertenecientes a organizaciones eclesiásticas.46


Los obispos asesinados fueron:


La magnitud e intensidad de la tragedia, para la cual hay un consenso
general entre los especialistas e historiadores, es destacada por
Antonio Montero Moreno, autor del estudio de los años sesenta, en su concentración en el tiempo:47


En toda la historia de la universal Iglesia no hay un solo
precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas, del sacrificio
sangriento, en poco más de un semestre, de doce obispos, cuatro mil
sacerdotes y más de dos mil religiosos.47


Por su parte, el historiador británico e hispanista Hugh Thomas,
contextualiza la persecución religiosa a los comportamientos criminales
en ambos bandos y destaca su extremismo, comparable según él, a otros
periodos sangrientos de la historia europea:


En ninguna época de la historia de Europa, y posiblemente del mundo,
se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y cuanto con
ella se encuentra relacionado.


Hugh Thomas, La República Española y la Guerra Civil, pg. 257, ISBN 84-7530-847-X
La forma en que se llevó a cabo la rebelión militar y la forma en que
respondió a ella el gobierno en las primeras horas provocaron un
desenfreno que no se había visto en Europa desde la Guerra de los
Treinta Años. En una zona se fusilaba a maestros de escuela y se
quemaban casas del pueblo y en la otra, se fusilaba a sacerdotes y se
quemaban iglesias.


Hugh Thomas, tomo 1, pag. 307
El también hispanista e historiador conservador estadounidense
Stanley G. Payne enlaza la magnitud del caso con otros periodos
revolucionarios:48


La persecución de la Iglesia católica fue la mayor jamás vista en
Europa occidental, incluso en los momentos más duros de la Revolución
francesa.48


Pérdida del patrimonio

Simultáneamente a los casos de violencia contra las personas, resultó
afectada una gran parte de las propiedades y bienes eclesiásticos así
como del patrimonio cultural asociado a las obras de arte en
ornamentación, retablos, imágenes y lienzos, hechos que los autores
católicos denominan "el martirio de las cosas".


Durante la contienda, resultaron destruidas 20.000 iglesias, entre
ellas varias catedrales, incluyendo su patrimonio artístico y sus
archivos49 tanto como resultado de las acciones revolucionarias como por efectos de bombardeos indiscriminados como el de Guernica y Durango.


En Cataluña, el Presidente de la Generalidad, Lluís Companys, durante una entrevista a finales de agosto de 1936 por una periodista de L'Oeuvre declaró al ser preguntado sobre la posibilidad de reanudar el culto católico:


...este problema no se plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas.50


En Madrid se destruyeron casi todas las iglesias mientras que en la vecina localidad de Getafe el monumento al "Sagrado Corazón" situado en la cima del Cerro de los Ángeles fue volado con dinamita el 7 de agosto de 1936.


Reacción de la Iglesia Católica


Tras el decreto del 16 de noviembre de 1938, se colocaron en todas las
iglesias placas conmemorativas de los «caídos». Aunque no legislado en
el decreto, todas las inscripciones acabaron con José Antonio Primo de Rivera en lugar prominente.
A pesar de que en el ideario inicial de los sublevados no se
reflejaba la cuestión religiosa, la respuesta de los representantes de
la Iglesia Católica a la "persecución religiosa", con el cardenal
primado Isidro Gomá al frente, fue la de apoyar su causa, aunque de manera no pública hasta la publicación de la Carta Colectiva de los obispos españoles51 del 1 de julio de 1937 cuando se manifestó de manera abierta a la opinión pública internacional.


Desde los primeros días del conflicto, diversas unidades combatientes
del bando sublevado adoptaron la simbología católica en sus distintivos
e integraron a numerosos religiosos en labores de asistencia religiosa
pero también de adoctrinamiento. Aunque como recordaba en 1993 Gabriele
Ranzato52
no existen prácticamente casos documentados y contrastados de
participación directa de religiosos en la violencia, salvo en
circunstancias no muy claras, algunos casos adquirieron popularidad como
el ejemplo citado en las memorias del general sublevado Queipo de Llano recopiladas por Antonio Bahamonde,53 sobre los "curas guerreros", que el autor denomina los "anti-mártires", como el llamado el "cura-legionario" de Zafra.


Terminada la guerra, en abril de 1939,
se celebró un acto en la [iglesia madrileña de Santa Bárbara en el que
Franco recibió la "espada de la Victoria" de manos de Gomá, mientras
pronunciaba unas palabras en las que describió a sus adversarios como
los "enemigos de la Verdad" religiosa.


El apoyo y soporte ideológico de la Iglesia Católica al gobierno franquista
fue recompensado con una situación privilegiada de aquella. Esta
situación se hizo más patente tras la derrota del Eje en la Segunda
Guerra Mundial, y ha sido denominada por muchos autores como "nacionalcatolicismo";
entre otras características, se multiplicaron los actos religiosos y
ceremonias fúnebres en memoria de las víctimas. Los entierros de
"mártires" fueron celebrados por todo el país en actos de gran
solemnidad y exaltación.


El régimen franquista promulgó la "Causa General Instruida por el Ministerio Fiscal sobre la dominación roja en España" por decreto del 26 de abril de 1940
con el fin de instruir «los hechos delictivos cometidos en todo el
territorio nacional durante la dominación roja». La investigación se
llevó a cabo de manera sistemática y detallada en toda España bajo la
responsabilidad del fiscal jefe de la Causa General, figura establecida
en 1943, y duró prácticamente hasta 1960.


La enorme documentación acumulada fue dividida en once piezas o capítulos, uno de ellos abierto expresamente bajo el epígrafe Persecución religiosa: Sacerdotes y religiosos asesinados y conventos destruidos o profanados.
Las diócesis colaboraron con la Causa General mediante la labor del
provisor de la Diócesis, encargado de suministrar los informes y
recolectar los testimonios de los asesinatos y sus circunstancias.


Esta Causa, utilizada por la propaganda del régimen franquista para
legitimar la sublevación contra la República y empleada como instrumento
de represión, es desde entonces la única versión oficial de los hechos
ofrecida a la sociedad54
sin que tras la Transición, las autoridades democráticas hayan
realizado una investigación imparcial que asegure el esclarecimiento de
los hechos atribuidos y la responsabilidad de las personas condenadas
sobre tales fundamentos.


Sin embargo, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial,
las discrepancias entre la Santa Sede, que se había manifestado
tímidamente en contra del fascismo y del nacionalsocialismo, y el
régimen franquista, interrumpieron los procesos tempranos emprendidos de
beatificación al pretender éste último, desde un interés político, que
se realizaran de manera masiva.55


Década de 1980: primeras beatificaciones

Según el Código de Derecho Canónico
vigente entonces, estos procesos no podían llevarse a cabo antes de
cincuenta años tras el fallecimiento del futuro beato. Fue el papa Juan Pablo II,
con el nuevo Código, quien permitió, a partir de ese momento, que el
tiempo previo a las beatificaciones se redujera considerablemente.


Durante el papado de Juan Pablo II se inició un periodo de
beatificaciones de "mártires", que comenzó con el reconocimiento de
varias carmelitas de Guadalajara, asesinadas el 24 de julio de 1936, en una ceremonia celebrada en Roma el 29 de marzo de 1987.


Hasta el 2007 se han realizado diez ceremonias de beatificación, que
incluyen a 471 "mártires", de los que 4 son obispos, 43 sacerdotes
seculares, 379 religiosos, y 45 laicos.
También ha habido varias ceremonias de canonización, las de los nueve
Hermanos de las Escuelas Cristianas de Turón muertos en 1934, otro
religioso de la misma orden asesinado en Tarragona en febrero de 1937, y Pedro Poveda Castroverde, fundador de la Institución Teresiana, asesinado en Madrid el 28 de julio de 1936.


La argumentación usada por la Santa Sede para abordar la
beatificación únicamente de personas asesinadas en la zona republicana
es que la Iglesia no procede a la beatificación de ninguna persona si en
su asesinato se mezclan, aparte de lo que consideran motivos
exclusivamente religiosos, motivaciones políticas, o existen serias
dudas sobre si en la muerte pesaron más otras causas que las
estrictamente religiosas. De esta forma, los sacerdotes vasconavarros,
asesinados por "separatistas", no podrían ser considerados mártires.


Nuevas beatificaciones en 2007


Pancarta durante la beatificacion
El 27 de abril de 2007, la Conferencia Episcopal Española en su octogésima novena asamblea plenaria celebrada en Madrid, emitió un comunicado "Mensaje con motivo de la beatificación de 498 mártires del siglo XX en España"56
por el que se anunciaba una nueva ceremonia de beatificación, prevista
para octubre de 2007, de 498 religiosos asesinados no solo durante la
Guerra Civil española, sino también en los episodios de Asturias en
1934.


Juan Antonio Martínez Camino,
secretario portavoz de la Conferencia, presentó a los medios de
comunicación el 27 y el 28 de abril de 2007 la declaración sobre este
acto declarando que constituye su aportación a la reconciliación
nacional pues "los mártires, que murieron perdonando, son el mejor aliento para que todos fomentemos el espíritu de reconciliación" que será aprovechado como "un estímulo para la renovación de la vida cristiana" en España, pues "se trata, ante todo, de glorificar a Dios por la fe que vence al mundo", en un contexto que considera que "...al tiempo que se difunde la mentalidad laicista, la reconciliación parece amenazada en nuestra sociedad"57


Varias semanas más tarde, se manifestó el obispo de Tarazona,
Demetrio Fernández, reafirmando la tradicional consideración de
"mártires" según la Iglesia, reservada a las personas beatificadas58 y responsabilizando al marxismo y laicismo de su suerte:


Se les pidió renunciar a su fe y ellos se mantuvieron firmes en esa
fe y en su amor a Cristo. Con ello se pretendía borrar la fe y toda
huella religiosa, en aras de una ideología totalitaria llena de odio
contra Dios y contra la religión. Ideas marxistas y laicistas, plasmadas
en personas concretas, se proponían borrar a Dios del mapa. Y en medio
de tanta destrucción y de tanto odio, prevaleció el amor más grande. La
Iglesia, experta en humanidad, con dos mil años de historia, reconoce en
ellos a sus mejores hijos.


Críticas a las beatificaciones de 2007

Ante el anuncio del proceso de beatificación del otoño de 2007,
diferentes sectores de la sociedad han manifestado sus críticas. Para el
catedrático y estudioso de las relaciones entre la Iglesia española y
el franquismo, Julián Casanova, afirmó el 16 de junio de 2007 que
resulta paradójico que la Iglesia Católica, que durante los cuarenta
años de dictadura franquista honró a sus víctimas al tiempo que
colaboraba en la represión de la dictadura y ninguneaba a las víctimas
del bando perdedor se embarque en la actualidad en la canonización y
beatificación de "mártires" siendo así "la única institución que, ya
en pleno siglo XXI, mantiene viva la memoria de los vencedores de la
Guerra Civil y sigue humillando con ello a los familiares de las decenas
de miles de asesinados por los franquistas
", mostrándose contraria a la Ley de Memoria Histórica promovida por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero:59


Prefiere su memoria, la de sus mártires, la que sigue reservando el
honor para unos y el silencio y la humillación para otros. Como hizo
siempre la dictadura de Franco.


En el mismo sentido crítico se pronunció el 6 de mayo de 2007 Manuel Montero, catedrático de Historia Contemporánea, y ex rector de la Universidad del País Vasco:60


La Iglesia, que sostuvo la idea de Cruzada Nacional para legitimar la
sublevación militar, fue beligerante durante la Guerra Civil, aun a
costa de relegar a algunos de sus miembros. Sigue siendo beligerante, en
su insólita respuesta a la Ley de Memoria Histórica, acudiendo a la
beatificación de 498 “mártires” de la Guerra Civil. Entre ellos no se
cuentan los sacerdotes ejecutados por el ejército de Franco. Sigue
siendo una Iglesia incapaz de superar sus posiciones de parte, de hace
70 años, y dispuesta a que tal pasado nos persiga siempre. En este uso
político de reconocimientos religiosos se percibe su indignación por la
reparación a las víctimas del franquismo. Los criterios selectivos sobre
los religiosos que militaron en sus filas resultan difíciles de
comprender. ¿Los sacerdotes que fueron víctimas de los republicanos son
“mártires que murieron perdonando” y los que fueron ejecutados por los
franquistas los olvida la Iglesia? Esta actitud brutal, que quiere
además aprovechar el acto para una gran peregrinación de resonancias
públicas, señala quizás la incapacidad de la Iglesia española para
superar sus rencores del pasado.


La iniciativa emprendida por el arzobispado de Valencia
para construir un templo llamado "Parroquia Santuario de los Beatos
Mártires Valencianos", con el que según el arzobispado pretende honrar
la memoria de los valencianos muertos en la Guerra Civil "por el odio a
la fe" es criticada por sectores sociales como "estrategia para que la
iglesia venda su memoria al estilo de otros monumentos erigidos durante
el franquismo".61


Véase también

Referencias


  • El término religioso es aplicado en el sentido según del DRAE, del de aquellas personas que ha profesado en una orden o congregación religiosa.
    Existe una controversia entre los especialistas sobre si el término
    debe aplicarse en el sentido único de religiosidad, tal y como sostiene
    la versión oficial de la Iglesia Católica, ya que para muchos otros
    autores, existe también una componente política en la explicación de su
    condición y por tanto, en su definición. A este respecto puede leerse el
    artículo del hispanista Gabriele Ranzato Revista Cultures & Conflits n°9-10 (1993) pp. 99-112, Ambiguïté de la violence politique: la persécution religieuse durant la guerre civile espagnole (1936-1939)

  • Bibliografía

    Enlaces externos

    Enlaces críticos



  • Aunque
    algunos sectores no académicos rechazan su uso, la mayoría de los
    autores y estudiosos del fenómeno emplea el término "persecución" por
    considerar que la violencia sistemática ejercida contra las personas
    miembros de la Iglesia católica, lo fue en condición de tales, al igual
    que contra otros grupos considerados como "enemigos de clase" por parte de sus perseguidores.


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    1997, cap. III, p. 70. Citado por Juan Ignacio Pocorobba, febrero de 2005, Universidad de Buenos Aires, ponencia Los dilemas de Iglesia española en 1934


  • Juan Ignacio Pocorobba, febrero de 2005, Universidad de Buenos Aires, ponencia Los dilemas de Iglesia española en 1934


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  • Amnistía Internacional. Informe “España: poner fin al silencio y la injusticia


  • Javier Tussel, La Iglesia y la guerra civil, Revista Arte e Historia


  • Conferencia Episcopal española, 27/04/2007, Mensaje con motivo de la beatificaciónde 498 mártires del siglo XX en España


  • Diario La Razón, 28/4/2007, "La Iglesia busca fomentar el «espíritu de reconciliación» beatificando a 498 mártires" en revistaecclesia.net


  • Revista católica Aciprensa,02/05/07, "Futuros 498 beatos "no son caídos de la guerra, sino mártires de Cristo", aclara Obispo


  • Franco, la Iglesia católica y sus mártires, artículo de opinión de Julián Casanova en el diario El País, 16 de junio de 2007.


  • Manuel Montero en El País, 6/5/2007, «Otros "mártires" de la Guerra Civil»


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